Miguel Neman, un ‘principito’ sanantoniense

SAN ANTONIO OESTE.- “¡Qué miedo le habrá agarrado!” apuntó riendo el ‘Negro’ Molina, el actual cuidador de ‘Las máquinas’, al imaginar la reacción que 81 años atrás, ante el aterrizaje de Saint Exupèry, habrá experimentado el peón de ese mismo campo, que al recuperarse del susto corrió hacia al pueblo, ubicado a 25 km. del establecimiento, para avisar acerca del incidente que había forzado el precipitado descenso del aviador. Aunque nadie recuerda el nombre de ese primer testigo del acontecimiento, quedó en claro el destino de su raudo derrotero: la firma “Lahusen & Cía. LTDA”, exportadora de lanas y ‘frutos del país’, que poseía sus barracas en el corazón del pueblo y un almacén de ramos generales dónde actualmente funciona el edificio de rentas. Allí trabajaba Miguel Neman, que con sus trece años se desempeñaba como cadete de la empresa. Con la autoridad de su pertenencia a la firma y la curiosidad de su corta edad nadie pudo lograr que el chico, al enterarse de que sus patrones irían en auxilio del raro personaje, se despegara de ellos, que a bordo de un Ford ‘T’ cargado de 40 litros de combustible para alimentar al avión partieron hacia el campo. “El tío fue el que mantuvo vivo el recuerdo de esa historia, y evidentemente el encuentro con Exupèry lo marcó para siempre, porque después su vida estuvo ligada a la aviación. Hizo un curso de piloto y trajo el primer avión a la ciudad, que era un biplano de tela que piloteó desde Comodoro Rivadavia, fue presidente durante mucho tiempo del aeroclub y de hecho se jubiló, aunque ya en los últimos tiempos trabajando ad-honorem, en la línea aérea LADE, que gracias a sus contactos y a su insistencia estableció una escala en la localidad que es la que existe todavía”, recordó Jorge Neman, sobrino de Miguel, que falleció a los 88 años luego de legarle a su pueblo su entusiasmo por la vida aérea. Es que esa mañana de 1929, aunque Neman no tuviera ni rizos rubios ni una larga capa, tal y como en uno de los tramos de ‘El principito’, la escuálida figura de ese jovencito corriendo fascinado hacia el avión fue lo primero que Exupèry divisó, mientras los hombres, que habían quedado rezagados, descargaban del auto el combustible.


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