25 N: Tres historias de sobrevivientes a la violencia machista en Bariloche

En Argentina se comete en promedio un femicidio cada 38 horas. Esta es la forma más extrema de crueldad, pero hay otras que sin llegar a producir víctimas fatales generan daño. Estos son los testimonios de quienes fueron acompañadas cuando pidieron ayuda.

Las trabajadoras del Equipo de Atención en Violencia (SAT) de Bariloche registraron 131 denuncias por violencia de género en octubre de 2022, 108 en septiembre y 141 en agosto. Reciben los casos que son derivados por las juezas de Familia. En el contexto del día de la lucha contra las violencias machistas, Río Negro dialogó con tres sobrevivientes que contaron el camino recorrido hasta poder pedir ayuda. Los nombres son ficticios para resguardarlas.


“Habíamos llegado al límite”


Tiempo atrás, Lucila se radicó en Córdoba con su pareja y su hijo de dos años. De la noche a la mañana, comenzaron los pases de factura. Su pareja le recriminaba que no trabajaba, que no estudiaba y que no cuidaba bien al niño.

“Me empezó a agredir verbalmente. Yo me sentía muy mal: estaba sola, sin mi familia cerca. Un día, agredió a mi hijo. No le alcanzó a pegar, pero lo tiró contra la cama porque lloraba. Le gritaba que se callara, que era un mañoso”, recordó.

Lucila sufría constantes amenazas: su pareja le advertía que, si regresaba a Bariloche, le sacaría la tenencia del niño y la dejaría “en la calle”.

Una noche, la golpeó y la dejó encerrada. La mujer logró escaparse por una ventana y corrió hasta la casa de una vecina para pedirle que la acompañara hasta la comisaría más cercana. “Fuimos a buscar a mi gordito en un patrullero y adelante de los policías, me dijo que no me lo iba a dar, que me quitaría la tenencia. Me tomaron la denuncia y esperé la orden del juez hasta que me llevaron a mi nene a la comisaría. Mi ex terminó preso un mes”, relató Lucila.

Tres días después de ese episodio, la mujer de 29 años volvió a Bariloche “con lo puesto y solo algunos juguetes”.

El hombre también regresó a Bariloche y cuando la orden de restricción llegó a su fin, Lucila apostó a la revinculación con su hijo. “Le dejé en claro que no quería reanudar nuestra relación y creí que lo había entendido, pero un día que le tocaba estar con el nene me acusó de estar con otro, de haber empezado a trabajar. Me dijo que no me iba a dejar vivir tranquila. Me volvió a pegar frente a mi nene (me reventó la cara) y me fui a limpiar al baño. Él dejó a mi nene sentado en el sillón con el celular, vino al baño y me violó. Mi nene empezó a tocar la puerta del baño y me amenazó con no decir nada. O lo haría entrar al nene para que viera”, detalló.

Cuando el agresor abandonó su casa, Lucila llamó al 144 porque sabía de un protocolo ante un caso de violación. Me dijeron que denunciara en la comisaría y luego acudiera a la guardia.

Fue la última vez que Lucila lo vio. Se le impuso una orden de restricción. “Seguí con el juicio para evitar que le otorgaran la revinculación con mi gordito. Al día de hoy me siento orgullosa. Fue todo un proceso de reconocer, sacar miedos y hacerme fuerte. Si no hacía algo, mi hijo iba a seguir yendo a su casa y la situación sería la misma. Ya habíamos llegado al límite”, admitió.

Lucila se siente fuerte nuevamente: “Todas las mujeres tenemos herramientas, el tema es darnos cuenta y saber usarlas. Tenemos que dejarnos acompañar porque hay gente que puede ayudarnos. A mí me ayudó Desarrollo Social y mi familia -pese a que, muchas veces, me decían: ‘Yo te dije’-”.

“No podemos salir solas”


Mariana atravesó una situación de violencia de género durante ocho años. Al poco tiempo de conocer a su pareja se fueron a convivir porque lo habían echado de su trabajo y no tenía dónde vivir. En un principio, advirtió, él fue respetuoso con ella y con sus tres hijos.

El problema se desató cuando Mariana decidió terminar el secundario en la escuela nocturna. “Alguien le dijo algo y una noche, me agarró del cuello arriba de la cama. Me quedé en blanco. Apenas le pude decir que estaba equivocado. Estuvo todo bien hasta que un sábado a la noche, me preguntó con quién me escribía. Chateaba con una amiga, pero me agarró el celular nuevo y lo tiró contra la pared. Me había costado comprarlo”, afirmó la barilochense de 33 años.

