El padre Miguel vuelve a Francia tras 37 años

Trajo su tarea pastoral a Río Negro, luego de un pedido de Hesayne. A los 75 años vuelve a Normandía y cuenta lo vivido aquí.

“Es evidente que después de todos estos años me siento más cómodo en Argentina que en Francia. Cuando regresaba a mi país, después de un mes tenia la necesidad de retornar porque mi trabajo está aquí. Pero la decisión de volver definitivamente es algo que firmamos al optar por este servicio. A esta edad, no queremos ser una carga”.

Con estas palabras, el sacerdote Miguel Antequil, de 75 años, se refiere a su retorno a la diócesis de Normandía, Francia, su país de origen, luego de 37 años de trabajo en la Patagonia. Es que llegó aquí mediante un programa de intercambio que ahora llega a su fin. Y en cada una de sus palabras se percibe un dejo de nostalgia.

“Al arribar a la provincia estuve 9 años en el Alto Valle, 8 en San Antonio, 7 años en Viedma y luego regresé aquí, a SAO, donde pasé estos últimos 13 años” recordó el padre. Aquí desarrolló “la línea pastoral en la que estamos viviendo hasta hoy, que es la de poner el acento en las comunidades. Buscando la participación activa de todos los que quieren cooperar, ya sean religiosos o laicos comprometidos. Esta manera de trabajar fue un motor. Supone que el sacerdote sea uno más del grupo” destacó.

Venir a la Argentina fue un cambio de rumbo, porque inicialmente soñaba con regresar a África, donde encontró su vocación como sacerdote.

“Antes del sacerdocio había trabajado en África del oeste como docente. Cuando volví a Francia decidí entrar al seminario mayor, para gran sorpresa de mi familia y amigos. Por eso al ordenarme, el obispo mayor sabía de mi deseo de volver un tiempo a ese continente. Pero el monseñor (Miguel) Hesayne pidió a los obispos franceses el envío de algunos sacerdotes para ayudar en la diócesis. Y en lugar de retornar a África llegué a América Latina” contó el cura párroco.

Tenía 37 años cuando arribó a la provincia. Allen, Huergo, Mainqué y Cervantes fueron sus primeros destinos. No hablaba una palabra en castellano, y por dos meses contó con el apoyo de otro sacerdote. “La gente hacía todo lo posible para captar lo que decía y animarme” recordó, y compartió una anécdota sobre la importancia que tuvo el “Río Negro” durante ese aprendizaje.

“Los tres primeros meses me encerraba tres horas a la mañana con el diario y el diccionario de gramática. Por la tarde iba a visitar a la gente en los barrios. Los niños fueron los que más me enseñaron, porque se reían al escucharme y me corregían. Me enseñaron las palabras justas y también las del lenguaje popular” rememoró, risueño.

A lo largo del tiempo, mantuvo siempre su contacto con Francia, donde dejó 4 hermanos y numerosos sobrinos. “Cada vez que yo volvía a la diócesis tenía un programa fijado para informar a las comunidades de Normandía lo que se vivía aquí. Aprovechaba también para visitar a la familia. Al principio viajaba cada tres años, y después cada dos” contó.

Ahora, su partida está programada para el 12 de mayo, y hasta que se designe a un nuevo sacerdote quedarán a cargo de la comunidad parroquial el “padre Juan, que es de Corea del Sur, y el diácono Aparicio Millapi”.

“Los tres primeros meses me encerraba con un diccionario. Los chicos se reían por mi habla y fueron los que más me enseñaron el idioma”

Miguel Antequil, al recordar sus dificultades al llegar a la región.

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“Los tres primeros meses me encerraba con un diccionario. Los chicos se reían por mi habla y fueron los que más me enseñaron el idioma”

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