¿Respuesta al misterio del sida?

Por Héctor Ciapuscio

Teorías conspirativas han plagado la historia del sida. La venganza de Dios, los tortuosos soviéticos, la guerra bacteriológica, el testeo atómico atmosférico. Ahora aparece una que parece creíble.

El doctor Hillary Koprowski es un viejo conocido. Fue quien motivó un caso famoso con escenario en el Centro de Zoonosis de Azul (Buenos Aires) hacia 1986. Introdujo de contrabando, bajo cobertura de la Organización Panamericana de la Salud, operadora del centro por acuerdo con nuestro país, una partida de virus recombinante «vaccinia rabia» y lo hizo experimentar en una partida de lecheras ordeñadas por operarios sin protección antivariólica. Un joven profesional argentino, trabajando en el Instituto Wistar de Filadelfia, propiedad de Koprowski, denunció el caso. El escándalo público determinó la protesta del gobierno, comisiones, disculpas y promesas de indemnización de la OPS, etcétera. Los funcionarios responsables de Salud Pública y Sanidad Animal optaron por la solución drástica (y fácil) de sacrificar los veinte animales inoculados con el virus recombinante. «Morto il cane, finita la rabbia», como en el cuento del napolitano. Todo se diluyó después, como es normal aquí. Se dice que algún funcionario de esos pasó pronto a experto internacional en la OPS.

Hay otro antecedente del doctor Koprowski que conocen pocos. Se dice que, habiendo obtenido de Milstein (quienes se los brindó de acuerdo con las normas científicas de rigor) los datos técnicos de su investigación para los anticuerpos monoclonales -el logro del científico argentino para el Nobel de 1986- la jugosa patente de explotación fue apropiada por el dueño del Wistar.

Estos son antecedentes que nos atañen particularmente a los argentinos. Hay otros que tienen que ver con cosas mayores y están contenidas en una nota a página completa del suplemento de Ciencia del «Times» de Londres (12/11/99). La suscribe el editor de la revista científica «The Lancet», Richard Horton, comentando el libro de Edward Hooper que se refiere al origen de la epidemia de sida. Dado el espacio disponible y la extensión de ese trabajo, aludiremos sólo a algunos detalles y sus principales comentarios.

· En 1959 el doctor Albert Sabin denunció que Koprowski había testeado en el Congo belga una vacuna antipolio contaminada por un virus no identificado. El otro negó acaloradamente la acusación. Sabin logró en 1961, en competencia con Koprowski, la aprobación de su propia vacuna oral.

· En 1992 la revista estadounidense «Time» reprodujo la información publicada por Tom Curtis sobre la posible relación entre las vacunas antipolio y el virus HIV. Entre 1957 y 1960 alrededor de 900.000 personas en Africa central habían recibido la vacuna oral de Koprowski. Curtis explicó que el Virus de Inmunodeficiencia de los Simios (SIV) contaminó la vacuna. Le pidió opinión sobre su teoría a Robert Gallo, el famoso científico americano a quien se le atribuyó en un tiempo el descubrimiento del virus HIV. Este estuvo de acuerdo en que era una «theoretical possibility». Koprowski tuvo que defenderse en «Science»: su vacuna -arguyó- había sido aplicada en lotes de otras poblaciones -por ejemplo en Polonia- sin consecuencias.

Edward Hooper inició su tenaz investigación sobre el origen del virus en 1990. Se extendió durante nueve años. Ahora, en «The River: A journey back to the source of HIV and AIDS» -un libro de 1.070 páginas que publica «The Penguin Press» y es el objeto principal del artículo de Richard Horton que reseñamos- declara que la vacuna oral para la polio de Koprowski es la fuente que estaba buscando. «Creo que así es como empezó la epidemia del sida».

Inició su investigación en Estados Unidos y siguió en Europa, pero toda evidencia del virus lo condujo a Africa. Allí entrevistó a innumerables testigos, hizo rigurosas correlaciones ecológicas entre la vacuna oral antipolio y el HIV -mapas, lugares y fechas de las vacunaciones, número de personas vacunadas, casos y locaciones de aparición del virus-. Fundamentó evidencias de que la vacuna de Koprowski pudo haber sido derivada de tejidos de chimpancé infectados con SIV. Así construyó, en un enorme trabajo tipo crucigrama epistemológico, su teoría tentativa sobre el origen de la epidemia. No deja de anotar las reticencias de científicos testigos y las escapadas para testimoniar de muchos de los que conocieron las vacunaciones en los '50. Teorías conspirativas algo absurdas han plagado la historia del sida, dice Hooper. «Por contraste -esto lo afirma el doctor Richard Horton en su artículo- Hooper ha cumplido una notable, impresionante y completa investigación». Luego de reseñarla, apunta que la más impactante contribución a la teoría vacuna-sida es la cuidadosa revisión de la más reciente evidencia genética concerniente al origen del HIV. Y en ese aspecto, señala Hooper, no es un mero espectador. Ganó crédito ya hace tiempo como autor de un artículo científico publicado en «Nature» que confirmó una muestra positiva tomada en Leopoldville en 1959 como la más antigua infección de HIV en el mundo. Coescrito por investigadores líderes en la materia, concluye con el comentario de que el HIV-1 «puede haber evolucionado de una sola introducción en la población africana, no mucho antes de 1959», exactamente el tiempo cuando tenía lugar el proceso de vacunación oral antipolio masiva. Subrayado terrible: hoy en día lo peor del mundo ocurre en el Africa Subsahariana: 22,5 millones de afectados.

Señala Horton que la teoría de Hooper encontrará dificultades para convencer. Los científicos, en general, se sobresaltan cuando algo echa sombras en relación con esa maravillosa tecnología que es la vacuna, vencedora de morbos ancestrales como la difteria, la viruela, las paperas, la polio, la rubeola, que mataban a millones en todo el mundo. También es cierto que muchos científicos no estarán de acuerdo con la teoría por motivos específicos. Sin embargo, hay testimonios significativos. Horton informa que el principal apoyo intelectual (y financiero) del trabajo de Hooper ha sido el del prominente investigador W. D. Hamilton, de Oxford. Este es un personaje notorio por su contribución a la biología evolucionaria con su teoría explicativa de las conductas humanas altruistas genéticamente conformadas, reconocido por sus pares (por ejemplo E. Wilson, de Harvard, en su autobiografía «Naturalist» que comentamos en su oportunidad) como uno de los líderes del campo.

Hay que destacar que la nota reseñada es, por su asunto, realmente importante. Queremos señalar también su origen científicamente irreprochable. Periodísticamente nos ha parecido valioso recogerla con la mayor fidelidad posible no sólo porque involucra a un personaje del que se registran antecedentes locales negativos, sino también porque -tratándose de una publicación tan reciente- constituye una primicia entre nosotros.


Teorías conspirativas han plagado la historia del sida. La venganza de Dios, los tortuosos soviéticos, la guerra bacteriológica, el testeo atómico atmosférico. Ahora aparece una que parece creíble.

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