El hombre amenazó con matarla y salió de la habitación. “Sentí que me iba a atacar. Lo vi en sus ojos. Cuando regresa, me tira un tarro de pintura de 20 litros. Alcancé a salir de mi casa, pero mis nenas quedaron durmiendo. Corrí a pedir ayuda a mi mamá para que llamara a la policía, que lo sacó de mi casa”, aseveró.

Como el hostigamiento continuó los días siguientes, Mariana decidió denunciarlo. Hubo varias órdenes de restricción que el agresor nunca acató. “Hubo un tiempo en que paró, pero pasaban dos meses y volvía. Terminé volviendo con él, quedé embarazada y caí en una depresión. De todos modos, nunca me rendí: seguí estudiando y me recibí de peluquera y estilista”, señaló.

Las actitudes violentas fueron aumentando cada vez más. En una clase, una docente expuso sobre violencia de género y Mariana se percató que estaba atravesando por esa situación. “Me abrió la mente, pero me sentía acorralada. Terminé pidiendo ayuda recién cuando él colocó un cuchillo en mi cuello y estuvo a punto de matarme. Llegó a tener vidrios en la mano para cortarme”, precisó.

Siguieron varias órdenes de restricción, custodia y un botón antipánico. Las integrantes del Equipo de Atención en Violencia (SAT) en Bariloche, dependiente de la Secretaría de Desarrollo Humano de Río Negro, le brindaron asesoramiento y acompañamiento.

“Estas situaciones no se cortan de un día para el otro. Hay que tener paciencia. Les diría a las mujeres que transitan situaciones similares que busquen ayuda porque no podemos salir solas. Quedan secuelas y no es fácil de sobrellevar. Hay que aferrarse a la familia, a los hijos que también pasaron por la misma situación, sin querer. Hay vida después de esto”, agregó.

“No se puedevolver a confiar”


Al mes de iniciar una relación, Leticia quedó embarazada. En ese instante, comenzó la violencia psicológica y económica. “Me exigía ser una buena esposa, una buena madre, no podía salir de noche. Había múltiples situaciones de control: me llamaba para preguntarme a dónde estaba, con videollamada. No quería que trabaje, ni que fuera al supermercado. Era una manipulación enorme, pero al estar tan enamorada aceptaba esa condición”, admitió la mujer de 43 años.

Cuando nació su bebé, Leticia tomó la decisión de separarse. “Él hacía denuncias falsas diciendo que el chico estaba golpeado, que no le cambiaba el pañal, que no lo había vacunado. Relatos increíbles. Recurrí al equipo del SAT porque estaba asustada ante tanta amenaza. Me dieron un botón antipánico”, aseguró.

Tiempo después, el agresor inició el proceso de revinculación con el niño de un año, hasta que una tarde lo secuestró. “Hice la denuncia y a las 30 horas, apareció mi hijo en Buenos Aires. No se cuál era su intención. Me dijo que me iba a llamar para que me mude con ellos”, recordó.

Poco después, se generó otro incidente cuando Leticia le permitió al hombre llevar al niño a su casa a fin de festejar su tercer cumpleaños. “Presentó una demanda por tenencia. Presentó dos certificados médicos, firmado por amigos suyos, manifestando que el niño tenía traumatismos, lesiones, parásitos. Hice una denuncia penal por mala praxis que está en trámite y a partir de ahí, la Senaf dispuso que padre e hijo pudieran verse, pero con una tercera persona de por medio”, expresó Leticia. Dijo que hubo solo tres encuentros, donde los especialistas detectaron que “el padre sobreexigía al chiquito, quería jugar a los juegos que él quería -y no los que el niño quería- y el encuentro duraba una hora pero a los 30 minutos, lo daba por terminado”.

Leticia sugirió “cortar el vínculo lo antes posible ante cualquier situación violenta”. Aseguró: “Hasta que una esté fortalecida para que el otro deje de atacar, la comunicación debe ser por abogados. De otro modo, se reciben mensajes de texto a cualquier hora, te dice cosas que no son y te saca de la cordura y la realidad. No se puede volver a confiar porque no son personas confiables. Se muestran cuerdas, pero es una imagen hacia afuera”.


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