Río Negro Online / Opinión
Dónde está América Latina?», preguntaba casi a gritos un reciente editorial del «Miami Herald». ¿Dónde están las democracias de la región cuando hace falta denunciar las condenas a 78 activistas pacíficos cubanos -entre ellos 28 periodistas- a prisión por crímenes como tener una grabadora o una máquina de fax? Ya que mi trabajo en el «Miami Herald» consiste en tratar de dilucidar cuestiones como ésta, llamé por teléfono a los cancilleres de los principales países de América Latina y les pregunté por sus posiciones respecto de la ola de represión en Cuba. El periodista independiente cubano Raúl Rivero, por ejemplo, fue sentenciado a 20 años de prisión bajo una nueva ley de la dictadura cubana que prohíbe a los isleños escribir para medios extranjeros sin autorización del Estado, o poseer «propaganda enemiga», como ser periódicos de Estados Unidos o copias de la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. El acta oficial de la condena de Rivero no tiene desperdicio. «En el registro domiciliario efectuado al acusado, entre otros artículos, se le ocupó (sic) un radio marca Sony, una grabadora, un cargador digital de baterías, una máquina de escribir, una computadora personal laptop marca Samsung-. (y) 18 sobres conteniendo artículos periodísticos», dice el acta del fiscal del gobierno cubano. Alemania, España, Canadá, Amnistía Internacional y hasta el Partido Comunista de Francia han expresado su «enérgica condena» por la ola de represión, les señalé a los cancilleres y sus funcionarios más cercanos. «¿Qué van a hacer ustedes? ¿Van a condenar también o van a hacer declaraciones timoratas «lamentando» estos hechos, o «expresando preocupación» por ellos?», les pregunté. Antes de ofrecerles mi opinión sobre las respuestas que me dieron, he aquí lo que dijeron. Desde Madrid, el canciller mexicano Luis Ernesto Derbez me dijo por medio de su vocero que México «lamenta» las condenas a prisión de los opositores pacíficos, y que tomará estos hechos en cuenta a la hora de votar sobre la situación de Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en Ginebra, el 16 de abril. El canciller brasileño Celso Amorim, cuyo país todavía no ha abierto la boca sobre este tema, respondió: «La situación de los derechos humanos siempre nos preocupa en cualquier país que sea. Pero las acciones más estridentes no siempre son las más eficaces». El canciller peruano Allan Wagner, cuyo país está copatrocinando una resolución suavizada sobre Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, me dijo que Perú «expresa su preocupación por la situación por la que atraviesan 80 disidentes, intelectuales y periodistas independientes cubanos». El canciller argentino, Carlos Ruckauf, me señaló que «la dictadura cubana ha cometido otro crimen contra la libertad de expresión». Pero su jefe, el presidente Eduardo Duhalde, simultáneamente hacía malabarismos verbales ante la prensa en España para evitar una crítica abierta a Cuba. Según fuentes gubernamentales argentinas, Duhalde está considerando un voto favorable a Cuba a pedido de su candidato presidencial Néstor Kirchner, que quiere capitalizar el sentimiento antiestadounidense en el país por la guerra de Irak para ganar votos «progresistas». ¡Qué ironía! Los propios presidentes democráticos de México, Brasil, Argentina, Perú y Chile eran hasta no hace mucho activistas de oposición de sus países, que golpeaban las puertas de misiones diplomáticas, organizaciones de derechos humanos y periodistas de otros países para dar a conocer sus denuncias contra regímenes autoritarios. Comparados con Rivero, la tuvieron fácil. La mayoría de ellos nunca fueron arrestados por el delito de tener una máquina de escribir, o periódicos extranjeros, o por hablar con diplomáticos extranjeros. ¿Cómo se puede explicar su tibieza ahora? Hay tres cosas que los presidentes latinoamericanos deberían hacer. Primero, siguiendo los ejemplos de Alemania, España y Canadá, deberían congelar los planes de cooperación con Cuba hasta tanto el presidente vitalicio de la isla dé marcha atrás a estas condenas. Segundo, deberían condenar enérgicamente a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Tercero, deberían bloquear la reelección de Cuba para un nuevo período en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. «Es inconcebible que Cuba sea reelecta para un nuevo período, como si tuviera derecho a estar en esta comisión, cuando sistemáticamente viola e ignora sus resoluciones», me dijo José Miguel Vivanco, director para América Latina de la organización de derechos humanos Human Rights Watch. «Los gobiernos latinoamericanos tienen una oportunidad histórica de evitar este absurdo». Estoy de acuerdo. El «lamentar», expresar «preocupación» o quedarse callado -como Brasil- ante condenas de dos décadas de prisión a periodistas y activistas pacíficos son respuestas patéticas ante lo que está sucediendo en Cuba. Será difícil seguir viendo a estos presidentes como defensores de la democracia si no condenan por igual los abusos de las dictaduras de derecha y de las dictaduras de izquierda.
