'Siente culpa por estar viva, está enferma y privada de su libertad'

Betina Bilbao contó cómo está su madre, Kety Karabatic.

CIPOLLETTI (AC).- «La angustia es muy grande. Siente una sensación de culpa de estar viva, de no haber muerto, de no haber podido ayudar a esos chicos que quedaron sin sus mamás. No puede ir a ningún lado, no puede salir a comprar, ni ir a los actos de la escuela de mis hijos. Mi mamá tiene pesadillas y está con grandes problemas respiratorios. Está privada de su libertad, angustiada, sola y enferma».

La voz afligida y entrecortada de Betina Bilbao paralizó a todos en la sala de audiencias.

La hija de la única sobreviviente de la masacre humanizó con su relato el certificado médico que se aportó al Tribunal para excusar a Kety Karabatic de su testimonial, prevista para ayer.

Varios vecinos se acercaron a las 9 de la mañana al sindicato de Luz y Fuerza con la expectativa de oír el relato de la única mujer que quedó viva tras la bestial agresión del 23 de mayo en el laboratorio. Pero Karabatic, no fue.

A las 10,30 cuando se inició el debate -tuvieron que reemplazar a la secretaria, que tuvo un problema particular- el presidente de la Cámara Segunda, César López Meyer comunicó oficialmente la novedad que ya había circulado en los pasillos: Karabatic no iba a declarar.

Fue Betina Bilbao la primera en sentarse frente a los jueces. Visiblemente nerviosa al principio, la mujer contó cómo fue su encuentro con el asesino y el desesperado momento en el que pedía ayuda para saber qué había pasado con su madre.

Bilbao recordó que el 23 de mayo de 2002 alrededor de las 20, fue a buscar a sus hijos a la biblioteca Bernardino Rivadavia (allí habían tenido un incidete: un hombre se había bajado los pantalones en el exterior del edificio y su hija estaba mal por ese episodio). Desde ese lugar partió con rumbo al laboratorio, junto a su madre y los chicos.

Kety quería avisar que al día siguiente no iba a ir temprano a hacerse los análisis sino un poco más tarde, cerca de las 11.

Bilbao estacionó el vehículo en la calle 25 de Mayo, casi Roca, frente al laboratorio. Su madre se bajó sola y ella quedó en el auto con los nenes. Serían las 20,20 ó 20,25 aproximadamente.

«La sigo con la mirada mientras cruza la calle hasta que vi que alguien le abrió la puerta e ingresó. Me puse a conversar con mis hijos», relató Bilbao.

No le pareció que fuera Mónica García, la bioquímica, quien la recibió. Esperaba en el auto, mirando hacia otro lado y conversando con sus hijos. Ante la demora de Kety, hasta le hizo un comentario con humor a los chicos: «La abuela parece que le está contando la historia de su vida».

Dos o tres veces, cuando miró hacia el laboratorio, observó que alguien se desplazaba en el interior. Una vez, en el hall de entrada, sobre el archivo, «como buscando un papel». El sujeto estaba de espaldas. La otra, en la sala de extracción de sangre, donde se hallaba la luz apagada. «Vi una figura que estaba parada», dijo.

Miraba y dejaba de mirar. Seguía conversando con sus hijos, observando movimientos en otro comercio aledaño. Hasta que nuevamente volteó su cabeza hacia el laboratorio y vio que la luz donde estaba la recepción se hallaba apagada y que una persona, de espaldas, frente a la puerta, estaba como cerrando. Habían pasado unos 10 ó 15 minutos desde el ingreso de su madre.

«Esperen un momento ya vuelvo», le dijo a sus chicos. Cruzó la calle y se acercó hasta el individuo.

-¿Y las bioquímicas? -le preguntó.

-Están adentro. -le contestó el sujeto.

-Llámelas -le pidió ella.

-No, llámelas usted.

El individuo terminó de cerrar (tenía un «manojo de llaves» en su mano derecha), giró dándole la espalda, se agachó, buscó una bicicleta gris que estaba sobre el ligustro y se subió «como si estuviera montando un caballo». Llevaba en su mano izquierda una botella.

