SEGÚN LO VEO: La agonía del kirchnerismo

De tomarse en serio la retórica empleada a partir de mediados de marzo por el ex presidente Néstor Kirchner y su esposa, la oligarquía rural militarista, enemiga acérrima de los derechos humanos y por lo tanto de la democracia, acaba de anotarse una victoria demoledora al derrotar a los comprometidos con la justicia social merced a la traición del vicepresidente Julio César Cobos. Parecería que a su entender nada ha cambiado desde la década de los setenta cuando muy pocos sentían respeto por las reglas democráticas. Antes bien, en aquel entonces tanto los militares como muchas personas que treinta años más tarde integrarían al gobierno nacional estaban persuadidos de que Mao Tse-tung estaba en lo cierto cuando decía que el poder nace del fusil.

Aunque la interpretación «épica» del conflicto entre el gobierno y el campo favorecida por los Kirchner es una caricatura burda de lo que está ocurriendo, si realmente creen que refleja la realidad sería de prever que continuaran cometiendo errores grotescos con el resultado de que los dos podrían verse obligados a regresar a Santa Cruz antes de diciembre del 2011. Mal que les pese a sus adherentes más conspicuos, individuos como Luis D'Elía, a pocos les atrae la idea de que haya que defender con métodos truculentos el «gobierno popular».

¿Serán capaces los Kirchner de asumir su debilidad relativa y -apoyándose en las instituciones y en el temor generalizado a que la crisis política de desenlace incierto que se ha desatado presagie conflictos violentos- de gobernar el país con sobriedad con la esperanza de que andando el tiempo consigan recuperar una parte de la autoridad perdida? Por desgracia, no es del todo probable que el ex presidente y su sucesora se adapten con facilidad a la nueva situación que se ha creado. Puesto que para ellos la política siempre ha sido un juego de todo o nada, sentirán lo que sucedió en el Senado la madrugada de ayer como un golpe devastador que podría resultarles fatal. A diferencia de sus homólogos de países de tradiciones democráticas más firmes, se resisten a entender que para gobernar con éxito una sociedad tan complicada como la argentina siempre es necesario estar dispuestos a negociar medidas importantes antes de presentarlas al Parlamento y que a menudo los legisladores las modificarán. Creen que por haber ganado elecciones presidenciales hace casi nueve meses tienen derecho a obligar a los demás a obedecerlos, ratificando sus proyectos de ley sin cambiar una coma, y que sólo a subversivos de derecha se les ocurriría oponérseles. Y así les fue.

Habituados a encabezar el ranking de preferencias en las encuestas de opinión, los Kirchner se imaginaban inmunes a las vicisitudes políticas que afectan a todos los presidentes y primeros ministros del mundo, incluyendo a los que por un año o más disfrutan de índices de popularidad altísimos. Cuando poco después de las elecciones más recientes comenzaron a proliferar señales de que el humor público cambiaba y que si Cristina quería conservar su buena imagen inicial tendría que abandonar el urticante estilo K, optaron por no darse por aludidos. Mientras el resto del mundillo político se agitaba, ellos permanecieron imperturbables, confiados en que el capital acumulado por Néstor sería más que suficiente como para permitirles humillar a cualquier adversario.

Hasta ayer nomás pareció que acertaban, que, forzada a elegir entre la lealtad hacia el «proyecto» kirchnerista y el campo, la mayoría de los legisladores los respaldaría. Acaso sabían que de no haber sido por las presiones amenazadoras, el reparto alocado de promesas de obras públicas y sinecuras, además de otras formas de convencer a legisladores de que les convendría apoyar una iniciativa presidencial, el oficialismo hubiera perdido por un margen muy amplio en la Cámara de Diputados y no habría tenido posibilidad alguna de ganar en el Senado, ya que hubiera sido evidente que el grueso de la ciudadanía estaba en contra de las retenciones móviles altísimas que decretó el fugaz ministro de Economía Martín Lousteau. Pero así y todo al acercarse la hora de la verdad aún tenían motivos para suponer que una vez más ganarían la apuesta. En efecto, el que en medio de un clima hostil el gobierno casi haya logrado sumar los votos parlamentarios precisos para salirse con la suya podría considerarse una proeza política pero, puesto que desde el punto de vista de los Kirchner lo único que cuenta es el resultado final, el haber conseguido que 36 senadores, entre ellos personajes como «Ramoncito» Saadi, apoyaran el proyecto de ley oficialista, desairando así a quienes los habían votado, no sirvió para paliar el dolor que con toda seguridad sienten.

Quien más perdió en la batalla parlamentaria que culminó ayer fue el ex presidente Kirchner, el auténtico mariscal de la derrota oficialista, ya que desde el vamos se encargó de liderar las embestidas furibundas del gobierno contra las huestes ruralistas y sus simpatizantes urbanos. Puede que Cristina haya aprobado la convicción de su marido de que cualquier revés político marcaría el comienzo del fin de su gestión y por lo tanto del «proyecto» conyugal, y no hay duda de que los discursos petulantes contrarios al campo que la presidenta pronunció contribuyeron al colapso de su propia popularidad, pero el protagonismo de Néstor fue tan llamativo que opacó su aporte al desastre. Si no fuera por el vínculo matrimonial, pues, Cristina podría limitar sus pérdidas endilgándolas a Néstor como suelen hacer los políticos -entre ellos su marido-, que con conscientes de que siempre es de su interés adjudicarse los triunfos y alejarse de los fracasos.

Es lo que haría cualquier jefe de Estado «normal» frente a una situación como la enfrentada hoy por Cristina pero, es innecesario decirlo, el arreglo ideado por el matrimonio dista de ser normal en el mundo democrático. ¿Se animará la presidenta a echar de su entorno al responsable principal de los problemas que podrían truncar su período en el poder? Si no lo hace, o si Néstor Kirchner sigue negándose a entender que ya ha perjudicado demasiado a su mujer y que por lo tanto convendría a todos que se quedara en una zona aislada de Santa Cruz o, mejor aún, que aceptara ser embajador argentino en un país poco importante, la crisis desatada por la decisión insensata de tratar al campo como un enemigo mortal no podrá sino agravarse en las semanas próximas.

JAMES NEILSON


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