La historia de José, el inmigrante que convirtió la discriminación en militancia

Sus padres lo trajeron a Argentina en bueyes y en forma clandestina. Fue obrero de la represa El Chocón, donde vivió injusticias contra extranjeros. En Cervantes, trabaja por los derechos de los inmigrantes.

José Dagoberto Avila Pinto es conocido como “varón” en Cervantes, apodo que se apropió el mismo por los obreros cordobeses que trabajaron en la construcción de la represa El Chocón, en la década del ´70.

Su trabajo en Cervantes consiste en vender los pasajes de colectivos interurbanos de la agencia de colectivos Ko-Ko. Paralelamente tiene otra actividad solidaria y tiene que ver con brindar asesoramiento a inmigrantes que llegan al valle.

Esta sensibilidad de brindar una mano a los extranjeros le nace de haber vivido en carne propia los sufrimientos y discriminación por ser un niño chileno y de condición muy pobre. Esta es su historia.

Nació en Valdivia, Chile en 1946. En 1949 su padre, José Alejandro, decide cruzar la frontera hacia Argentina en busca de un mejor horizonte. En San Martín de los Andes es contratado por un “turco” que le presta una yunta de bueyes y un carro para que vuelva a Chile a buscar a su familia.

“Papá y mamá, Juana Pinto, se vinieron por peligrosos lugares cordilleranos trayéndonos a nosotros. El baúl que trajeron con alimentos aún lo conservamos en la familia”, dice mientras muestra el recuerdo dejado por su sus padres ya fallecidos.

Ilegalidad y discriminación

Siendo muy chico, José vivió con sus padres en una zona de montaña considerada como un paso fronterizo clandestino. “Recuerdo que tenía un tío que se encargaba de llevar mercadería a Chile por ese paso conocido como “la lipela” y traía gente en forma clandestina. Era un contrabandista”, dice.

Entre esas imágenes que llegan a su memoria, describe que había familias enteras que cruzaban caminando y llegaban a la casa que tenían en la montaña, donde su mamá preparaba suculentas comidas en un gran fogón, como el “roquín”, una mezcla de charqui, huevos cocidos y pan. Los “ilegales” llegaban cansados, comían y seguían su camino hacia distintas zonas de Neuquén o Rio Negro.

A los siete años, José ya acompañaba a su padre al bosque. Mientras el hombre hachaba árboles, el pequeño José preparaba la comida o cocía el pan que había sido amasado horas antes por los mismos hacheros.

Fue su abuela quien lo sacó de la montaña y lo llevó a la escuela, pero José no lograba adaptarse. “En esos lugares era muy difícil ir a la escuela, éramos ilegales y muy pobres, siempre andábamos a pata.

Mi abuela limpiaba la casa de una maestra quien le facilitó el ingreso mío y de mi hermana, pero yo no soporte. Había mucha discriminación. Eso me dejó marcas para toda la vida y por eso no me gustan las injusticias que se cometen contra los extranjeros. Esa vida hizo que yo decidiera realizar tareas de facilitación de trámites como los documentos para quienes vienen de otros países”, relata José Avila.

Obrero de la represa “El Chocón”

En 1966 llegó a Cervantes y siendo muy joven ingresó a trabajar en la construcción de la represa El Chocón, conocida en ese entonces como “la obra del siglo”.

“Yo tendría unos 21 años y trabajé hasta los 29. Allí habían personas de muchas nacionalidades: los chilenos eran contratados por su facilidad para las tareas de carpintería y armado de hierros, los bolivianos para su experiencia en el movimiento de tierra y explosivos, los paraguayos para albañilería y así muchos obreros que vivíamos en la obra, pero se cometían muchas injusticias y abusos.

En 1977 me tuve que retirar por uno de los tantos accidentes que hubo: un guinche, que levantaba materiales, no soportó el peso y la pluma cayó. Murió el maquinista y varios nos accidentamos. Todos los meses moría alguien en la represa”, asegura “varón”.

José fue parte de los obreros que reclamaban por mejoras salariales y medidas de seguridad y fue testigo privilegiado de las mediaciones que realizaba el entonces Obispo de Neuquén, Jaime de Nevares, contra empresarios y militares de la época, a quien apodaron el “obispo choconazo”.

Canillita del pueblo

La falta de estudios durante su niñez hizo que José fuera un buscavidas. Uno de sus trabajos fue ser canillita, tarea que desempeñó por 40 años. Paralelamente, con su esposa puso un kiosco llamado “J.D”.

“A las cinco de la mañana salía a repartir el diario y después seguíamos con mi esposa en el kiosco”, recuerda y lamenta la pérdida de su mujer Iris Monsalve, hace poco más de un año, con quien tuvo tres hijos varones que le han dado cinco nietos.

José tiene 72 años, aunque su rostro no lo demuestra y las situaciones vividas en la niñez y en El Chocón, fueron marcando una misión que debía desempeñar y esa fue la de brindar ayuda a los inmigrantes ilegales y a los que llegan con toda la reglamentación, pero necesitan orientación en distintos trámites.

Fue así que participó como colaborador en la Pastoral de Migraciones, fue Presidente de la Asociación Chilena “Manuel Rodríguez”, creó la oficina de policía migratoria auxiliar y realizó un trabajo sobre los derechos de los niños migrantes que fue incorporado en un libro escrito por el periodista Pablo Ceriani Cernadas especializado en derechos migratorios.

“En el 2005, el Presidente Néstor Kirchner, brindó una moratoria para regularizar la situación de los indocumentados. Eso permitió que muchos tuvieran documentos y aportes patronales y esa tarea estuvimos también”, cuenta.

Su tarea en Cervantes y en el valle, hizo que muchos de esos extranjeros fueran reconocidos por sus aportes al crecimiento del valle desde distintos municipios valletanos. En esta tarea tiene como colaborador al sargento retirado, Luis Choilaf.


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