La criancera que recorre kilómetros para llevar a sus hijos a la escuela

Valeria fue picada por una yarará hace dos años, pero no está dispuesta a dejar su vida de criancera. En moto traslada a su hija hasta la escuela del barrio Noroeste.

Muchos son los padres y madres que llegan hasta la escuela 289 en moto trayendo sus hijos, pero una de las mujeres llega con un pequeño bebé aferrado a su pecho y detrás, una niña de 12 años.

Mucha ropa y una mantita abrigan al pequeño de nueve meses. Su madre se baja, despide a Anahí con un beso y sube a la moto nuevamente para llevar al niño al puesto de salud porque está con fiebre.

La mujer se llama Valeria Argüello, tiene ojos claros y cabello castaño. Sus manos se notan frías y se aprecian varias marcas de pequeñas lastimaduras. Es que su trabajo impide que pueda dedicarse a sí misma porque los hijos, la casa y los animales tienen prioridad.

Cuenta que es nacida en Mendoza, pero criada en Mainqué, donde vive su madre que llegó hace varios años con seis hijos. Se define como una pequeña criancera, como tantas otras mujeres que trabajan a la par de los hombres.

Vive a pocos metros de la última defensa aluvional del norte de Roca, donde el clima y la geografía patagónica muestran su mayor dureza.

La moto de 150 cc es prácticamente todo para Valeria y a pesar que en el puesto hay una camioneta vieja, nunca se animó a manejarla. “Si querés te corro en moto, pero en auto no puedo”, dice mientras señala el pantalón manchado por una pérdida de aceite del motor.

Desde hace cuatro años vive en el puesto de Bocardi ubicado a varios kilómetros al norte de barrio Nuevo. Cada mañana se levanta a las seis para prender el fuego, tomar unos mates y abrigar muy bien al bebé, para luego arrancar la moto y llevar a su hija a la escuela. Su esposo queda en casa cuidando al otro pequeño de tres años e iniciar la jornada atendiendo a los animales.

Chivos, gallinas, algunos chanchos y los perros, guardianes del campo, forman parte del trabajo diario, aunque los fines de semana se suman otras tareas, tal vez más duras.

Valeria cuenta que antes vivían cerca de Casa de Piedra y que la escuelita rural ubicada al sur de la represa cerro. Eso hizo que se tuvieran que trasladar a otro campo, al norte de Roca.

Una pequeña casa de materiales en una loma fue construida por el matrimonio, donde viven actualmente. Desde allí sale Valeria en moto para realizar todas las tareas fuera de casa.

La mujer dice que tiene otras dos hijas, de 15 y 17 años, que viven en casa de su abuela en Mainqué, donde pueden asistir el secundario.

“Nosotros vivimos de los animales y de juntar algunos materiales como cartón y plásticos. A veces voy a limpiar una fábrica al parque industrial y con eso le damos de comer a los chanchos por ejemplo, entre otros trabajos”, cuenta Valeria.

El agua es uno de los bienes más preciados por los puesteros y la sequía ha generado muchos problemas en los últimos meses. La única forma de obtenerla es a través del municipio que cada 15 días envía un camión con agua potable para la familia y los animales, aunque no alcanza para mantener árboles o plantas, excepto las jarillas, neneos y alpatacos típicos de la meseta patagónica.

“No se puede tener nada porque lo comen las chivas y porque tenemos poca agua acá arriba”, dice.

El peligro del puma

La cría de los animales se vuelve cada vez más difícil. Conseguir alimentos es cada vez más caro y a eso se suma que las fuertes heladas que hubieron hace dos meses provocaron la muerte de los chanchos recién nacidos.

“Hubo heladas de 8° bajo cero. Justo esa noche estaba pariendo la chancha, así que a medida que nacían se morían”, se lamenta.

Pero no sólo es el clima el que mata a sus animales, también lo son los pumas que suelen bajar en busca de alimento. “A veces la hembra no mata para comer, lo hace para enseñar a sus crías cómo se hace y eso genera grandes pérdidas. De 60 chivos que teníamos sólo nos quedan unos 20”, dice.

– ¿No te gustaría dejar el campo y vivir en los barrios de Roca? -preguntó este medio y la respuesta fue tajante: “Si viniéramos al pueblo, nos enfermamos. Elegimos seguir viviendo en el puesto. Para muchos esta es una vida sacrificada pero yo no lo veo así. Prefiero el aire limpio, el campo y mis animales”.

Una yarará al acecho

Uno de los trabajos alternativos de la familia es buscar leña en el campo los fines de semana. En enero de 2016 Valeria y Juan Carlos acamparon en el campo, como tantas veces, para comenzar la tarea antes que salga el sol, ya que las temperaturas suelen llegar a más de 36 grados.

“Nosotros dormíamos en la camioneta y cuando me levante, me mordió una yarara ñata. En menos de 10 minutos sentí como se me congelaba la pierna, además de mareos, hasta que perdí el conocimiento. Mi marido me llevó hasta un cruce donde me esperaba un patrullero que después se quedó a mitad de camino porque se rompió. Esa demora hizo que finalmente perdiera el conocimiento.

En la sala de Casa de Piedra me colocaron un antídoto y me trasladaron a Roca, donde estuve una semana internada. Fue un susto grande y por eso ahora me da un poco de temor cuando vamos a buscar leña”, relató Valeria.

Piden un transporte escolar para niños de los puestos

Anahí tiene 12 años y cursa sexto grado de la escuela N°289, de barrio Noroeste. El frío, la lluvia, el viento, las heladas y las largas distancias, son una constante en su vida desde que comenzó la escuela primaria.

Salir de la cama para ir a la escuela es siempre un sacrificio para una niña que debe enfrentar las condiciones climáticas extremas. La moto en que viaja con su mamá es lo único que tienen para llegar al colegio, pero otras compañeras la pasan peor.

“Algunas de mis compañeras, que también viven en los puestos de acá cerca, se van caminando y a las siete de la mañana está muy oscuro. Otras compañeras viven en la toma de barrio Nuevo y también pasan frío”, dice Anahí, pensando más en sus compañeras que en ella misma.

La mamá Valeria manifiesta que ella no necesita nada, pero los chicos y chicas de los puestos “deberían tener acceso a un transporte de parte del Estado”.


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