Secuencia de la consolidación de las comunciaciones masivas

Por Antonio Torrejón

La gran mutación internacional del siglo XX, el salto de sociedades particulares a una sociedad mundial, fue posible gracias a la descolonización, la revolución tecnológica, las comunicaciones y la explosión demográfica. Dentro de las positivas consecuencias de esta evolución debemos recordar que pensar en las opciones del uso del «tiempo libre», por las élites primero, por los emergentes con ahorro después y masivamente hoy, acompañó esta secuencia, en la medida en que crecía la llegada de los mensajes a «la gente».

Con la imprenta nació el Estado-Nación y llegaron la alfabetización de las masas, los periódicos y la opinió pública. Con el telégrafo, en el siglo XIX, se revolucionaron las comunicaciones civiles y militares, y la organización de ejércitos y gobiernos.

Con los medios audiovisuales, la palabra y la imagen adquirieron en el siglo XX una fuerza igual o más decisiva que las armas más destructivas. Las democracias y las dictaduras de élites se convirtieron en democracias y dictaduras de masas. Y el poder, identificado durante siglos con la tierra y luego con la industria, pasó a depender de la información.

Casi todos los medios han necesitado de la guerra para alcanzar su plena madurez. La fotografía se estrenó en la guerra civil norteamericana. El telégrafo, recuerdan los españoles, fue a fines del siglo XIX, el «rey» en la guerra de Cuba y recién treinta años después la ocupación de la Patagonia argentina.

Nacida pocos años antes, la radio echó a andar en la Primera Guerra Mundial, comenzó a internacionalizarse a finales de los años '20 y, en manos de Roosevelt, Goebbels y Stalin, cambió la historia en la Segunda Guerra Mundial.

La difusión de esta guerra originó el comienzo también de la reconstrucción y consolidación de una Europa que primero fue visitada por los que estuvieron en la confrontación y luego por sus allegados, para llegar en esa multiplicación de comunicaciones positivas con rescate cultural a afianzar en este siglo XXI a la Europa que recibe casi el 60% de los casi 1.000 millones de seres humanos que salen de la frontera de sus países, a disfrutar de vacaciones, consolidando la más relevante «cuenta de la economía mundial».

Con la ayuda del transistor, se democratizó la política e igualó clases, liberalizó economías y despertó conciencias, multiplicó el poder de manipulación y, desde Moscú a Pekín y con el meridiano que va de Berlín a Sudáfrica, ayudó a derribar muros que parecían indestructibles. Mezclando educación y diversión, propaganda y miedo, desde la Primera Guerra Mundial los gobiernos y sus estados mayores han utilizado el cine para fabricar ilusiones con consecuencias recreativas y turísticas, generar lealtades, sembrar temores y, sobre todo, personalizar el liderazgo con rostro humano.

La televisión, por último, heredó lo mejor y lo peor de los medios que la antecedieron. Herbert Hoover, en abril de 1927, fue el primer político que habló por televisión. Eisenhower estrenó las conferencias televisadas: hasta John F. Kennedy no se empleó para transmitir información oficial. La de Corea es la primera guerra televisada y la de Irak la última cubierta con discutible libertad por el nuevo medio.

Con Internet y la revolución digital llega la convergencia y nace un nuevo animal. Como los anteriores, se utilizará para hacer la paz y la guerra, crear y destruir, dirigir o ser arrastrados. Cada nuevo medio trae oportunidades, ver lo que las pymes de servicios turísticos de todo el mundo han movilizado el mercado significando en su multiplicación la verdadera competencia de las intocables «cadenas de prestaciones turísticas», del llamado Primer Mundo. De los humanos depende aprovechar lo bueno y desechar por evolución lo perjudicial.


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