Responsabilidad social empresaria y sociedad civil

Por Rodolfo Borghi (*)

En un mundo donde la pobreza y la exclusión son moneda corriente, es muy difícil tratar el tema de la responsabilidad social empresaria sin abordar algunos aspectos fundamentales. Desde la sociedad civil estamos intentando cambiar las cosas. Pero solos no podemos, como tampoco pueden solos los gobiernos, ni las empresas aunque muchas de éstas hayan incorporado una seria voluntad de responsabilidad social.

Hoy (de acuerdo con estudios de la CEPAL) se considera que más del 50% de la población latinoamericana es pobre y que, de este porcentaje, la mayor parte vive en condiciones de extrema pobreza. En la Argentina, la pobreza supera el 50% (18 millones de personas), y de esa cifra, más del 30% se encuentra en la indigencia. Según UNICEF, 11 millones de niños mueren al año por causas que pueden ser evitables.

Desempleo, desigualdad, racismo, luchas religiosas, desastres ambientales y tantas otras pandemias que no podemos ignorar para tratar este tema.

¿Por qué? Porque reconocemos que estamos todos involucrados; todos sabemos que no pertenecemos a un sector único y especial. Un empresario no pertenece al segundo sector solamente y, la mayoría de nosotros que trabajamos en el tercer sector tampoco podemos auto-diferenciarnos del Estado o del sector empresario.

Todos debemos ocuparnos de nuestro mundo; recordemos, como un flash, lo sucedido el último 11 de setiembre, sufrimos profundamente la noticia, tomando definitiva conciencia de que todos compartimos este planeta, donde quedaron más al descubierto que nunca la vulnerabilidad y los grandes problemas de desigualdades que origina el actual sistema económico mundial. Si verdaderamente no aportamos acciones encaminadas inequívocamente a que la humanidad mejore, no impediremos su destrucción. Y estas acciones empiezan en cada uno de nosotros.

Tengamos en cuenta la campaña contra el hambre, de hace algunos años atrás, en Brasil, liderada por Betinho, que logró personificar la idea de que «el hambre es un problema mío», «adonde fuera que esté, en el gobierno, en mi casa, en la empresa, en el trabajo, en la calle, donde sea, es insoportable ver lo que veo todos los días y algo tengo que hacer».

Hablamos de un mundo que está mal, deshumanizado; y además también está globalizado, pero ya no lo menciono como algo que necesariamente sea negativo. De alguna manera, con otros nombres, la globalización viene existiendo desde hace muchos años. La era de los grandes descubrimientos y la circunnavegación de la Tierra, la mundialización. Con la paz de Westfalia, en 1648, se sentaron las bases del orden internacional que en esencia es el que ha prevalecido hasta el presente. El reconocimiento del Estado-nación como soberano y la creación del jus gentium.

Pero hoy con la economía neoliberal y el poder de las empresas multinacionales ese orden está en crisis.

Las funciones del Estado y de la empresa se cuestionan y existe una ausencia de legalidad que regule la realidad globalizante. Hay una economía súper veloz y una adaptación política displicente.

Según el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, al hablar de las actuales leyes del mercado, se pregunta «¿cuántas personas han salido de la pobreza en los últimos 30 años sobre la base de esa actividad? verán que no han sido muchas» «este es un momento particularmente malo, estamos ante la primera recesión global»; también critica las recetas del FMI afirmando que «esas ideas llevaron al desastre».

Y cuando hablamos de esto no puedo dejar de referirme a lo que está pasando en la Argentina. Eduardo Galeano, sobre el tema, dice algo muy interesante; habla de una «perplejidad universal, porque no se entiende cómo es posible que ocurra esto en un país blanco, bien nutrido, sin problemas de explosión demográfica pero el hecho en sí cuestiona las teorías de antropólogos, sociólogos, politólogos y otros ólogos que identifican, por ejemplo, subdesarrollo y pobreza con explosiones sociales, cosas (nos dicen) que suceden en las regiones oscuras del planeta, las regiones condenadas de antemano a padecer la pobreza por su color de piel debido a mestizajes que no dieron buenos frutos.» «La Argentina hizo todos los deberes que le ordenó el FMI y está destruida, es víctima de la doctrina universal , habiendo aceptado cumplir con todo lo que le mandaron».

