Se cansó de pedirles a sus vecinos que la ayudaran a redactar

Hace cinco años ingresó en la escuela de la Fundación Hueche

NEUQUEN (AN).- Yolanda Carrasco se cansó de pedir que algún vecino le escribiera una carta. Desde hace meses que se quiere comunicar por escrito con los pastores de un programa que se emite de Buenos Aires y que escucha todos los domingos en su radio pequeña, pero aún no puede.

Por eso, ingresó a la escuela que la Fundación Hueche sostiene desde hace cinco años en la colonia rural Nueva Esperanza. «Quiero mandarles una carta por necesidad espiritual», señala Yolanda, mientras advierte que sus guías espirituales no cobran nada.

Yolanda concurre desde hace tres años a la escuela. Es una de las alumnas mimadas de su maestra, Cecilia Mazza, que trabaja con otros ocho docentes que ponen el hombro todos los días en la meseta, junto a un grupo de asistentes sociales y promotores de salud de la Fundación. Los salarios de los docentes los aporta el Consejo Provincial de Educación.

A la escuela asisten 40 alumnos, entre adolescentes mayores de 13 años y adultos que, además de la posibilidad de aprender a leer y escribir, tienen oficios.

El establecimiento comenzó a funcionar en 2000 con alrededor de 15 estudiantes, en el comedor del barrio que depende de Acción Social de la provincia. Hoy tiene un espacio propio, en el mismo terreno. La edificación es obra de un grupo de padres de chicos que van a la escuela, comenta Eduardo Román, el docente de carpintería.

Yolanda está en el primer ciclo, que comprende desde primero a tercer grado. Relata que cuando era niña fue a la escuela, pero abandonó al poco tiempo, porque tenía que ayudar en la casa. Cecilia dice que su alumna lee cada día mejor. «Me gustan las historias verdaderas y también la de los viajes al espacio», confiesa Yolanda. «Pero la lucha son las matemáticas», advierte la docente.

Yolanda tiene 64 años, nació en el sur de la provincia de Mendoza y a los doce se fue de su casa. Llegó a Neuquén por azar. Asegura que se hartó de Buenos Aires, cuando un día regresó a su cada, en el barrio 2 de Abril, y descubrió que le habían robado prácticamente todo. «Hasta el perro me robaron», afirma. «Lloraba de la bronca y ahí dije ¡yo me voy a Alaska!», recuerda.

Yolanda vendía papel higiénico en las calles, cerca de Plaza Flores. Su pareja la golpeaba. Por eso no dudó demasiado y salió a la ruta convencida de que Alaska estaba cerca.

Caminó sola por la ruta hasta que un camionero se detuvo. «Iba con su señora y me preguntó adonde iba, le dije que quería llegar a Alaska y me dijo que iba a demorar como cuatro años caminando», rememora Yolanda. Confundida, le preguntó al camionero adonde iba. «Vamos para Neuquén», respondió. «Y me subí y me vine para acá».

Se bajó en la ciudad de Neuquén sola, y sin conocer a nadie. «La primera noche dormí en una garita de Cuenca XV», comenta. Después sobrevivió reciclando materiales del basural ubicado en la meseta a pocos kilómetros de la ciudad.

Allí, se encontró con una señora que le albergó en su casa en la colonia Nueva Esperanza, donde viven unas 400 familias. «Después anduve agregada en muchas partes», asegura. Hasta que se instaló en una parcela, donde levantó una pieza precaria. No tiene tenencia precaria del pedazo de tierra y dice que la necesita para plantar verduras. Asegura que su casa tiene una bandera roja, porque escuchó en la radio que había que ponerla cuando los gobiernos no daban respuestas.

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