Sin equivalencias

Por Carlos Torrengo

Sin equivalencias. Así está desde ayer el radicalismo rionegrino en la política provincial.

Desde ese escenario, su situación es la de esos boxeadores cuya superioridad es tan abrumadora, que torna estéril e inútil la posibilidad de establecer una pelea como mínimo pareja. En los hechos, esto obligaría a dejar sin efecto un combate.

Sin equivalencias, no hay competidores. Hay uno solo y nada más.

La magnitud de su triunfo en las elecciones alienta incluso un juicio que no es aventurado: desde el ejercicio objetivo del poder, la iniciativa política está subordinada al radicalismo.

Pero la elección de ayer es un dato más en la sostenida acumulación de poder que logró este año el oficialismo.

En junio fue reelegido para la gobernación y amplió la mayoría que ya tenía en la Legislatura. Y de las 36 comunas que desde aquel mes a hoy votaron, para intendente, al cierre de esta edición el radicalismo dominaba en no menos de 30.

En este marco, el panorama con el que emerge la oposición es desolador.

Así, el peronismo es el caso más paradigmático de pérdida de peso específico. Logró una sola de las tres bancas a diputado nacional que se disputaron ayer. La ganó arañando, porque hasta avanzadas las primeras horas de la noche, el radicalismo acarició la posibilidad de sumarse las tres bancas.

Se le esfumó además la intendencia de Bariloche, una ciudad que por todo lo simbólico que la define, ningún partido político del mundo hubiese dejado escapar con la facilidad que lo hizo el PJ.

Porque para el caso Bariloche, una cuestión está clara: no se perdió sólo por la tracción que en favor del radicalismo ejerció la fórmula presidencial de la Alianza. Es posible incluso que a partir de hoy no pocos perdedores se atrincheren en este argumento para explicar sus derrotas.

Pero el PJ perdió la comuna de Bariloche porque aún siendo ésta asistida primorosamente por el gobierno nacional en distintos aspectos -1.000 planes Trabajar, por ejemplo-, la gestión financiera del intendente Cesar Miguel es un desastre.

Sólo en un punto de importancia institucional pudo este año construir poder el peronismo rionegrino: Viedma, donde ayer el joven abogado Gustavo Costanzo desalojó de la comuna a los radicales.

Por primera vez en muchos años la capital provincial rompe su pacto de adhesión con el oficialismo. La fractura tiene sus antecedentes.

El oficialismo podrá argüir que Viedma es la ciudad de la provincia que más sufre el superficial ajuste que aplica sobre el aparato de Estado. Pero si quiere avanzar en las razones profundas de su derrota en la comuna de esa ciudad, quizá le convenga al radicalismo bucear en el estilo prepotente de ejercicio de poder con el que en algún momento del último año se relacionó con esa ciudad.

Ciudad en un momento socioeconómico muy complejo de su existencia. Tan complejo que es difícil imaginar su futuro.

El peronismo está en su peor momento de la transición. Sin liderazgos, inorgánico y voluntarista en la lucha, dominado su frente interno por traiciones, ambivalencias y mezquindades, su destino es incierto.

No tiene sólo un problema de carencia de poder. Sobrelleva lo que los politicólogos denominan «extrema pérdida de concentración», un proceso definido por la carencia de convicción en lo que se está haciendo.

Pero no sólo el peronismo salió muy dañado de esta elección. También lo está el ala del Movimiento Popular Patagónico que lidera su presidente y ex candidato a diputado nacional Julio Salto.

Vía un imaginario que se autoconstruyó, Salto creyó que estaba en condiciones de llegar al Congreso.

Desde los sueños, voló más alto que la realidad. Y en manos del radicalismo, perdió incluso en su ciudad: Cipolletti.

En algún lugar de ese imaginario radicaba una idea: Salto quería saber cómo estaba él ante el hombre con más poder en el MPP, el intendente de Cipolletti, Julio Arriaga.

Pero Salto perdió. Y aquí tampoco es aventurado afirmar que hacia afuera y adentro del MPP, esa derrota incrementa el poder de Arriaga, quien se opuso a que el partido pugnara por una banca en diputados.

Pero el MPP también está algo enfermo. Hay felonías en su frente interno, como que importantes candidatos del partido votaron ayer por Fernando de la Rúa cuando en sus boletas llevaban a Domingo Cavallo.

Pero hay algo profundamente paradójico en la elección de ayer: el radicalismo se queda con todo el poder en el marco de la mayor crisis fiscal de la historia de la provincia y que – como gobierno- no sabe cómo dominar.

Y así vuelve aquí a emerger un impresión que tiene su historia: en la provincia hay muchos sectores afectados por la irresponsabilidad con que el radicalismo ha manejado las cuestiones públicas. Una ecuación que para algunos de esos planos puede resumirse en «se cobra mal y tarde, pero se trabaja poco y no me echan»…

Es decir, la perduración de una relación muy enferma. Pero redituable para el poder.


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