Es cierto, la Argentina ha sido, en la opinión de los altos niveles de la política económica mundial, ponderada como el verdadero modelo del liberalismo y de la globalización. Sin embargo, hoy no existen dudas de que su crisis es producto de la aplicación de ese modelo, sumado al acentuado deterioro ético de la dirigencia política. Tampoco, ni la sociedad sivil ni las empresas deberían quedar exentas de sus responsabilidades.

La pobreza no espera, desespera

Seguramente coincidiremos en la necesidad de que en cada lugar del mundo se produzcan verdaderos cambios que tiendan a centrar los temas desde un punto de vista más humano, más solidario.

Uno de los ejes centrales de este encuentro es el de las nuevas tecnologías: la revolución tecnológica, la más importante experimentada por la humanidad. Sabemos que está producida mayoritariamente por las grandes empresas transnacionales y, el déficit democrático de la globalización origina (lo que conocemos como) la brecha digital. Un solo ejemplo: el 80% de los usuarios de Internet vive en los países más desarrollados, mientras que la mitad de los habitantes del planeta nunca han realizado una simple llamada telefónica.

Para revertir la tendencia actual, que marcha hacia un mundo (y un desarrollo) insostenible, es necesario sacudir los acomodos de la vieja cooperación. Las empresas, la sociedad civil de nuestras naciones, los organismos multilaterales, la comunidad internacional, los gobiernos, todos, debemos impulsar nuevas alianzas que produzcan una verdadera transformación.

¿Se puede solidarizar la globalización?

La responsabilidad social empresaria, a mi entender, ya dejó de ser un objetivo fundamentalmente promovido y requerido sólo por la sociedad civil. Habiendo asumido su rol social, las empresas en general, trabajan desde hace ya un tiempo, en temas como: pobreza, salud, educación, medio ambiente, deporte, cultura; y estas nuevas orientaciones favorecen un progresivo cambio en la imagen pública de las mismas. Con estos objetivos ejercen cada día más acciones positivas hacia la comunidad y, conjuntamente, empiezan a obtener beneficios. No olvidemos que el fin último para cualquier empresa ha sido siempre, y será, maximizar su rendimiento.

Sabemos que las empresas actualmente ejercen responsabilidad social a través de una intervención directa (creando sus propias fundaciones) en sistemas de cooperación empresarial y colaborando con las ONG´s mediante mecenazgo, patrocinio o marketing con causa.

En los cursos de marketing social suele aparecer la pregunta ¿Es rentable ser responsable? Claro, lo es, por ejemplo (en EE. UU.): el patrocinio empresarial, en Estados Unidos pasó de generar 7.000 millones de dólares en 1991 a más de 20.0000 millones en el 2000. Estos aportes generalmente van asociados a nobles proyectos, logrando que los mismos tengan un mejor resultado encaminado al bien común.

Pero también existen ciertas empresas y fundamentalmente multinacionales que utilizan esto sólo como un medio para lucrar; dedicadas al consumo masivo han reorganizado sus actividades en función exclusivamente del marketing apropiándose del espacio público, y si hacen marketing social, lo hacen para disimular su irresponsabilidad. Ya no basta para ellas la publicidad, hace falta el branding, que es algo más: es dar un alma al producto (por ejemplo: se está concretando un plan de Pepsi de proyectar su marca en la Luna).

De las cien economías mundiales más grandes, 51 son multinacionales. El ingreso anual de la Shell casi duplica al PBI de Venezuela, uno de los países con más petróleo. La más grande automotriz mundial, General Motors de Estados Unidos, recauda ingresos que superan la suma de las economías de Irlanda, Nueva Zelanda y Hungría. Los hipermercados Wal Mart, de Estados Unidos, superan a Turquía, pero cada una de las fortunas de sus cuatro dueños (que no llegan ni a la mitad de la de Bill Gates) superan al total de la economía de Uruguay, y la Ford (EE. UU.) supera ampliamente al PBI de la Argentina. Por eso hoy el sistema mundial se preocupa más por la crisis en un miembro de ese club que en un país entero. Ello explica también el poder clave que ejercen las corporaciones sobre los gobiernos y los entes mundiales que dirigen la globalización.

(*) Presidente de Fedefa -Federación de Fundaciones Argentinas- Vicepresidente de la CIF -Confederación Iberoamericana de Fundaciones.


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