Río Negro Online / opinión
n nuestros días hay quienes hacen de la paz una práctica concreta y vital. Es el caso de un número plural de adolescentes pertenecientes a pueblos enfrentados, quienes durante tres semanas comparten experiencias comunes superando los miedos y las sospechas que subyacen a todo conflicto armado. Así sucede en el campamento de verano de Seeds of Peace (SOP), en Otisfield, Maine, que fue fundado por John Wallach, un ex periodista que cubrió los sucesos en Medio Oriente tras el primer atentado al World Trade Center en 1993. Desde su creación, el centro ha promovido la convivencia de más de 2.000 chicos de entre 14 y 16 años de zonas en guerra, para que conozcan el rostro de aquellos a quienes, en su tierra, aprendieron a odiar. Y para que así se despojen del miedo, la desconfianza y el prejuicio que alimentan la violencia en su región de origen. Entre los jóvenes hay palestinos e israelíes, pero también afganos, egipcios, jordanos, marroquíes, indios, paquistaníes y yemenitas. Ellos comparten sesiones verdaderamente catárticas de 90 minutos de duración, diarias y coordinadas por psicólogos, donde expresan todo lo que piensan y sienten respecto del conflicto del que forman parte. Sus rutinas incluyen también actividades deportivas, talleres de música, teatro, danza y yoga, así como las prácticas náuticas, puesto que el campo está a la orilla del lago Pleasant. Es decir, se estimula su convivencia y la realización conjunta de actividades que permitan transfigurar el rostro del prójimo, cuya identidad hasta el momento de arribar al campamento era la de un enemigo. La función del encuentro en Seeds of Peace -Semillas de Paz- no se agota en los veraniegos días de Maine. La vuelta a casa constituye un capítulo central, puesto que el campamento es el primer paso de un proceso más largo que continúa, precisamente, en el terreno problemático del que cada uno de los jóvenes proviene. Así, por ejemplo, en el Centro de Jerusalén los adolescentes montan obras de teatro con elencos «mixtos», se enseñan recíprocamente conocimientos básicos del hebreo y del árabe, comparten charlas con escritores o políticos y participan en talleres de danza o fotografía. Esta experiencia es el resultado del desarrollo de una disciplina científica, cual es la Polemología, que estudia los conflictos que enfrentan a comunidades, etnias o a pueblos, y que pueden llegar a desencadenar situaciones de guerra. Creada por el politólogo francés Gastón Bouthold en 1948, la Polemología enseña a analizar y procesar las teorías que elabora la ciencia política a la luz de los acontecimientos. Estudia los problemas en toda su dimensión, en sus causas y consecuencias, así como en sus áreas de influencia, su rol ideológico, al tiempo que propone alternativas de solución. Se trata de una ciencia multidisciplinaria, en la medida en que se apoya en la economía, la antropología, la cultura y la religión. Su objetivo final es la consolidación de la paz y de la democracia, para lo cual enseña a meditar sobre los grandes problemas sociales que influyen en el destino del hombre y la sociedad. La educación para la paz, tal como se la experimenta en el campamento de Maine, da sentido y enriquece el pluralismo al abordar los dilemas desde opciones como el diálogo interactivo y solidario, las reflexiones sobre la justicia emancipatoria y la no violencia activa. Anna Bastida, profesora de la Universidad de Barcelona, es autora de un reciente libro titulado: «Desaprender la guerra. Una visión crítica de la educación para la paz». Allí lúcidamente señala que en la medida en que se profundice en el estudio de la guerra, estaremos en condiciones de generar valores y actitudes alternativas a la misma. Destaca que el pacifismo no debe limitarse a la simple condena de la guerra desde presupuestos éticos o morales más o menos vagos. Sino, en cambio, a través de una empresa más compleja y meditada, cual resulta ser la búsqueda de sus causas profundas, en la realidad histórica en que aparecen, con sus contradicciones e irracionalidades. De este modo se podrá pavimentar el camino para la construcción de actitudes pacifistas fundamentadas y más coherentes, menos dogmáticas y empíricamente satisfactorias. La experiencia de Seeds of Peace es, en ese sentido, un buen punto de partida.
n nuestros días hay quienes hacen de la paz una práctica concreta y vital. Es el caso de un número plural de adolescentes pertenecientes a pueblos enfrentados, quienes durante tres semanas comparten experiencias comunes superando los miedos y las sospechas que subyacen a todo conflicto armado. Así sucede en el campamento de verano de Seeds of Peace (SOP), en Otisfield, Maine, que fue fundado por John Wallach, un ex periodista que cubrió los sucesos en Medio Oriente tras el primer atentado al World Trade Center en 1993. Desde su creación, el centro ha promovido la convivencia de más de 2.000 chicos de entre 14 y 16 años de zonas en guerra, para que conozcan el rostro de aquellos a quienes, en su tierra, aprendieron a odiar. Y para que así se despojen del miedo, la desconfianza y el prejuicio que alimentan la violencia en su región de origen. Entre los jóvenes hay palestinos e israelíes, pero también afganos, egipcios, jordanos, marroquíes, indios, paquistaníes y yemenitas. Ellos comparten sesiones verdaderamente catárticas de 90 minutos de duración, diarias y coordinadas por psicólogos, donde expresan todo lo que piensan y sienten respecto del conflicto del que forman parte. Sus rutinas incluyen también actividades deportivas, talleres de música, teatro, danza y yoga, así como las prácticas náuticas, puesto que el campo está a la orilla del lago Pleasant. Es decir, se estimula su convivencia y la realización conjunta de actividades que permitan transfigurar el rostro del prójimo, cuya identidad hasta el momento de arribar al campamento era la de un enemigo. La función del encuentro en Seeds of Peace -Semillas de Paz- no se agota en los veraniegos días de Maine. La vuelta a casa constituye un capítulo central, puesto que el campamento es el primer paso de un proceso más largo que continúa, precisamente, en el terreno problemático del que cada uno de los jóvenes proviene. Así, por ejemplo, en el Centro de Jerusalén los adolescentes montan obras de teatro con elencos "mixtos", se enseñan recíprocamente conocimientos básicos del hebreo y del árabe, comparten charlas con escritores o políticos y participan en talleres de danza o fotografía. Esta experiencia es el resultado del desarrollo de una disciplina científica, cual es la Polemología, que estudia los conflictos que enfrentan a comunidades, etnias o a pueblos, y que pueden llegar a desencadenar situaciones de guerra. Creada por el politólogo francés Gastón Bouthold en 1948, la Polemología enseña a analizar y procesar las teorías que elabora la ciencia política a la luz de los acontecimientos. Estudia los problemas en toda su dimensión, en sus causas y consecuencias, así como en sus áreas de influencia, su rol ideológico, al tiempo que propone alternativas de solución. Se trata de una ciencia multidisciplinaria, en la medida en que se apoya en la economía, la antropología, la cultura y la religión. Su objetivo final es la consolidación de la paz y de la democracia, para lo cual enseña a meditar sobre los grandes problemas sociales que influyen en el destino del hombre y la sociedad. La educación para la paz, tal como se la experimenta en el campamento de Maine, da sentido y enriquece el pluralismo al abordar los dilemas desde opciones como el diálogo interactivo y solidario, las reflexiones sobre la justicia emancipatoria y la no violencia activa. Anna Bastida, profesora de la Universidad de Barcelona, es autora de un reciente libro titulado: "Desaprender la guerra. Una visión crítica de la educación para la paz". Allí lúcidamente señala que en la medida en que se profundice en el estudio de la guerra, estaremos en condiciones de generar valores y actitudes alternativas a la misma. Destaca que el pacifismo no debe limitarse a la simple condena de la guerra desde presupuestos éticos o morales más o menos vagos. Sino, en cambio, a través de una empresa más compleja y meditada, cual resulta ser la búsqueda de sus causas profundas, en la realidad histórica en que aparecen, con sus contradicciones e irracionalidades. De este modo se podrá pavimentar el camino para la construcción de actitudes pacifistas fundamentadas y más coherentes, menos dogmáticas y empíricamente satisfactorias. La experiencia de Seeds of Peace es, en ese sentido, un buen punto de partida.
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