Dónde está América Latina?", preguntaba casi a gritos un reciente editorial del "Miami Herald". ¿Dónde están las democracias de la región cuando hace falta denunciar las condenas a 78 activistas pacíficos cubanos -entre ellos 28 periodistas- a prisión por crímenes como tener una grabadora o una máquina de fax? Ya que mi trabajo en el "Miami Herald" consiste en tratar de dilucidar cuestiones como ésta, llamé por teléfono a los cancilleres de los principales países de América Latina y les pregunté por sus posiciones respecto de la ola de represión en Cuba. El periodista independiente cubano Raúl Rivero, por ejemplo, fue sentenciado a 20 años de prisión bajo una nueva ley de la dictadura cubana que prohíbe a los isleños escribir para medios extranjeros sin autorización del Estado, o poseer "propaganda enemiga", como ser periódicos de Estados Unidos o copias de la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. El acta oficial de la condena de Rivero no tiene desperdicio. "En el registro domiciliario efectuado al acusado, entre otros artículos, se le ocupó (sic) un radio marca Sony, una grabadora, un cargador digital de baterías, una máquina de escribir, una computadora personal laptop marca Samsung-. (y) 18 sobres conteniendo artículos periodísticos", dice el acta del fiscal del gobierno cubano. Alemania, España, Canadá, Amnistía Internacional y hasta el Partido Comunista de Francia han expresado su "enérgica condena" por la ola de represión, les señalé a los cancilleres y sus funcionarios más cercanos. "¿Qué van a hacer ustedes? ¿Van a condenar también o van a hacer declaraciones timoratas "lamentando" estos hechos, o "expresando preocupación" por ellos?", les pregunté. Antes de ofrecerles mi opinión sobre las respuestas que me dieron, he aquí lo que dijeron. Desde Madrid, el canciller mexicano Luis Ernesto Derbez me dijo por medio de su vocero que México "lamenta" las condenas a prisión de los opositores pacíficos, y que tomará estos hechos en cuenta a la hora de votar sobre la situación de Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en Ginebra, el 16 de abril. El canciller brasileño Celso Amorim, cuyo país todavía no ha abierto la boca sobre este tema, respondió: "La situación de los derechos humanos siempre nos preocupa en cualquier país que sea. Pero las acciones más estridentes no siempre son las más eficaces". El canciller peruano Allan Wagner, cuyo país está copatrocinando una resolución suavizada sobre Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, me dijo que Perú "expresa su preocupación por la situación por la que atraviesan 80 disidentes, intelectuales y periodistas independientes cubanos". El canciller argentino, Carlos Ruckauf, me señaló que "la dictadura cubana ha cometido otro crimen contra la libertad de expresión". Pero su jefe, el presidente Eduardo Duhalde, simultáneamente hacía malabarismos verbales ante la prensa en España para evitar una crítica abierta a Cuba. Según fuentes gubernamentales argentinas, Duhalde está considerando un voto favorable a Cuba a pedido de su candidato presidencial Néstor Kirchner, que quiere capitalizar el sentimiento antiestadounidense en el país por la guerra de Irak para ganar votos "progresistas". ¡Qué ironía! Los propios presidentes democráticos de México, Brasil, Argentina, Perú y Chile eran hasta no hace mucho activistas de oposición de sus países, que golpeaban las puertas de misiones diplomáticas, organizaciones de derechos humanos y periodistas de otros países para dar a conocer sus denuncias contra regímenes autoritarios. Comparados con Rivero, la tuvieron fácil. La mayoría de ellos nunca fueron arrestados por el delito de tener una máquina de escribir, o periódicos extranjeros, o por hablar con diplomáticos extranjeros. ¿Cómo se puede explicar su tibieza ahora? Hay tres cosas que los presidentes latinoamericanos deberían hacer. Primero, siguiendo los ejemplos de Alemania, España y Canadá, deberían congelar los planes de cooperación con Cuba hasta tanto el presidente vitalicio de la isla dé marcha atrás a estas condenas. Segundo, deberían condenar enérgicamente a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Tercero, deberían bloquear la reelección de Cuba para un nuevo período en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. "Es inconcebible que Cuba sea reelecta para un nuevo período, como si tuviera derecho a estar en esta comisión, cuando sistemáticamente viola e ignora sus resoluciones", me dijo José Miguel Vivanco, director para América Latina de la organización de derechos humanos Human Rights Watch. "Los gobiernos latinoamericanos tienen una oportunidad histórica de evitar este absurdo". Estoy de acuerdo. El "lamentar", expresar "preocupación" o quedarse callado -como Brasil- ante condenas de dos décadas de prisión a periodistas y activistas pacíficos son respuestas patéticas ante lo que está sucediendo en Cuba. Será difícil seguir viendo a estos presidentes como defensores de la democracia si no condenan por igual los abusos de las dictaduras de derecha y de las dictaduras de izquierda.
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