Herrero de fragua, a golpe y fuego como en el medioevo

Desde San Martín de los Andes, Andrés Guhl nos muestra la transformación del hierro, forjado a mano, en una herramienta que todos tenemos en casa. El martillo, paso a paso.

La cita era a las 19. Llegué diez minutos antes. La fragua ya ardía y en ella descansaba un hierro al carbono cilíndrico de unos veinte centímetros.

Apenas entré al taller, me recibieron el calor y un aroma inusual, la fragua: hierro y azufre, acero y carbón de coque.

Estreché las laboriosas y curtidas manos de Andrés Guhl y arrancamos. Entre charlas y mates, la pieza iba cobrando vida.

El pedazo cilíndrico de palier comenzó a ser sometido bajo los mazazos que lo dejarían, poco a poco, golpe a golpe, con una rectangular y afinada nueva forma.

Gotas de hierro fundido volaban por el espacioso taller. El ruido de la turbina que mantenía el coque encendido acompañaba y la magia iba surgiendo sobre las bigornias.

Luego de un largo rato apareció la forma del martillo. Un orificio en el lugar exacto dejaría espacio para el encabado y, tras los retoques finales, el arma fundamental, la herramienta del artista, estaría lista para ser usada.

La herramienta

Producto de más de dos horas de trabajo surgió este martillo forjado a mano, sin herramientas eléctricas, con las técnicas que se usaban incluso en la Edad Media. Fuego, fragua a carbón y coque y la magia transformadora.

Pero, ¿de dónde sale el material? Este martillo era un pedazo de hierro redondo, macizo, de un palier de camioneta. “Reciclo mucho”, explica Andrés. “Voy a buscar chatarra al depósito de la municipalidad. Y también encargo a los mecánicos los elásticos de los autos, los espirales, algún palier grande de camión. Esos materiales sirven para hacer herramientas, para templar, porque tienen carbono”, agrega.

Y ahí nos enteramos de que el hierro solo, el Fe de la tabla periódica de los elementos, hierro dulce como lo llaman, no es tan duro como creemos. Andrés, con sus conocimientos de técnico químico y herrero, lo sabe bien: “El carbono es lo que da la dureza al hierro, que es una maravilla para forjar pero es muy blando y no se puede usar para herramientas. Tampoco para hacer cuchillos, porque se va a marcar y a doblar”, aclara.

El paso a paso

Desde la elección de la pieza de hierro hasta el encabado del martillo hay un mínimo de dos horas de trabajo y sólo la experticia asegura que va a resultar.

Andrés encuadra el material a golpes de martillo y, con una gubia, marca el agujero en donde entrará el cabo. Como trabaja siempre al rojo vivo, debe llevar la pieza al fuego entre quince y veinte veces.

Y de a poco, con pernos de distintas medidas, va agrandando el ojo del martillo hasta tener la medida correcta.

Una vez que la cabeza está lista llegó el momento de pulirla y, finalmente, la somete a un tratamiento térmico para dar la dureza necesaria para que el material no se marque al trabajar, pero también la flexibilidad suficiente para que no se quiebre al caerse. Estos últimos pasos, el templado y el revenido, son los que más importantes. De ellos depende la supervivencia de la herramienta.

El punto medio

¿Qué es el templado? “Es un shock térmico: se calienta al rojo vivo y se enfría, depende del acero, en agua, en aceite o al aire”, explica el herrero. Así el material se contrae y eso le da la dureza. Luego se hace el revenido, para quitar un poco esa dureza. Andrés usa un horno de cocina a 250°C, donde deja la cabeza del martillo por aproximadamente una hora para que se ablande otra vez, para poder usarlo para golpear sin que se parta. “Hay que buscarle justo el punto medio”, dice. “No se tiene que mellar, pero tampoco partir”. Y lograr ese punto medio es cuestión de práctica.

Andrés apaga las luces del taller y abre el horno. “Yo lo hago a ojo, porque los colores que me indican cómo va. Es práctica y, hasta que se logra, son muchas decepciones. De vez en cuando se parte un martillo. Trabajaste tres o cuatro horas y no hay nada que recuperar, hay que empezar de nuevo”, señala.

Arte en hierro

Lista la cabeza del martillo, es hora de colocarla en el cabo y ya puede usarse la nueva herramienta. Entonces, ¿qué hacemos con ella?

Andrés coloca al fuego una barra de casi un metro de largo. Pronto, a fuerza de golpe –del martillo nuevo, por supuesto– y calor, será un herraje para puerta. Para trabajar el hierro usa una antigua técnica de soldado o remachado por fragua, sin herramientas eléctricas. La misma que suele usarse para hacer cuchillos de manera artesanal.

Un ejemplo más de que todo puede realizarse a mano y con técnicas tan antiguas como el hombre mismo.

Andrés Guhl

Ficha técnica

Nació en Buenos Aires hace 46 años. Tiene dos hijos.

Se instaló en San Martín de los Andes en el 2009 y desde entonces desarrolla allí su pasión por la herrería artística.

En 1994 y con un título de técnico químico se fue a vivir a Alemania donde, a través de un curso, descubrió su amor por la herrería.

“Fue hace 16 años . Vi el fuego, olí el humo del carbón y dije: ‘guau, esto es lo que quiero hacer por el resto de mi vida’. Así arranqué”, relata Andrés.

Desde su herrería, hace trabajo de obra, fabrica piezas artesanales a pedido y da cursos de fragua cada sábado.

“Cada herrero artístico, de oficio, hace sus propias herramientas para la fragua. Lo primero es el martillo y la pinza”.

Andrés cuenta que cada pieza le lleva un mínimo de dos horas de trabajo.

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“Cada herrero artístico, de oficio, hace sus propias herramientas para la fragua. Lo primero es el martillo y la pinza”.
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