La cosecha de la sal en

Es un antiguo mar cristalizado de 300 millones de años.

Martín Brunella

SAN ANTONIO OESTE (ASA) El horizonte es tan vasto, que parecen beduinos en un desierto de sal. Hombres que asumen el color de su sombra mientras la zafra avanza, y sus máquinas abren surcos, desmenuzan y cosechan.

“Acá es todo muy tranquilo”, dice Baltasar Cerda, mostrando un rostro curtido por el mismo fuego que blanquea la sal acopiada en las parvas. A él, que lleva 8 zafras en esta salina y desde los quince años conoce los secretos de este trabajo, no lo intimidan los 400 kilómetros cuadrados que posee “El Gualicho”, las salinas ubicadas a 60 kilómetros de San Antonio y a 72 metros bajo el nivel del mar, que son consideradas entre las más grandes de Argentina.

Su experiencia previa, adquirida en las pequeñas salinas de Río Colorado, lo habilita a tutearse con la vastedad del área, que ocupa el segundo puesto en extensión en toda Sudamérica y el tercero en el mundo en lo atinente a explotación industrial.

Baltasar es ayudante de Omar Sánchez, el administrador del área que usufructúa la empresa Alpat. Ese sector consta de 6.916 hectáreas, aunque de ellas sólo 4.500 son cosechables, ya que el resto se compone de pantanos y ojos de agua.

Con su mirada experta, el hombre supervisa los surcos abiertos sobre el suelo por la cortadora, un implemento triangular que va sujeto a un tractor. Luego, por cada franja (que es trazada a una profundidad que varía según lo permite la capa de sal disponible en superficie) pasa otro tractor arrastrando un ‘trineo’ dotado de cuchillas, que desmenuza el material y lo deja listo para ser recogido por las máquinas cosechadoras.

En su estado natural, la compacta superficie de sal tiene reflejos rosados y por sectores un matiz de oro sucio que al ser removido parece arena húmeda.

“Ese color es consecuencia de la ceniza volcánica, antes se veía sólo el rosado, que se volvía blanco cuando quedaba suelto luego del paso del trineo” relata Baltasar. Esto, sin embargo, no perjudica la calidad de la materia prima, que queda estacionada en las parvas y es erosionada por la acción del clima y luego, una vez en planta, sometida a un proceso en el que se extraen todo tipo de detritos.

“La mayoría de la sal que se cosecha aquí es para uso industrial. Actualmente, a la ‘pertenencia’ o sector que usufructuamos se suma la que explota Indupa, de Bahía Blanca, y a la de la firma Cosarmín, un pequeño emprendimiento que es el único que tiene como finalidad su uso para el consumo humano” informa Carlos Balsas, el gerente de logística de Alpat.

Esta firma, que elabora carbonato de sodio en la planta que posee en San Antonio, necesita 400.000 toneladas de sal anuales para llevar a cabo el proceso. Las zafras, que generalmente se extienden desde el mes de octubre hasta abril, deben garantizar que esa cantidad esté disponible, aunque la naturaleza manda en ese aspecto, y para que haya buena cosecha debe llover suficientemente durante el invierno.

“Después es al revés, si llueve en tiempos de zafra la sal se disuelve y debe retrasarse el inicio de la actividad, o suspenderse una vez iniciada hasta que el material seque” apuntó Balsas.

Por ahora, las lluvias recientes quedaron atrás, y las cosechadoras avanzan raudamente. Al mismo ritmo circulan los camiones que reciben el material, que luego de atravesar por una cinta de caucho cae sobre ellos, formando un promontorio que será llevado y depositado en una de las parvas, que crece a medida que se multiplican los viajes que realizan estos ‘fleteros’.

De la otra parva, mucho más blanca y de un grano más fino, se extrae la sal ya estacionada, que una flota de camiones contratados por la empresa se ocupa de llevar a la fábrica de carbonato de sodio.

Una cosechadora levanta la sal previamente desmenuzada por un “trineo” dotado de cuchillas.

vanesa miyar

vanesamiyar@rionegro.com.ar

En la gran salina del Oeste rionegrino, la recolección se realiza entre octubre y abril de cada año.


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