Sueños forjados en Somuncura

El joven roquense pasó de las fiestas regionales al escenario mayor de Cosquín y a girar por el mundo. Guitarrista y cantor, su música tiene la mística del valle y la meseta.

Yo soy: Jonathan Ceballes

P- ¿Podrías definir en pocas palabras quién es Jonathan Ceballes?

R- Me cuesta mucho hablar de mí mismo. Pero podría decir que soy uno de los tantos músicos que van en busca de sus objetivos y que a veces prefieren el camino más duro y lento pero más digno, nada distinto de mis colegas que andan en la misma lucha.

P- ¿Cómo fue la experiencia de cantar en el escenario mayor de Cosquín?

R- Es la tercera vez consecutiva que subo a ese escenario en el festival mayor. La primera fue cuando gané el certamen y canté bajo mi nombre y las otras dos siendo el director musical de la delegación de Río Negro. Cada una de ellas fue como actuar por primera vez. Los nervios, las ansias, los recuerdos y la emoción invaden los pensamientos. Sentimientos comunes en los folcloristas que desde niños soñamos con estar allí.

P- ¿Y en las fiestas de la región? ¿La de la Manzana, de la Pera y de la Lana?

R- Los escenarios de mi región tienen ese calor que sólo pueden dar la familia, los amigos y los vecinos que aplauden y cantan desde abajo. Su apoyo es fundamental para seguir trabajando. Las siento como fiestas muy familiares, donde se le canta a nuestros seres queridos. Junto a mis amigos de escenario disfrutamos mucho recorrer las distintas localidades semana a semana.

P- ¿Influye en tu canto el Alto Valle?

R- Hace pocos años me animé a mostrar mis canciones en público, todas ellas intentan hablar de nuestros paisajes, la gente, nuestras problemáticas. El Valle es uno de los lugares que más me han influenciado. Mi papá llegó desde el sur a trabajar en las chacras levantando frutas del suelo, podar, cosechar, ralear y trabajó en los galpones. Con mi mamá y mis hermanos íbamos al río, paseábamos por el Canalito y, cuando subíamos a jugar arriba del techo en nuestra casa en Barrio Nuevo, podíamos apreciar lo grande y bello que es este valle mirando las azules bardas. No podría no cantarle. El Valle me dio todo.

P- ¿Y la estepa?

R- Mi abuela de 84 años vive en El Caín y con ella pasé todos los veranos de mi infancia y mi adolescencia recorriendo planizas –como suelen llamar a las planicies, tierra adentro–, cañadones y faldeos al pie de la meseta de Somuncura, repuntando chivas y ovejas. Por las noches tomaba mi guitarra y soñaba cosas que hoy estoy cumpliendo. Aprendí mucho en las señaladas y fiestas camperas viendo a los gauchos payar, contar sus aventuras en una milonga o crear melodías con esas manos curtidas en acordeones verduleras. Nunca aprendí a esquilar ni a carnear pero fui un buen observador y trato de que esa idiosincrasia se refleje en mi música. La mística que tienen esos ásperos paisajes es increíble.

P- ¿Cómo es un día de estudio en el IUPA?

R- Un día allí es llenarse de sonidos distintos en cada aula, asombrarse por los bailarines, artes visuales repartidas en los pasillos, profesores de excelente calidad, un ambiente muy cálido y… lo tenemos cerca. El IUPA marcó un antes y un después en mi formación. Me abrió la mente, me hizo escuchar música nueva. Estudié siete años guitarra clásica y tres años canto lírico. Hoy me encuentro en la última etapa de la carrera de educación musical, donde sumo día a día más herramientas como docente, y trabajo en el Ensamble Popular de Fundación Cultural Patagonia, donde aplico todo lo aprendido, así como en mi rol de músico popular.


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