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Un niño me contó: cuando esto todavía era un sol mamá y mamá me despertaban todas las mañanas. Después papá me preparaba el desayuno y veíamos dibujitos hechos de sol. A mí me crecían un montón de dientes nuevos y me reía. Después los grandes se iban en bici, moto y tren a sus trabajos.

Yo en mi pieza tenía un póster de Mafalda, estaba colgado en un lugar que antes había una mancha de humedad del polo norte. Cuando volvían los adultos almorzábamos todos juntos todo tipo de comidas, a veces del sur, otras del norte, los sábados del este y los lunes del oeste.

Después yo me iba en mis saltitos a la escuela. Ahí tenía un montón de amigos de todos lados, con ellos jugábamos al fútbol con una pelota a la que llamábamos Prana.

Cuando mi mamá me iba a buscar pasábamos a cantar por una casa que era de todos y antes de uno que en realidad no era el dueño. Después yo merendaba, hacia la tarea y jugaba, jugaba y jugaba hasta que me llamaban a comer, yo jugaba. Nunca tenía frío, solo cuando quería estar un poco triste.

A la noche otra vez comíamos todos juntos. Después yo leía mientras los grandes leían o miraban televisión o bailaban. Papá fumaba en una pipa blanca y negra. Después yo dormía y ellos escuchaban una radio del sur.

Desde que se murió el sol que hago lo mismo pero distinto. Mi mamá y yo sonreímos con menos dientes. Mi papá y mi mamá se abrazan menos pero más. Al vecino siempre lo escucho gritar: “¿Y vos qué creías?” “No te la agarres con la luna, si esto no es mas un sol”.

Hay una sola cosa que me alivia esta sensación; todas las semanas, por lo menos un día, mis madres y mi padre salen, yo los espío, se encuentran con el vecino y con un montón de grandes más, se agachan una y otra vez, cada vez que lo hacen juntan palitos, si no son palitos son diarios viejos y si no son diarios viejos son fósforos. Creo que sé lo que quieren.

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Ezequiel Epifanio