Sin retorno

La causa por el crimen del policía José Aigo está próxima a límites sin retorno. Cuando se cruza cierto “Rubicón”, como ocurría con los antiguos romanos, puede que esté echada la suerte… En la primera y más elemental de esas fronteras está, de un lado, la empatía del público con una institución policial que carga la muerte de un servidor asesinado de manera salvaje y vil. Del otro lado está la creciente sensación de ineficacia y torpeza en la búsqueda de los autores de ese crimen. Cierto es que Jorge Antonio Salazar Oporto y Alexis Cortés Torres, los fugados, pueden ser personas entrenadas para sobrevivir en condiciones extremas, según dicen quienes sostienen la tesis de una supuesta y dudosa guerrilla rural venida de Chile, de la que ambos serían miembros. Cierto es que la Jefatura policial maneja la hipótesis de que estos individuos podrían estar recibiendo ayuda de terceros. La recompensa de 50.000 dólares ofrecida por el gobierno sería un intento de romper esas ocasionales simpatías. Pero ya van más de 30 días en un terreno de naturaleza feroz, que es mucho más feroz para quien no tiene más que lo puesto. Los policías y gendarmes que se sumaron a la búsqueda están abrigados, comen raciones calientes, tienen equipos de montaña, apoyo aéreo, comunicaciones, visores nocturnos (según se prometió) y perros rastreadores. Parece suficiente para oponer a quienes tendrían tan poco. Surgen, entonces, tres hipótesis, entre otras posibles. La primera es que, más que la ayuda de algún poblador, los prófugos estén verdaderamente “guardados”, lo que implicaría logística, acopio de alimentos y otros misterios a cargo de terceros en la intrincada cordillera neuquina. La segunda hipótesis es que ya no estén donde se los busca, y eso pondría a la Policía próxima al “hazmerreír. Y la tercera… la tercera mejor ni pensarla, porque pondría a las instituciones de la democracia en entredicho. Luego, hay otro límite que se otea ya, y del que será difícil volver si se lo cruza. Surgió de la reconstrucción del asesinato en el paraje Pilo Lil, y fue perfilado por la querella. Se trata de la certeza de que Salazar Oporto tenía el arma con proyectil en recámara, lista para percutir cuando la camioneta en la que viajaba con Cortés Torres y el hijo del intendente de San Martín de los Andes, Juan Marcos Fernández al volante, fue detenida para una inspección de rutina por la patrulla rural que integraban Aigo y el oficial Pedro Guerrero. El foco es el intento por acreditar que Fernández y Cortés Torres no podían ignorar esa maniobra, ya que implica un ruido y movimientos característicos que no pudieron pasar inadvertidos en el interior de la pick up. Cortés Torres ya es un prófugo de la Justicia, pero Fernández es un imputado sólo por falso testimonio. Probar que conocía la maniobra de Salazar Oporto con el arma sería como decir que estaba en conocimiento de que su supuesto pasajero y contratante del inocente “flete” estaba ya dispuesto a matar. Sería muy comprometedor. Para otros analistas, en cambio, la carga del arma pudo haberse hecho mucho antes y no necesariamente en los segundos previos al encuentro con la patrulla. Incluso, dicen, Salazar Oporto pudo haber subido a la camioneta en El Bolsón ya con la pistola lista. En cualquier caso, se trata de una delgada cornisa. La última línea sin retorno es aquella que separa a los “sí son” de los “no son…”. Que son guerrilleros chilenos, que no son; que son agitadores indigenistas, que no son; que son delincuentes, que no son; que son víctimas de una cacería humana, que no son… Una cosa está clara: es preferible la verdad más cruda a cualquier estado de sospecha permanente.

La semana en San Martín

Fernando Bravo rionegro@smandes.com.ar


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