Romper la estacionalidad en el turismo

Desde el comienzo de las creencias humanas, el descanso semanal se impuso como obligatorio desde todas las religiones. Esta conquista social en la cuna de la era industrial involucró el llamado “sábado inglés”, medio día, que facilitó la estructuración del descanso compensatorio. Ya en el siglo XIX, en los países pioneros del advenimiento industrial –salvo las fechas intransferibles, como la de la Independencia– se trató de llevar los feriados, patrióticos o recordables, a los viernes o lunes, a los efectos de no parar las estructuras productivas pendientes de calderas y actitudes de mayor productividad, y para que no se pierdan impulsos o programas de resultados programados. La calidad de vida, ahora asociada a la productividad, no puede dejar de lado estas programaciones a favor de la recuperación de mayor productividad del hombre y de sus conquistas sociales de racional tiempo libre. Una actividad de intenso esfuerzo para brindar los mejores servicios, en beneficio del hombre, involucra hoy en la Argentina más de un millón de puestos de trabajo que crecen con el tiempo y que obligan a consolidarlos. La estacionalidad en el uso de estos servicios (hoteles, restaurantes, venta de servicios y recuerdos, etc.) representa un condicionante de profundas consecuencias para el crecimiento y desarrollo de los centros turísticos. Su corrección debe ser prioridad en los objetivos a lograr por el sector y en la política a dictar desde el gobierno en la materia. En el destino turístico Madryn se acaba de dar un buen ejemplo, que repetido en los 2.500 municipios de la Argentina, se puede incrementar y convertir en algo muy positivo para las ciudades, comarcas y lugares que atraen al visitante. A través de la Resolución Nº 1663/09, que lleva la firma del intendente municipal Carlos Tomás Eliceche, de Puerto Madryn, el Día del Empleado Municipal (8 de noviembre) fue trasladado al lunes 9. El motivo fue para que esos trabajadores pudieran disfrutar de un “fin de semana largo”. Venimos bregando hace mucho tiempo para que a los días oficiales les agreguemos, con este criterio de fines de semana largos, los feriados gremiales. Así se llegaría a un ideal que no alteraría la productividad ni el calendario escolar. Desde la gestión (1987) de Francisco Manrique, en la Secretaría Nacional de Turismo, se incorporaron cuatro fines de semana largos a partir de celebraciones calendarias que, reubicadas en el lunes siguiente, pasaron a ampliar la generación de riqueza en miles de pueblos o ciudades del interior de la Argentina con cualidades turísticas. Desde la década de los años setenta se lograron desdoblar las vacaciones de invierno, lo que ha permitido calidad para los usuarios y redituabilidad para prestadores y operadores de servicios de viajes y turismo. Esto agregado al rito religioso de Fin de Año y de la Semana Santa, cristiana o Pascua judía. Con las coincidencias de feriados fijos, con los fines de semana, originan un calendario, que más allá de la frivolidad que en otros tiempos se podía presumir, surge un apuntalamiento inteligente sobre una de las actividades prioritarias del país, desde lo productivo genuino y sostenible, a lo respetable que debe ser para los gobiernos un sector que absorbe más de un millón de trabajadores permanentes, piedra angular de la mejor “calidad de vida”. La explosión del turismo como fenómeno mundial, cuantitativo, como “conquista social del siglo”, imparable en el crecimiento de las últimas tres décadas, otorgó una nueva dimensión al fenómeno, ahora masivo, que arrastra la provisión de miles de puestos de trabajo y da forma a uno de los tres factores esenciales que movilizan la economía del planeta. El turismo de las últimas décadas no se parece en nada al que existió en el pasado. Históricamente “hacer turismo” parecía privativo de clases sociales económicamente acomodadas o, dicho de otro modo, de personas que no tenían limitaciones, ni en el gasto o en el tiempo. Profundizando el tema podemos agrupar los efectos negativos de la estacionalidad en el turismo en dos grandes apartados: económicos y sociales. Entre los primeros cabe citar la baja rentabilidad de las inversiones en equipamientos turísticos, que deteriora las infraestructuras, junto con la estimulación al alza de los precios; el elevado costo de la reposición y amortización de infraestructuras y la dificultad en el armado de un eficaz servicio de transporte, proveedor de visitantes. Como efectos sociales negativos se pueden mencionar: la temporalidad de los puestos de trabajos principales, el deterioro del entorno ecológico y paisajístico, de todos (si en un corto período se deben hacer las ganancias, entre otras cosas se “sobrecarga” el lugar o los atractivos de oferta). Forzadas las estructuras en los meses de temporada alta para poder recepcionar un número importante de turistas, coincidiendo en los mismos lugares en idénticas fechas, se producen ataques directos a la propia naturaleza que terminan alterando el equilibrio ecológico. Así se contaminan playas y cursos de agua, se llega a sobredimensionar la planta de servicios (agua, luz, gas, cloacas, etc.), se alteran los patrimonios forestales y llegan a originarse perjuicios irreversibles. Otro aspecto a considerar es el de las incomodidades que deben soportarse en los lugares del destino vacacional como consecuencia de los elevados niveles de concentración puntual. Entre ellos pueden mencionarse: la reducción de la satisfacción del viaje o vacación; la desaparición de la tranquilidad y el sosiego en playas, bosques y sierras, y la desordenada, además de sobrecargada, demanda que reduce la calidad de los servicios y los encarece en muchos casos, lo que destruye la imagen del centro turístico. En este conjunto de reflexiones cabe recordar que la relación de estacionalidad y desempleo es de consecuencias perjudiciales: sólo un limitado porcentaje de prestadores de servicios puede migrar en busca de una continuidad laboral, quedando el resto subutilizado gran parte del año. Desestacionalizar no es sólo vender más, sino mejor. El factor precio, como resorte de captación de clientes en baja temporada, debe alternarse significativamente con la diversificación del producto, generando deseo en el consumidor final en los cuatro grandes campos de actividades culturales, en entretenimientos y juegos, deportes y salud. A esta tarea debe aplicarse un claro sentido de innovación y creatividad. Crear el ordenamiento calendario de este trascendente sector, sin lugar a dudas, es un deber indelegable del Estado. (*) Asesor honorario del Ministerio de Turismo de la Nación

Antonio Torrejón (*)


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