Sin salida

Con mucha cautela, lo que dadas las circunstancias puede entenderse, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, acaba de hacer saber que ciertos integrantes del gobierno nacional son conscientes de que la transformación del INDEC en una mera usina propagandística creó un problema que será necesario enfrentar. Al reconocer que «hay productos que aumentaron por encima de lo que dice el INDEC», una discrepancia que atribuyó a lo difícil que es medir «los precios de cada ama de casa», Randazzo se alejó brevemente del discurso oficial según el que la única realidad económica es la representada por las estadísticas del INDEC, planteo éste que hace varios años dejó de convencer a los economistas independientes tanto ortodoxos como heterodoxos, a los empresarios, a los sindicalistas, a una proporción cada vez mayor de los dirigentes peronistas y, desde luego, a aquellas amas de casa -en verdad, todas- que van al supermercado y ven «que algunas cosas aumentan». En su condición de ministro político del gobierno, Randazzo no tiene más alternativa que la de minimizar las dimensiones del embrollo que fue provocado por la decisión del en aquel momento presidente Néstor Kirchner de intentar frenar la inflación manipulando las cifras con el presunto propósito de bajar así las expectativas, pero sucede que con el devenir del tiempo lo que comenzó como una picardía más se ha convertido en un escollo económico y político gigantesco que podría resultar insuperable.

Aun cuando el gobierno opte por permitir que en adelante el INDEC haga un esfuerzo genuino por medir lo que ocurra en la economía, resistiéndose a la tentación de adaptarla a las necesidades políticas del matrimonio santacruceño, no sería suficiente como para cerrar la brecha, que ya es abismal, que separa la mayormente ficticia economía oficial de la que efectivamente existe. No sólo es cuestión de la necesidad de los encargados de manejar la economía de disponer de datos ciertos -porque de otro modo continuarán actuando como personas que tratan de ubicar un lugar en Buenos Aires con la ayuda de un mapa de Nueva York- sino también de los muchos problemas legales supuestos por una maniobra que algunos, entre ellos el propio Randazzo, han reivindicado elípticamente al señalar que servía para pagar mucho menos dinero a los tenedores de bonos cuyo rendimiento está atado a la evolución de la tasa de inflación. El año pasado Randazzo nos recordó que «por cada punto que aumenta» la inflación «hay que pagar 1.800 millones de pesos de deuda». Puesto que la diferencia entre la inflación del INDEC y la real ya excede largamente los veinte puntos, el sinceramiento retrospectivo de las estadísticas oficiales obligaría al Estado a desembolsar decenas de miles de millones de dólares, algo que, por supuesto, no sería capaz de hacer, aunque es de suponer que por lo menos algunas de las víctimas de lo que no pueden sino creer fue una especie de estafa patriótica continuarán tratando de hacer valer sus derechos en los tribunales internacionales. Aunque pierdan, conseguirían hacer todavía más rocambolesca nuestra reputación en el mundo de las finanzas del que estamos virtualmente aislados desde el colapso del 2001 y el 2002. Puede que, como insinuó Randazzo, el mejoramiento sistemático del índice de inflación nos haya permitido ahorrar mucha plata, pero a la larga las pérdidas ocasionadas serán decididamente mayores.

Una consecuencia de la derrota electoral de fines de junio ha sido una ofensiva generalizada contra el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, por tratarse del formalmente responsable de la destrucción del INDEC. Sin embargo, su eventual defenestración no cambiaría mucho, ya que, como aseveró el nuevo jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, se ha limitado a cumplir órdenes, las que, es innecesario decirlo, le ha dado el ex presidente Kirchner, el único personaje del gobierno que está en condiciones de hacerse obedecer sin chistar. Mientras el marido de la presidenta continúe manejando la economía, no habrá posibilidad alguna de atenuar los problemas causados por la manipulación durante varios años de las estadísticas oficiales, pero aun cuando se haya ido tales problemas persistirán. Como escribió Shakespeare, «El mal que hacen los hombres los sobrevive, el bien queda a menudo sepultado con sus huesos».


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