«Salud o muerte de un niño. El Ipross ausente»

Luego de unas horas en que estuvo internado mi hijo en el hospital de la localidad donde vivimos por diarrea con sangre, decidimos que lo trasladaran a la ciudad de General Roca. La doctora Delia Duarte agilizó todo tipo de trámite y no dudó en enviarnos de urgencia. Andrés, mi hijo, fue atendido en el Juan XXIII en forma rápida y con los profesionales para el caso.

Comenzó a desmejorar y, unas horas después, convulsionó y fue llevado a terapia intensiva. Los partes médicos de su pediatra eran cada vez más preocupantes y decidieron realizarle un análisis nuevamente. Horas más tarde nos informaron que una bacteria llamada Escherichia coli (síndrome urémico hemolítico) invadía su cuerpito, más precisamente su riñón. La doctora Marcela Giuliano tampoco dudó un segundo y comenzó a solicitar, como corresponde, el traslado a la clínica San Lucas de Neuquén a la famosa obra social Ipross, a la que todos los trabajadores aportamos todos los meses y en forma obligatoria. Es más, este mes cobramos menos en nuestros sueldos porque nos sacaron más plata para esa obra social.

Pero, afiliados, ¿saben qué? La médica auditora dijo que «no al traslado en ambulancia y que si era de extrema urgencia, de suma gravedad, podría ser» (palabras textuales). Ante ello su pediatra contestó que el niño debía ser trasladado porque su estado se complicaba cada vez más. Mientras la licenciada negaba, mi hijo convulsionaba otra vez. Y más tarde, otra convulsión. El auditor de General Roca, a cuya oficina fuimos por la desesperación y la gravedad de Andrés, nos dijo que él sólo se encargaba de enviar el fax de derivación, nada más. Es decir que presionaba un botón. Se lavó las manos.

Pobrecitos… no entendían que mi bebé se moría. En 20 minutos llegamos a Neuquén y querían derivarlo a Bahía Blanca con cinco horas de viaje. Luego, avisaron que teníamos el avión sanitario. ¡Mentiras! Ni ellos sabían lo que hacían, todavía estamos esperando el avión.

El 12 de febrero, tres funcionarios dijeron «no» a la vida de mi hijo Andrés.

Yo digo: a esta gente le gusta ocupar cargos, viajar, cobrar viáticos y sentarse a calentar sillas, porque como deber de funcionarios públicos les faltan neuronas para pensar. Les falta corazón humano, porque lo tienen de piedra o quizás no tengan hijos o familia o no hayan pasado una situación así. Ojalá Dios les toque el corazón como lo hizo con mi hijo. La fe y los ruegos de mi familia y de un pueblo entero han sido eco divino en la mejoría de Andrés.

A los funcionarios: es mucho título el que tienen. ¡Reflexionen!, porque Dios es grande y ¡ustedes casi matan a mi hijo!

 

Judit Gladys Pino, DNI 22.661.556

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