Lo siguió hacia la vereda. Buscaba que ese hombre le dijera algo, que le explicara. «Estaba desconcertada, esperando quizás una respuesta». Pero nada le dijo. Se marchó por 25 de Mayo con rumbo a Yrigoyen.

Ella volvió hacia la puerta. Aunque sabía que estaba con llave, tanteó el picaporte. Estaba cerrado. Golpeó y nadie le respondió.

Miró por la ventana de la derecha. «Mamá,

mamá», llamó desesperada. Nadie le respondió.

Empezó a pedirle ayuda a la gente que pasaba pero ningún auto se detuvo. Algunas personas que la escucharon gritar se acercaron. Uno de ellos rompió el vidrio de la ventana de la sala de extracción de sangre. «Me agarré de los barrotes de la reja, miré hacia adentro y vi a una persona amordazada», recordó.

Luego llegaron policías -uno de ellos Walter Muñoz, quien declaró ayer (ver aparte)- y rompieron la puerta de una patada.

Allí se frenó el relato. Las partes tampoco buscaron que reviviera el espanto de haber visto a su madre y a las tres mujeres atadas, amordazadas y ensangrentadas.

Pero ante la negativa de Karabatic de asistir ayer, la jueza Evelina García le consultó: «¿En qué estado se encuentra su madre?» .

Fue allí cuando la testigo describió que Karabatic quedó sorda del oído derecho producto del ácido acético que le arrojaron, que tiene un asma crónico que se agudiza en esta época con las quemas por el combate contra las heladas, que hace unos dos meses casi tuvieron que internarla por una neumonía, que tiene «una angustia muy grande» y vive encerrada en su propia casa.

Bilbao volvió a repetir ayer que no le vio el rostro al sujeto que salió del laboratorio. Considera que se trataba de una hombre joven, un poquito más bajo que ella (mide 1,70), delgado. Llevaba un buzo azul, un jogging o un pantalón algo caído. El timbre de su voz era claro y las manos, delgadas, no eran rudas ni estropeadas.

No cree que haya sido David Sandoval porque el individuo era menos robusto que el lavacoches, a quien conocía de antes. Bilbao dijo que hace unos años el detenido lavaba autos en su barrio, que algunas veces le lavó el suyo, y que también le daba comida cuando iba a pedir.

«Me daba pena su situación de indigencia y colaborábamos», dijo. «En alguna oportunidad (Sandoval) fue con la señora y el bebé y le calentamos la mamadera».

Nunca tuvieron problemas con él, aseguró. Y cree que su madre no lo conocía.

El detalle más importante que aportó esta vez Bilbao es que si bien estuvo afuera del laboratorio todo el tiempo, «es posible» que otra persona haya salido de allí sin que ella lo advirtiera. Esto alimenta la presunción de la querella de que David Sandoval pudo haber salido antes del lugar del hecho y que otro partícipe, el que atacó a Karabatic, fue quien se retiró al final.

«Pudo haber salido otra persona y no haberlo visto», afirmó.

La testigo supone que si David Sandoval hubiese estado allí lo hubiera reconocido.

Para constatar si era el sujeto que se fue en bicicleta ayer la defensa pidió que la mujer observara las manos del detenido y también que escuchara su voz.

Sandoval tuvo que repetir las mismas frases que expresó el sujeto que huyó en bicicleta.

«No creo que sea la misma voz y (David) tiene los dedos más gordos», concluyó.

Hoy, no hay audiencia. Los próximos testigos se escucharán recién mañana.

Notas asociadas: Kety no declaró ayer, sí en diciembre del 2003 El polémico testigo que condujo a «El Clavo» Dos dudas: una cadenita y la cicatriz Congoja al recordar a las víctimas  

Notas asociadas: Kety no declaró ayer, sí en diciembre del 2003 El polémico testigo que condujo a «El Clavo» Dos dudas: una cadenita y la cicatriz Congoja al recordar a las víctimas  


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios