“Sí, el miedo estaba, pero seguí y seguí”
Nació en Surrey –Inglaterra– hace 70 años. “Soy un híbrido”, dice. Desde “The Buenos Aires Herald” contribuyó a prestigiar esa barricada en favor de la vida, la libertad y la legalidad.
–Cuando uno rastrilla la historia de quién fue quién desde el periodismo argentino frente a la dictadura, siempre emerge “The Buenos Aires Herald” como casi el único medio que denunció la irracionalidad, la barbarie a la que deslizaba el país desde, incluso, mucho tiempo antes de los militares en el poder. Usted, desde el ’72, ya deslizaba advertencias sobre ese derrotero. Luego del golpe, aceleró. ¿Alguna vez sintió miedo?
–Actué con precaución. El miedo estaba, pero seguí y seguí.
–¿Alguna vez lo amenazaron directamente, en la calle por caso?
–No… En la calle me pasó algo gracioso: un día me pararon militares uniformados. No me parece que fuera porque yo era periodista, simple control. Me hice el enojado… les dije algo así como… “¡Yo tengo derecho a caminar por donde quiera!” Me dejaron seguir.
–Ha escrito que recibía llamados anónimos desde algún espacio de la dictadura tendientes a condicionarlo. Lo que no se entiende es por qué en algunos de esos llamados se citaba a Ortega y Gasset, por caso. ¿Cuál es su respuesta?
–Yo tampoco lo entiendo. Eran llamados en los que solía haber música militar, épica de fondo. No eran amenazas directas, contundentes, pero sí reflexiones autoritarias. No más.
–¿Pensó que lo podían secuestrar, matar?
–En realidad, durante mucho tiempo pensé que por ser británico, bueno… era inmune a los gánsteres de la dictadura que decidían la vida y la muerte en Argentina al igual que los del terrorismo. Pero tras el secuestro de las religiosas francesas modifiqué esa impresión. Pero yo no podía estar pendiente de si me iba o no a pasar algo. Yo me concentraba en escribir, en las ideas que daban forma a lo que decía… En el prólogo de mi libro digo que ante la realidad de tener que convivir con dictadura, aceptarla, reconocerla como realidad era un desafío con mucho de corrupción en tanto implicaba preguntarse –como periodista– sobre las concesiones que uno podía hacer sin convertirse en un hipócrita.
–¿Qué se respondía?
–Que no hay muchas concesiones para hacer. Como periodista yo no podía caer en admitir que los asesinatos del terrorismo “explicaban” los de la dictadura. Eso es facilismo, es indiferencia ante lo atroz. Eso lo podían pensar millones de argentinos, los políticos, etc. Yo no. Y en relación con tanta irracionalidad, desde ahí escribí antes y después del golpe. En esto suelo recordar la sentencia de La Rochefoucauld: “Comprender todo es perdonar todo”, que no es más que el fundamento para la indiferencia ante el horror. En el “Herald” no aceptamos eso.
–¿Estaba cohesionado el frente interno del “Herald” en este tema?
–No necesariamente. Era natural. Pero eso no impedía que se plasmara la línea en defensa de la vida que seguimos.
– Con Malvinas se fue a vivir al Uruguay.
carlos torrengo
carlostorrengo@hotmail.com
(Continúa en la página 22)
–Sí, y en ese momento hubo un acto muy digno por parte de Raúl Kraiselburd y Jorge Fascetto, del diario “El Día” y “Diario Popular”: me ofrecieron sus residencias en Punta del Este… ¿Quiere saber por qué me fui?
–Sí…
–Porque en esta Argentina, todo aquel que sea crítico del mentado “ser nacional” –que nunca supe qué es realmente– siempre corre peligro en los momentos de exaltaciones y emociones masivas como se dieron con lo de Malvinas. Yo estaba muy expuesto, por británico y por crítico al “ser nacional”, al régimen militar. He escrito que no me hacía gracia caer en manos de quienes habían desaparecido y asesinado a miles de personas y torturado a muchos más. Podía suceder incluso que, de ser blanco de la violencia desde algún lugar del poder, se acreditara el hecho a gente común enojada por mi espíritu crítico o, como se decía en aquellos tiempos, “disociativos”… Entonces me fui.
–Cuando sucedió Malvinas usted llevaba años en la Argentina. ¿En algún momento se le cruzó que podía haber guerra por las islas?
–Jamás. Para Inglaterra eran irrelevantes.
–La última vez que conversé con él –acaba de morir–, el embajador Lucio García del Solar me dijo que hay abundantes datos de que Londres estaba decidida a avanzar en una negociación. Lo mismo sostiene otro embajador de peso en la política exterior argentina durante años: Ortiz de Rosas. Agregados navales argentinos en Londres coinciden en que ése era el espíritu que crecía en el Foreign Office. Pero la recuperación armada de las islas echó todo a perder. ¿Cuál es su opinión sobre este tema?
–Es muy posible que ésa fuera una idea de que estaba creciendo en el Foreign Office… sí, sí. Pero de avanzarse en esa idea era la política británica la que definiría la cuestión… el Parlamento, concretamente. Y no estoy seguro de que se lograra un acuerdo… Ahí habrían tallado muchas cuestiones, nacionalismos… no sé. Lo que sé es que hubo guerra.
–Me extrañó, leyendo una nota de aquellos días, que usted considerara insólito que, mientras duró la guerra, la Argentina no hubiera internado a los ciudadanos británicos que vivían en este país. ¿Por qué le extrañó?
