«Si la memoria no me estalla»

Por Eduardo Basz

En su interminable perorata ante la Legislatura porteña, Aníbal Ibarra cometió un lapsus freudiano casi imperceptible pero muy interesante. En lugar de decir si la memoria no me falla, dijo «Si la memoria no me estalla». No se trata de dejarse llevar por alguna sagacidad de psicoanálisis salvaje, tan frecuente en nuestro país. Pero es evidente que a la cabeza política de la Capital Federal (la cabeza de Goliat) le estalló la memoria. Este abogado brillante (capaz de defender a Aníbal Lecter y hacer arrestar a quienes lo acusen) ha pasado el límite no sólo de la legalidad, sino también de la obscenidad. Más que un líder político, parece el comandante militar de una fortaleza sitiada. Y si para la sociedad habrá un antes y un después de Cromañón, para la centroizquierda porteña habrá un antes y un después del 'ibarrismo'. Tras las decepciones de 'Chacho' y de Graciela Fernández Meijide, uno puede preguntarse sobre el destino de ese conglomerado político-cultural. A la falta de pensamiento propio, de capacidad de gestión, se le suma ahora un sistema donde la combinación de corrupción, negligencia, amiguismo y loteo de áreas del Estado derivaron, casi inevitablemente, en un desastre cuyo único precedente es el de la Puerta 12. Es característico de los políticos profesionales no tener memoria: borrar el pasado. El término «políticas de la memoria» puede resultarle atractivo a historiadores y psicoanalistas, pero no a los representantes vitalicios. En este caso se ha ido mucho más allá: hay un «estallido de la memoria». Tal vez, cuando la 'beautiful people' pasa el umbral e inicia un proceso de corrupción sea peor que los amos viejos y los así llamados políticos de raza.

Ibarra propone, deliberadamente, la despolitización de la tragedia. Pero eso es imposible. Primero: porque no estamos frente a una catástrofe natural sino social. Segundo: todo lo relacionado con corrupción e inseguridad no es una cuestión técnica, instrumental. Tercero: porque la tragedia se origina, precisamente, en el desenfreno de los príncipes, en un tipo especial de «locura» adquirida en el palacio. Resituar a Cromañón en el mapa de la política es lo que puede contribuir a que los vecinos actúen como ciudadanos. Porque los dirigentes, como repetía Gandhi, son «la versión aumentada de nosotros mismos». Si la Argentina tiene una élite política y empresarial con un nivel de calidad menor a las del Brasil y Chile es por algo profundo. La despolitización propuesta por un jefe de gobierno (al que le estalló la memoria) es la peor de las opciones. La autoorganización de los familiares y amigos, el debate abierto entre los rockeros, las acciones judiciales, el seguimiento mediático, son actividades políticas que poco y nada tienen en común con las astucias de príncipes absurdos que suponen poseer la facultad de manipular la realidad. Quizás debamos aceptar como uno de los hechos de este mundo el carácter maquiavélico del poder. En todo caso, al ciudadano le queda el recurso de mirar con cuidado, cultivar la virtud del escepticismo. Después de todo, la furia del mundo se encarga de poner las cosas y las personas en su lugar.


En su interminable perorata ante la Legislatura porteña, Aníbal Ibarra cometió un lapsus freudiano casi imperceptible pero muy interesante. En lugar de decir si la memoria no me falla, dijo "Si la memoria no me estalla". No se trata de dejarse llevar por alguna sagacidad de psicoanálisis salvaje, tan frecuente en nuestro país. Pero es evidente que a la cabeza política de la Capital Federal (la cabeza de Goliat) le estalló la memoria. Este abogado brillante (capaz de defender a Aníbal Lecter y hacer arrestar a quienes lo acusen) ha pasado el límite no sólo de la legalidad, sino también de la obscenidad. Más que un líder político, parece el comandante militar de una fortaleza sitiada. Y si para la sociedad habrá un antes y un después de Cromañón, para la centroizquierda porteña habrá un antes y un después del 'ibarrismo'. Tras las decepciones de 'Chacho' y de Graciela Fernández Meijide, uno puede preguntarse sobre el destino de ese conglomerado político-cultural. A la falta de pensamiento propio, de capacidad de gestión, se le suma ahora un sistema donde la combinación de corrupción, negligencia, amiguismo y loteo de áreas del Estado derivaron, casi inevitablemente, en un desastre cuyo único precedente es el de la Puerta 12. Es característico de los políticos profesionales no tener memoria: borrar el pasado. El término "políticas de la memoria" puede resultarle atractivo a historiadores y psicoanalistas, pero no a los representantes vitalicios. En este caso se ha ido mucho más allá: hay un "estallido de la memoria". Tal vez, cuando la 'beautiful people' pasa el umbral e inicia un proceso de corrupción sea peor que los amos viejos y los así llamados políticos de raza.

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Certificado según norma CWA 17493
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Certificado según norma CWA 17493 <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios