Supervivencia
Pasan 300.000 dólares en una mano y nadie sabe cómo. Ni siquiera el que tenía las cartas ganadoras y sacaba cuentas chinas a la espera de la reina que iba a convertirlo en un hombre un poco más rico. Pero no, las ecuaciones, la suerte, algo ha cambiado el sentido del viento y lo que se daba no se dio. ¡Después de todo es la serie mundial de jugadores de póquer, transmitida en directo por ESPN al ancho mundo! Uno no deja su lugar así como así en el verde tapete, sin poner hasta el último dólar que lleva en el bolsillo. 300.000 dólares se han ido. Para vivir no alcanza con el cálculo de probabilidades. El juego, el de la vida, el del póquer, el del fútbol, por ejemplo, está atravesado por la táctica y la estrategia de sus jugadores, más los imponderables que no figuran en los manuales. Las cosas comienzan a cambiar justo en el momento en que, eso, mudan su rostro. No hay suficientes motivos para el explicar los hechos. Su naturaleza arisca. El mejor atleta del balompié se entretiene la vista adivinando si el tiro a ras del suelo que acaba de lanzar hacia el arco enemigo llegará en efecto al fondo de la red. En medio, lo sabe, intervendrán otras fuerzas que no tienen que ver con su habilidad, con la potencia de sus músculos o la picardía de su atrevimiento. Del otro lado, lo espera el césped, la distancia, el viento, un arquero, los defensores y…la suerte. Si los elementos en danza se conjugan en el momento exacto, la aventura concluirá con sus brazos en alto, con un grito dedicado a la tribuna. Si no, no. Por otra parte, no hay pelota más viva que la pelota de fútbol. Late, ríe, gime. Existen condiciones mínimas para entablar la resistencia a tanto dato inexacto, al cambio constante del que no podemos extraer una predicción, una miserable certeza. ¿Qué puede ocurrir, abuelo? Todo. Todo. Nada más, nada menos. Puede que llueva o que caigan japoneses del cielo. ¿Qué será de tu ingenio, de tus brillantes ocurrencias, de tu valor cuando vire el rumbo? ¿Estará allí tu coraje para mostrarlo como a un trofeo? ¿O descubrirás que el último de la fila termina siendo el primero? ¿Y que el frágil es el mejor preparado para convertirse en el más adecuado sobreviviente? ¿Qué pasaría si tuvieras que reinventarte? ¿Qué sucedería si la lección diera un giro? ¿Si el mundo te demostrara lo imprevisible que siempre ha sido? Juegos de mercado. Intentan convencerse, a sí mismos, de que lo constante es una apuesta segura. Pensamientos en línea recta queriendo moldear el destino de millones. Pensamientos sin cambio que te llevan derecho a la góndola. El primer turno de la compra. Sin embargo, el diablo existe y el caos, mientras una flor nace en el desierto, y Marte está, en verdad, definitivamente muerto. La vida es un accidente en medio de la soledad. Los microbios que danzan en el aire, las gotas de lluvia que tocan tu cara, un suspiro son excepciones a la regla. Nada indica que los nacidos para triunfar, en los términos ya consabidos, no vayan a convertirse en una amarga decepción. Apellidos listos para la gloria vendiendo su alma por centavos. Nada indica que el universo rebose de otra cosa que no sea este ser y no ser que desconcierta a los científicos y los pensadores. Debajo de todo. Donde las sirenas descansan y son dueñas del veneno y de los deseos. En la tierra oscura, a la que van a desfallecer los marineros sin fe, sólo quedan las palabras. Las palabras. La energía que nos mueve, el motor de la conquista, la clave que abre los labios de una mujer, el pretexto para invadir Africa, subir el Fitz Roy, rodar una película, aprender tailandés, la palabra. Los sueños son palabras. Puentes colgantes que nos permiten atravesar el abismo. Vino dulce en las frías tardes de otoño. Nuevo comienzo. Leo palabras en el libro “La escritura o la vida” de Jorge Semprún que no son consuelo, son más que eso: “En lo que a supervivencia se refiere”, dijo Primo Levi en una entrevista con Philip Roth, “cavilo a menudo sobre este problema y es una pregunta que me han planteado muchas veces. Insisto sobre el hecho de que no hay una regla general, excepto la de llegar al campo en buen estado de salud y saber alemán. Al margen de esto, el resto dependía de la suerte. He visto sobrevivir a personas astutas y a personas idiotas, a personas valerosas y a personas cobardes, ‘pensadores’ y a ‘locos’ ”.
Claudio Andrade candrade@rionegro.com.ar
Comentarios