Ser alguien en el circuito, una hazaña desde aquí

La experiencia de Maxi Gassoti, un pibe con futuro.

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Laura Frank

Maxi Gassotti es la gran esperanza del tenis zonal. Tiene 15 años recién cumplidos, mide un metro 83 y creció mucho en su juego.

Hasta los 10 años, Maxi repartió en dos su gusto por el deporte: jugó al fútbol y al tenis en el club Cipolletti. Maxi es de esos pibes que no tiene problemas con la coordinación en el deporte y por eso lo hace bien con ambas extremidades. La decisión final tuvo que ver más con un resultado que con una opción personal y se inclinó por el deporte blanco después de ganar un torneo de menores. Su historia es la de cientos de chicos con proyección: esfuerzo, limitaciones, abstenerse de hacer cosas “de su edad”, entrenar duro, perseverar. Ni siquiera un oráculo podría confirmar que llegará a hacer cosas importantes en el tenis, aunque existe una particularidad: tiene una estructura que lo respalda.

El tenis históricamente fue un deporte de elite, posiblemente en el que más hay que invertir para llegar. Miles de dólares exigen el entrenamiento y capacitación de un joven con sueños de grandeza. Para que un sub 16 entrene, viaje y juegue los torneos de su categoría (los denominados G1 o los Cosat) se necesitan por temporada no menos de 30 mil dólares. Maxi Gassotti les ganó a todos como sub 14 en la zona, hizo su primera experiencia en sub 16 durante este 2013 y le queda un año más en la categoría, ya que recién cumplió 15 el 28/12. Hoy es 33º de la categoría y en su entorno entienden que al finalizar la temporada podría ser top 10 del país.

Eso cambiaría la perspectiva de cualquier juvenil. Invariablemente, porque demandaría pensar en cosas más interesantes. Hasta aquí, Gassotti jugó lo que pudo por esfuerzo de un matrimonio de clases media con cuatro hijos, pero a partir del 2013 sus entrenamientos son más personalizados. Todos los días tiene una sesión de preparación exigente: de 8:30 a 10 hace labores físicas a cargo del profesor Sebastián Mangini; luego, hasta las 12:30, tenis en el club Cipolletti bajo la supervisión de Sebastián Carro; y por la tarde musculación en un gimnasio. Para su edad tiene el físico que hoy demanda el circuito: mide un metro 83 y pesa 68 kilos.

¿Puede llegar al circuito un tenista zonal? Es casi imposible. Mariano Hood compartió años de experiencia en la materia. Bonaerense de nacimiento pero criado en Cipolletti hasta los 15 años, fue un buen doblista, que ganó 13 torneos de ATP, estuvo 20º en el ranking (y 153º en individuales), jugó los cuatros Grand Slam y llegó dos veces hasta cuartos de final en Roland Garros. Justamente en la arcilla parisina, en 2005, dio positivo por una droga llamada Finasteride que, dijo, utilizaba para detener la caída del cabello. Hood tiene una importante academia de tenis en Buenos Aires, Carro trabajó allí y ahora siguen desde Capital Federal el crecimiento de Maxi.

La realidad es que no abundan los ejemplos de este tipo y a los jóvenes con proyección les cuesta encontrar buena competencia en el interior. Más una estructura que los capacite, que les “haga respirar tenis” todo el día, como le gusta decir a Hood, quien trabaja con 25 jóvenes semiprofesionales, entre ellos Guido Andreozzi, hoy 145 del mundo.

Hood hizo su base deportiva en la zona y a los 15 años se fue a Buenos Aires. Allí comenzó a jugar los torneos juveniles, luego viajó a Europa y conoció la experiencia de los Interclubes, algo que le permitió acomodarse en lo económico y darle un despegue a su carrera (ver aparte). El extenista, que se retiró jugando un torneo de dobles junto a Nadal, elogia el trabajo que existe en el tenis zonal –sobre todo el de la Federación neuquina– pero entiende que “no existe la ambición y la motivación, sobre todo de los entrenadores, por sacar tenistas profesionales”.

Como pasa en casi todos los deportes, el salto grande se da en Buenos Aires. Pero “sería muy importante que en los clubes se trabaje desde la base de manera más profesional. El chico a los 12 años debería tener un día intenso de entrenamiento y competencia. Habría que formar grupos donde se respire tenis a diario, y no sólo en las pretemporadas”. Aquí trabajar de esa forma “no rinde” y un profe de tenis cobra mucho mejor dando clases “sociales” que abocándose a un joven con buenas aptitudes tenísticas.

Para Hood, la experiencia de Gasotti debería repetirse, multiplicarse. Pero el gran problema es la falta de competencia “importante, de buen nivel”. Siempre tomando a Gassotti como ejemplo, lo mejor para un chico con aspiraciones sería jugar los seis G1 del año –él lo hará–, entrenar a diario “lo más profesional que se pueda” y llegar a tener un buen ranking en la categoría. ¿Cómo se da el nuevo salto? Hay dos opciones: el dinero familiar (si es una familia de buen pasar) o la irrupción de un inversionista, que sólo surgen en Buenos Aires.

Para que esto último ocurra es necesario que el jugador tenga un presente rutilante y un futuro más que prometedor. “Dos años muy bien rankeado y con varios torneos ganados en su categoría”, explica Hood. “Los inversionistas aparecen cuando el chico ya está cerca del primer nivel”, remarca Luis Ojeda, el presidente de la federación rionegrina.

Los patrocinantes, lógico, no dejan nada al azar: hacen un contrato (si el chico es menor no firman los padres, exigen emanciparlo) por una cantidad de años para desarrollar su carrera. Pagan el entrenador, médicos, giras, raquetas, ropa y hasta el médico. Los convenios se hacen por 80/20 o 70/30 (porcentaje de la ganancia), siempre a favor del inversionista, que recién ve algún ingreso interesante y posibilidades de devolución del dinero cuando el muchacho se acerca al top 100. Entonces, cuando el tenista devuelve la inversión, el contrato se da vuelta. Claro, en general los convenios son desfavorables para ellos y muchas veces pasan buena parte de su carrera trabajando para otros.

Una historia que aquí aún no se vivió porque Hood es el único tenista que logró trascender del río Colorado hacia el sur. (Sebastián Busader)

Juan José Thomes


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