Ser o no ser

HUGO ALONSO

halonso@rionegro.com.ar

Duro debe ser para alguien que hace poco más de dos años se ufanaba con la frase «el peronismo soy yo» sentir una brisa de intranscendencia ahora que el partido tiene serias chances de discutir el poder en la provincia.

Tal vez a partir de allí pueda explicarse la reacción de Carlos Soria ante la decisión de no invitarlo a la reunión del jueves que terminaría dejando a las puertas del Frente para la Victoria al intendente de Bariloche, Alberto Icare.

Nuevamente intempestivo, el intendente de Roca acusó de «traidores de todas las ideologías» a Icare, Julio Arriaga y hasta al propio senador Miguel Pichetto, para luego evaluarlos como un «corso a contramano que se mojó todo cuando se enteraron que el presidente Kirchner se reunía con el gobernador Saiz».

Más que una ratificación a su precandidatura a gobernador, Soria demostró esta semana que está nervioso. Y es precisamente ese estado el que más efectos inversos le genera, porque a esta altura de la historia no sólo son pocos los que toman en cuenta su beligerante verbo sino que entre los dirigentes que conforman la coalición se achicó significativamente el margen de tolerancia hacia el jefe comunal roquense. Por caso, Arriaga advirtió el viernes que de no modificarse de inmediato las conductas de Soria, en el futuro del Frente habría nubarrones.

Otro rasgo distintivo del intendente es que se ha vuelto predecible. El retiro de los agravios hacia Pichetto era una cuestión de horas el viernes y efectivamente, sobre el mediodía, comenzaron a sonar los teléfonos de los medios explicando que las expresiones sobre el senador no manifestaban su pensamiento real.

He aquí una verdad a medias. Es cierto que Soria guarda respeto y afectos hacia el presidente del bloque del PJ en la cámara alta, pero no menos concreto es que además del tiempo transcurrido entre la reunión de Cipolletti y sus declaraciones –suficiente para «enfriarse»– la experiencia de tantos años en política impide no prever las consecuencias de un comunicado lanzado por e-mail hacia toda la provincia. En síntesis, Soria sabía que iba a dañar la imagen de Pichetto y, al menos, hizo poco por evitarlo.

Ahora bien, ¿dónde se halla la matriz de tamaña embestida al núcleo del partido que él ayudó a conformar?

Soria advierte que los tiempos se acortan y el poder que supo construir durante la última década es agua entre sus manos.

¿Es posible que esto suceda a un dirigente con alta imagen positiva y con una gestión municipal exitosa para exhibir?

Es posible.

Cualquiera podría pensar que la mejor opción para Soria es ir en busca de una garantizada reelección, completar la transformación de Roca y en el 2011 lanzarse directo hacia la gobernación.

No es tan sencillo. El mandatario local acaba de cumplir 57 años, es decir que rondará los 58 cuando asuma el próximo titular del Ejecutivo provincial. Su chance para pelear nuevamente el máximo cargo institucional de Río Negro llegaría cuando esté por cumplir 62, pero el análisis interno no escapa a una realidad: si las próximas elecciones las gana el Frente, altas son las probabilidades de que ese gobernador busque mantenerse ocho años en el poder, como lo hicieron Massaccesi y Verani, como lo pretende Saiz. De esta manera, puede pasar una década hasta que Soria tenga una nueva oportunidad de comandar la provincia. Demasiado tiempo. Lamentablemente para la oposición, no hay que esperar que las expresiones del intendente de Roca sean las últimas con este tenor de aquí al día que se defina la fórmula provincial.

Aún herido en su orgullo, es un dirigente que mantiene poder. Y acaba de dejar en claro que si tiene que resignarlo, será al precio más caro.


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