Son corridos por los inspectores

NEUQUÉN (AN).- Los verduleros ambulantes se defienden. No pagan impuestos y son corridos por inspectores municipales. Juran estar cansados de esa situación. “Yo quiero pagar impuestos, que el municipio nos regularice como hace con los vendedores ambulantes del Bajo (neuquino)”, pide Claudio Rojas en la céntrica esquina de Juan B. Justo y Brown. Vende bien. Está allí de 11 a 14, luego viaja hacia el Mercado Concentrador y por la tarde hace de empleado en un negocio de su barrio, Islas Malvinas. “La municipalidad nos persigue y hay medios que nos demonizan. El locutor nos llamó alguna vez la ‘mafia de los carritos’. No sé de qué mafia habla, no me conoce. Tengo secundario completo, 37 años y no consigo trabajo. Me echaron como un perro de una empresa de seguridad y me quedé en la calle. Tengo una hijita de unos meses. ¿Qué iba a hacer, salir a robar”, despotricó Rojas. Hay un par de estos “autitos” verduleros atendidos por menores de edad, aunque ante la consulta, la respuesta siempre será que “el chico es familiar. Se gana unos pesos después de la escuela”. No es el caso de Claudio, tampoco de Mauricio Painemil, que en el oeste capitalino también tiene que arrancar el Renault 12 y partir cuando avizora los inspectores municipales. “Dos informes me hicieron, pero no voy a dejar de trabajar, porque me gano la vida dignamente. No me gustan las ferias o el trueque, y es donde nos piden que estemos. Pero la realidad es que no molesto a nadie, no compito con ninguna verdulería del sector y tengo todo impecable”, se quejó. La ubicación es móvil aunque algunos poseen clientela fija a la que abastecen con verduras en forma diaria.


NEUQUÉN (AN).- Los verduleros ambulantes se defienden. No pagan impuestos y son corridos por inspectores municipales. Juran estar cansados de esa situación. “Yo quiero pagar impuestos, que el municipio nos regularice como hace con los vendedores ambulantes del Bajo (neuquino)”, pide Claudio Rojas en la céntrica esquina de Juan B. Justo y Brown. Vende bien. Está allí de 11 a 14, luego viaja hacia el Mercado Concentrador y por la tarde hace de empleado en un negocio de su barrio, Islas Malvinas. “La municipalidad nos persigue y hay medios que nos demonizan. El locutor nos llamó alguna vez la ‘mafia de los carritos’. No sé de qué mafia habla, no me conoce. Tengo secundario completo, 37 años y no consigo trabajo. Me echaron como un perro de una empresa de seguridad y me quedé en la calle. Tengo una hijita de unos meses. ¿Qué iba a hacer, salir a robar”, despotricó Rojas. Hay un par de estos “autitos” verduleros atendidos por menores de edad, aunque ante la consulta, la respuesta siempre será que “el chico es familiar. Se gana unos pesos después de la escuela”. No es el caso de Claudio, tampoco de Mauricio Painemil, que en el oeste capitalino también tiene que arrancar el Renault 12 y partir cuando avizora los inspectores municipales. “Dos informes me hicieron, pero no voy a dejar de trabajar, porque me gano la vida dignamente. No me gustan las ferias o el trueque, y es donde nos piden que estemos. Pero la realidad es que no molesto a nadie, no compito con ninguna verdulería del sector y tengo todo impecable”, se quejó. La ubicación es móvil aunque algunos poseen clientela fija a la que abastecen con verduras en forma diaria.

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