Sin sorpresas

Tanto en la economía como en la política se puede hacer lo que uno quiera (y pueda), pero no habrá forma de eludir las consecuencias. De esta forma, no existen las sorpresas: sólo los sorprendidos.

En los meses previos a las elecciones presidenciales de octubre pasado se desarrolló una de las campañas más anodinas de las que tengamos memoria.

En ningún momento alguno de los candidatos con cierta expectativa de llegar al menos a la segunda vuelta esbozó la menor señal respecto de alguna ideología que lo representara.

La campaña estuvo llena de expresiones voluntaristas y vacías. Sin embargo, algo estuvo muy claro desde el principio: más allá de algún eslogan inicial, Cristina era la continuación de Néstor. Hasta aquí, ninguna sorpresa.

 

El campo

 

Si no fuera porque el sistema de las retenciones a las exportaciones genera como efecto no tan secundario una redistribución antojadiza de los recursos económicos y, por ende, modifica todo el escenario de señales de la economía, deberíamos decir que el campo se las merece.

Durante los meses previos a las elecciones pasadas no hicimos más que reclamar a los argentinos que votaran pensando en el largo plazo; la coyuntura no sirve para planificar.

Las retenciones han sido desde el principio del gobierno K uno de los pilares más importantes, si no el más. Los superávits que año tras año se han logrado tienen que ver no sólo con el esquema de retenciones sino también con la voracidad fiscal del kirchnerismo, voracidad necesaria atento no sólo al constante populismo y la creciente corrupción sino también a la imparable intervención del Estado en casi todos los sectores de la economía a través de subsidios, lo que a su vez retroalimenta la corrupción hasta el infinito.

Si además, teniendo el largo y mediano plazo en la cabeza, verificamos que para subsidiar la incremental demanda externa de combustible (venezolano) se debería contar con algún nuevo ingreso y que además, dado el monto de ese subsidio, sólo podría venir del sector agropecuario, nadie debería estar rasgándose las vestiduras por los aumentos de las retenciones: era de libro su aumento.

En las elecciones pasadas el kirchnerismo se impuso de manera aplastante en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, La Pampa, Tucumán y Entre Ríos. Y no le fue mal en el norte de la provincia de Santa Fe. O sea: el campo lo votó con innegable abnegación y convicción, y aportó a su campaña con igual ímpetu.

Casi podríamos decir que el campo le pidió a Cristina que aumentara las retenciones. Y ella no hizo otra cosa que obedecer el mandato popular.

 

La industria

 

Pero esto no termina en el campo. El presidente de la UIA, el ingeniero Lascurain, finalmente se reunió con la presidenta. Sus declaraciones fueron claras: apoyo al modelo actual (¿?) y necesidad de mantener la competitividad. En español básico: más devaluación para lograr bajar los costos reales (los nominales sólo les interesan a los sindicalistas), especialmente si se producen bienes exportables.

Nuevamente se demuestra que tanto el poder político como el empresariado desconocen a la mayoría silenciosa. La propuesta de la UIA es de hecho funcional al gobierno, especialmente si además le aumentó el nivel de retenciones al agro. Con una moneda más débil consigue más pesos para gastar discrecionalmente.

Pero nuevamente el cortoplacismo contradice al mediano plazo. Los industriales que han logrado hasta aquí realizar el valor de sus inversiones están de parabienes. Y ya no harán más. Los amigos del poder están aún mejor, ya que se han armado grupos empresarios nuevos, cuya verdadera magnitud se desconoce atento a la cantidad de testaferros que por ahora abundan. Pero estos sumados son minoría.

Así es que en algo se igualarán ganadores y perdedores: la falta de crédito (razonable) y de energía será igual para todos, más allá de las promesas del arquitecto De Vido.

 

 

Los ciudadanos de a pie

 

Aunque son los más perjudicados, especialmente los asalariados (y, cuanto más informal su situación laboral, más afectados de manera negativa por «el modelo») han votado por el kirchnerismo o no han votado, ayudando al oficialismo a resaltar su victoria.

En la Argentina actual, donde la desdicha de hoy no se compensa con la expectativa de mejoría mañana sino con ver cómo a otro también le va mal, los argentinos de a pie creen que sacarle a tal o cual sector les hará la vida más fácil. Quizá sea así en el espejo social.

Los consumidores ven menguar su poder de compra. La inflación se empina y ya nadie escucha al INDEK, a tal punto que hoy cualquiera pronostica índices de inflación sin sustento alguno y, aun así, ese pronóstico es más creíble que las estadísticas oficiales.

En algún punto este empobrecimiento será funcional al modelo; servirá para que éste dure por más tiempo que el conveniente, actuando como un pequeño freno a la escalada inflacionaria retrayendo la demanda.

Claro que, por el lado de las expectativas, mejor consumir hoy que mañana, de forma que cuando realmente se note una menor demanda sea porque el modelo ya explotó. Y entonces la caída de valor del dólar frente al euro será suave respecto de la del peso ante el «verde».

Cuando esto ocurra habrá algunos que habrán hecho grandes negocios y asegurado por varias generaciones el bienestar de los suyos. Pero éstos no son mayoría, aunque necesitan de ésta para lograr sus objetivos. Y, paradójicamente, la mayoría apoya a su propio verdugo, quizá con la expectativa individual de poder cambiar de bando.

Es entonces que el problema no es quién tiene el poder de negociar por sus propios intereses a costa del resto; el problema es que todos (o casi todos) estarían encantados de hallarse en esa situación y, ante la expectativa (o sueño) de poder algún día llegar, mejor dejar todo como está.

El sector del agro, los empresarios y la gente en general no están contentos con el statu quo. Pero lo que quieren cambiar no es el sistema, sino los jugadores; quieren ser ellos mismos los beneficiarios.

Mientras quienes defiendan un concepto de República con instituciones transparentes, con un federalismo real y sin el peso agobiante de impuestos confiscatorios, sean minoría, no importa el nombre de quien esté frente al poder. Importa sólo estar cerca de él (o ella).

 

GUSTAVO A. KÜPFER (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Economista e investigador asociado de la Fundación Atlas 1853

www.gustavokupfer.blogspot.com


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