Safita mató por celos infundados y lo condenaron

La sentencia fue unánime y los allegados

NEUQUEN (AN).- Mario Oscar Safita sabía lo que hacía cuando atacó a puñaladas a su ex pareja y a sus dos hijos. Y «todo fue producto de su orgullo herido y celos infundados». Esa fue la conclusión de los jueces, que ayer lo condenaron a prisión perpetua, la máxima pena que prevé la legislación. El fallo unánime fue recibido con aplausos por familiares y allegados a las víctimas, también hubo llanto y reclamo a los gritos de «que se pudra en la cárcel». El acusado, quien en el último día del juicio confesó todo, prefirió quedarse en su celda y no asistió a la lectura de la sentencia.

El fallo dictado ayer por la Cámara Criminal Primera despejó la única duda que existía en el caso: si Safita había sido consciente de sus actos o si había estado sumergido bajo un estado de emoción violenta, que hubiera operado como atenuante.

A lo largo de las 47 páginas oficio que tiene la sentencia, cuya lectura demandó dos horas, los magistrados analizaron en forma minuciosa la conducta del imputado en combinación con la opinión de los psicólogos y psiquiatras que lo examinaron. Y así llegaron a la conclusión de que los crímenes no fueron producto de un acto irracional.

La sentencia representó el

final que esperaban los familiares de las víctimas y también los numerosos vecinos de Senillosa que siguieron acongojados las alternativas del juicio, durante el cual se ventilaron dramáticos detalles. Ayer volvieron a concentrarse en la sede judicial con pancartas y banderas exigiendo justicia, y escucharon con atención la lectura de los jueces Cecilia Luzuriaga, Luis María Fernández y Mario Rodríguez Gómez.

 

La noche del horror

 

El 22 de noviembre del año pasado, cerca de la medianoche, Safita (39 años) atacó a puñaladas a su ex pareja, Ruth Azucena Pereyra Scheriff (33) y a sus hijos Nicolás Mario (9) y Lucas Noel (3). Sólo el pequeño sobrevivió.

Todo ocurrió en el dúplex 241 del barrio Fonavi de Senillosa. Ruth, malherida, logró escaparse por la ventana y pidió ayuda a los vecinos, mientras el acusado se encerró en el baño y se clavó el cuchillo con intenciones de quitarse la vida.

Dos meses antes, Ruth le había pedido a Safita que se fuera de la casa. Después de 12 años de convivencia, se había hartado de los malos tratos. Y 18 días antes, el 4 de noviembre, ella lo había denunciado -por primera vez- ante la comisaría 11 de Senillosa. La citación judicial para presentarse a declarar llegó tarde: dos días después de la masacre.

Safita nunca aceptó esa ruptura. Comenzó a imaginar que Ruth se veía con otro, y le anticipó que si no aceptaba reanudar la convivencia, «le iba a hacer la vida imposible o la iba a matar».

Pequeños incidentes, algunos hasta insignificantes, alimentaron su estado de ánimo. Sobrellevaba «un proceso interno propicio para cometer tamaña acción criminal» y «en su mente, todo se encaminaba hacia la tragedia», dice el fallo dictado ayer.

También recordaron los magistrados que horas antes de los asesinatos adquirió uno de los cuchillos que utilizó para cometerlos. Los investigadores lo encontraron en el escenario de los hechos, junto con el estuche y hasta el ticket de compra.

El imputado confesó sólo un segmento de los crímenes. Dijo que no recuerda, por ejemplo, haber apuñalado a sus hijos. Y del ataque contra Ruth solamente memorizó el momento en que la golpeó, pero no cuando le clavó el cuchillo reiteradas veces.

Los jueces no creen que esa falta de registro se deba a que estaba inconsciente cuando perpetró el tramo más letal de la agresión. Por el contrario, sus sincronizados movimientos desmienten al propio Safita, quien declaró: «yo estaba loco, ciego».

Dice la sentencia: «si Safita actuaba en estado de inconsciencia, no se explica por qué con tanta precisión efectuó los profundos cortes (a modo de degolle) en el cuello de las tres víctimas, además de la búsqueda y selección de las armas blancas, tener la percepción necesaria para mantener el cerrojo de la puerta cerrado, sacar las llaves, y por sobre todo, percibir que ya los vecinos se alarmaban por lo que estaban escuchando».

En consecuencia, «no fue presa de ningún delirio patológico paranoico, no padece ninguna enfermedad mental, ni insuficiencia en sus facultades mentales. Simplemente se dejó llevar por sus impulsos homicidas, teniendo condiciones para actuar como una persona 'humana', para valorar lo que estaba haciendo, para detener la explosión de ira y furia contra los suyos».

¿Cuál fue el detonante? Acaso esa sonrisa de Ruth, que él interpretó burlona, cuando le preguntó «¿no venís de la casa de tu mamá?», donde creía que ella había estado.

Los jueces hicieron referencia al «orgullo herido» y «celos infundados» del criminal. Pero aclararon que esa sonrisa, haya existido sólo en la imaginación del acusado o no, es insuficiente para justificar que lo haya sumergido en un estado de emoción violenta.

En definitiva, lo condenaron a prisión perpetua como autor de los delitos de homicidio simple (por el crimen de Ruth, su ex pareja), homicidio calificado por el vínculo (por el de su hijo Nicolás) y tentativa de homicidio calificado por el vínculo (por su otro hijo, Lucas Noel).

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