Río Negro Online / opinión

A fines del pasado setiembre tuvo lugar en Nueva York la apertura del 58º período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Allí asistieron representantes de los casi doscientos estados que conforman la Organización, quedando entonces grabadas las contradicciones y expectativas que pesan sobre su funcionamiento en estos primeros años del nuevo milenio. Entre otras, emergieron cuestiones de urgencia, como el esquema de la posguerra iraquí, y tópicos estructurales, como la reforma y posible ampliación del Consejo de Seguridad. También el rol y futuro de los distintos organismos que forman parte del sistema de las Naciones Unidas fueron objeto de repetidas referencias. La reforma de la ONU se viene planteando desde hace más de una década. La traumática experiencia de la guerra en Irak y la puesta en crisis del multilateralismo inherente al espíritu de la Organización por parte de los Estados Unidos han invitado a su abordaje con una intensidad pocas veces vista con anterioridad. El objetivo, ahora más que nunca, es lograr una adecuada representatividad de los pueblos, estados y naciones para avanzar en la edificación de un sistema internacional en el que la paz prevalezca sobre la guerra; la seguridad, sobre la amenaza y el desarrollo, sobre las desigualdades extremas y la pobreza. Pero también, implementar aquellos idearios y decisiones que se discuten y aprueban en los foros, cumbres y conferencias, como único modo de apuntalar la centralidad y vigencia del principal instrumento que la humanidad ha logrado desde hace más de medio siglo para proscribir y brindar alternativas al uso de la fuerza armada. En dicha sesión inaugural estuvo presente el presidente argentino, Néstor Kirchner, quien expresó su convicción de que la revitalización de ese ámbito de representación global es fundamental para que el derecho internacional vuelva a ser un instrumento racional que permita dirimir conflictos y enfrentar amenazas. Multilateralidad y seguridad son elementos inseparables, pero no únicos en esta nueva ecuación. Entre las oportunidades y los riesgos de la actual mundialización existe un aspecto que condiciona sobradamente a los demás: el ensanchamiento de la brecha existente entre ricos y pobres y entre países centrales y periféricos. No son escalas de un ejercicio intelectual; tampoco una cuestión de ideologías, sostuvo el presidente. Muy por el contrario, son relaciones que reflejan una realidad lacerante en términos de pobreza y exclusión social sin precedentes. Promover el progreso y la seguridad colectiva exige asumir que el valor seguridad no sólo es un concepto militar, sino que reconoce como propio un escenario político, económico, social y cultural, puesto que el hambre, el analfabetismo y la exclusión son algunos de los presupuestos básicos en los que se generan las condiciones para la proliferación del terrorismo o la aparición de procesos violentos y masivos que hasta pueden desembocar en una amenaza para la paz y la seguridad internacionales. Así lo ha entendido Kirchner, quien afirmó que resulta imprescindible advertir la íntima conexión existente entre seguridad, multilateralidad y economía. En este contexto, auspició la construcción de instituciones mundiales y asociaciones efectivas que posibiliten un comercio justo y abierto, así como el fortalecimiento del desarrollo de los más postergados. Cuestionó también el actual diseño de los organismos multilaterales de crédito y sostuvo que debe incluirse en la agenda el cambio de algunos de sus paradigmas, de modo que el éxito o el fracaso de las políticas económicas se mida en términos de éxito o fracaso en la lucha por su crecimiento y por la equidad distributiva, la lucha contra la pobreza y el mantenimiento de niveles adecuados de empleo. Desde el más deliberativo y representativo de los foros de la ONU, el mandatario se refirió también a la amenaza del terrorismo. Recordó que en los años ’92 y ’94 la Argentina tuvo sus propias Torres Gemelas en los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA, sumando desde entonces algunas experiencias en el terreno y extrayendo de aquellas no pocas enseñanzas. Pero, a diferencia de los apóstoles de la guerra, subrayó que la lucha contra el terrorismo exige una nueva racionalidad en la que no esté ausente la legitimidad en la respuesta y el respaldo de la opinión pública internacional, dos condiciones esenciales no sólo para enfrentar las nuevas formas de violencia organizada, sino también para ubicar el problema del terrorismo internacional en una dimensión que excede la solución militar unilateral.


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