¡Socorro! 07-02-04

Entre los lugares comunes convocados hasta el hartazgo, del tipo «a este país no lo arregla nadie», pocos tan machaconamente instalados como la relación entre el estado personal y la falta de un «proyecto político».

Alto, alto. Está claro que la enorme incertidumbre que como país vivimos, meridianamente plasmada en estadísticas sobre desocupación, inseguridad, emigración, y lo que se le ocurra, tiene una enorme incidencia en la vida cotidiana.

Gente que respeto desde lo profesional dice -y le creo- que los cuadros depresivos han aumentado exponencialmente, y no es tan sencillo bajar la curva sólo con el soplo de esperanza que recorre el espacio nacional.

Ahora bien, si usted de vez en cuando revisa las situaciones límites o muy difíciles de su vida, cosa que yo hago, resulta que aparecen reservas impensadas, actitudes de fuerza y valor desconocidas que, por alguna razón, se van al sótano cuando operan las grises fuerzas de lo crónico, el pequeño mal cotidiano. Ya sabe lo que pasa con el gris: es eso, gris, el de la niebla, el color plomo, esa cualidad de liviandad opaca y gravedad desconcertante que tiene el único color que no me gusta.

Un amigo de esos que consume todos los debates, compra todos los diarios y no se le cae lo de «proyecto político» de la boca, me decía que a un tipo desesperanzado, a una mina que bajó los brazos, lo que le falta es «un proyecto político» expresión que asume el aspecto de balsa en el mar vacío: oh, qué suerte, allí veo un proyecto político, qué terrible, no hay proyecto político, me ahogo, malvada dirigencia, ¿dónde está el proyecto político?

Le voy a decir algo: si yo, siempre (no de vez en cuando; siempre), abro los ojos y la lista es así: otro día más, me falta plata, el laburo es un castigo, ese jefe me tiene harto, el viaje se frustró, la caña de pescar se me rompió, esos quilos no los bajo más, el pibe se rajó, Menem me traicionó, Kirchner es un chanta, ella ya va a empezar a gritar, él ya quiere el desayuno, soy una sierva, todo es una porquería, está lloviendo otra vez, está ese sol terrible… bueno, bueno. Si todos los días esa es la lista, mi querido amigo, mi estimada amiga, créame: no hay proyecto político que valga, aunque descubramos en Marte el mejor del universo, ese que tenemos como mundo ideal. Lo que necesita no es un proyecto político, necesita ayuda. Psicológica y espiritual. Este cuadro, supongo, es lo que se llama depresión, no «este país de mierda».

Una sencilla inversión de la lista demostraría que semejantes pensamientos obedecen, por ejemplo, a que su cerebro funciona, cosa que no puede decir gran parte de gente enferma; que existe él o ella, factor que brilla por su ausencia en muchos casos; que hay un hijo, elemento que, dicen, junto con escribir un libro y plantar un árbol, justifican la existencia; hay un trabajo, cosa que no puede ni ser ni analizada por otra gran parte de la gente… y así todo. Quizás en lugar de preocuparse tanto, habría que ocuparse de las cosas, hacer algo, digo, con cada factor de la lista, y anote esto, no es lo mismo preocuparse que ocuparse.

Claro que muchas veces, para ver la lista de otra manera, hay que dejar de gritar ¡socorro! Hay que buscarlo en serio, hay que pedir ayuda. Cuando, en lo personal, pierdo la omnipotencia de creer que todo me pasa a mí, que yo tengo que arreglarlo y nadie más que yo, empieza cierto proceso de humildad que me pone y pone las cosas en un lugar más real. Entonces aparece gente idónea, grupos donde referenciarse, preocupaciones de las que ocuparse, empezando por uno mismo. El gris se aclara, se hace más liviano.

Y lo más probable es que dejemos de hablar del país desde la ajenidad, y empecemos a hablar de nuestro país; nos metamos adentro, que es donde, en verdad, habitamos. Y que en lugar de buscar el salvador proyecto político, lo construyamos juntos.

 

Beba Salto

bebasalto@hotmail.com


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