RIO SUELTO: Lágrimas en el cielo
– «Mire que ya pasaron varios días… Pero no hay caso. Extraño su trazo sobre el lomo».
– «Es así nomás, amigo Mendieta. Yo hace diez años que extraño la mano del Gordo sobre el mio y es como si ese día de enero nunca hubiera terminado».
El perro mira hacia el cielo e imagina: «Qué andará haciendo allá arriba. Seguro que juntó un montoncito de estrellas, armó un par de arcos y ya está jugando a la pelota…»
El gato cree verlo dibujando escenas celestiales sobre un tablero fantástico, mientras los santos buscan tirarse caños entre sus sotanas en un picadito universal. El perro y el gato son Mendieta y el Negro Vení. ¿Quién va a imaginarlos ahora?
El perro ya no tiene quién le trace el lomo sobre la página en blanco, pero tiene a quienes nunca vamos a olvidarlo. Ni a él ni a su entrañable compañero Inodoro Pereyra. Ni siquiera a Boggie, alma dura de tiempos violentos. «Cómo será que hasta lo vi lagrimear al Aceitoso», sugiere Mendieta.
El gato no necesita trazo. Necesita la mano y los papeles de Osvaldo Soriano. Esos papeles que él bautizaba recostándose encima. Si eso ocurría, entonces esos papeles serían una gran novela. Al menos eso creía Soriano. Al menos eso creemos nosotros.
La hoja está en blanco. Mendieta ya no ríe. El Negro Vení, tampoco. Un gato mira al cielo desde hace tiempo. En perro se acerca y lo acompaña. ¿Qué será de ellos? Más aún ¿qué será de nosotros? La muerte nos grita en la cara que la vida ahora será mucho peor. Nos quedan los libros, es cierto. Pero no alcanza… Nunca olvidaremos a Roberto Fontanarrosa.
JUAN MOCCIARO
jmocciaro@rionegro.com.ar
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