–Porque es lo que se hace. Tras Pearl Harbour, Estados Unidos –es sólo un ejemplo– internó a todos los japoneses que vivían en suelo americano. Por razones de seguridad. No se trata de tratarlos mal, de hacerlos blanco de venganzas. Es un tema de seguridad. A mí me pareció una falta de seriedad que aquí los militares no hicieran lo mismo con los británicos.
–Volvamos al periodismo ¿cómo era su relación –en relación con este tema de la dictadura– con el resto de los periodistas de los grandes medios nacionales que callaban lo que estaba sucediendo? ¿Expresaban solidaridad aunque en sus medios tuvieran que callar?
–No mucho. Solían decir algo así como “¡Qué valiente!”, pero lo decían en un marco donde siempre quedaba la sensación de que lo que uno decía era innecesario… Había mucho lavado de manos en aquellos tiempos, mucha hipocresía.
–¿Encontró políticos preocupados por el cariz que había tomado la violencia?
–Uno solo: Emilio Mignone. El resto quería que la noche pasara rápidamente.
–Me impresiona lo ajustado que es el encuadre que hace en una nota de días antes del golpe, del discurso de Ricardo Balbín pidiendo que no hubiera golpe. Nota del 18 de marzo del ’76, creo…
–Lo del Balbín fue trágico. Se refregó las manos… Les pidió a los militares unos minutos más para ver qué podía hacer la política para solucionar la crisis que conducía al golpe. Yo escribí que él habló como un espectador, no como un protagonista, que es lo que era. Un protagonista de primer rango en la política de ese tiempo…
–¿Qué debió hacer?
–No rogar unos minutos más. Ponerse al frente de una iniciativa firme, convincente, reunir voluntades a favor de una alternativa. Hablar como protagonista de la historia en vez de correrse de la historia.
–¿Le sorprendió que el golpe desencadenara tanta sangre?
–Sí, sí.
–En una oportunidad dijo, y creo que esto está también en el prólogo de unos de sus libros, que la retórica del régimen militar facilitaba sus críticas a la dictadura. ¿Qué palabra define esa retórica?
–Ampuloso. Hablaban siempre con conceptos ampulosos, épicos. Era una retórica propia de quienes se creen predestinados a la gloria, a trascendencias infinitas. No medían las contradicciones en que caían. En consecuencia, era muy fácil mofarse de esa retórica y hacerlo de tal manera que ellos no se dieran cuenta… Fue divertido. Ellos no sabían de ironías ni de humor… algunos quizá sí. Siempre me llamó la atención que no hubiera presiones más duras que las que percibíamos. Quizá la respuesta esté en que no percibían la sutileza demoledora con que los criticábamos. Yo compartía la idea declarada del régimen militar de liderar un proceso que llevara al país a la democracia, pero los criticaba duramente en relación con la guerra sucia, gansteril, que llevaban a cabo contra el terrorismo. Y los criticaba apelando a sus propios ideales. Un ejemplo: criticaba la guerra sucia porque era contraria al honor militar que pregonaban, a la ética y conducta que ellos decían representar… Para ellos era difícil contestarme. No podía estar sospechado de izquierdista.
–En otros términos: escribía desde el sistema.
–Por supuesto. Escribía desde el sistema liberal, democrático, capitalista, que aun con sus defectos a cuestas ha demostrado ser mejor que las alternativas que lo enfrentan. Y escribía también convencido de que al terrorismo había que combatirlo. En esto estaba ajeno a toda duda. Si los Montoneros u otro grupo guerrillero tomaban el poder, ésta sería la Camboya de Pol Pot. Pero de ahí a admitir que al terrorismo había que combatirlo con más terrorismo, con terrorismo de Estado, no. Eso no. En el “Herald” no admitimos eso… ¡Qué era eso de andar secuestrando gente, torturando, asesinando!…
–¿En algún momento, ante el cariz que tomaba la represión, le embargó cierta emoción, le ganó el cerrar los ojos y preguntarse ¿cómo es posible este horror?
–No sé si hubo un momento como tal, pero sí que a medida que se incrementaba el horror yo me alejaba del pensamiento dominante que justificaba todo.
–¿Lo trató a Videla?
–Muy poco, en reuniones de prensa muy manejadas por sus colaboradores.
–¿No se preguntaba en esas reuniones sobre los alcances de las violaciones a los derechos humanos?
–Se hablaba de cualquier otra cosa, a no ser que hubiera algún corresponsal europeo que sí preguntara. En esas reuniones pasaban cosas risueñas.
–¿Por ejemplo?
–En una oportunidad levanté la mano para preguntar. Rápidamente los colaboradores de Videla se interponían, hablaban… Él se levantó y se fue.
–¿Qué es hoy para usted la memoria de aquellos tiempos?
–Desde nuestro “pequeño” “Herald”, cumplimos: denunciamos la irracionalidad, el horror que desencadenaban unos y otros. Hay memoria, pero la vida sigue…
Entrevista a James Neilson
–Cuando uno rastrilla la historia de quién fue quién desde el periodismo argentino frente a la dictadura, siempre emerge “The Buenos Aires Herald” como casi el único medio que denunció la irracionalidad, la barbarie a la que deslizaba el país desde, incluso, mucho tiempo antes de los militares en el poder. Usted, desde el ’72, ya deslizaba advertencias sobre ese derrotero. Luego del golpe, aceleró. ¿Alguna vez sintió miedo?
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