Sutiles diferencias

por:

JORGE VERGARA

jvergara@rionegro.com.ar

Si uno pudiera meterse de algún modo en cada una de las personas y explorar el espacio de los recuerdos, seguro descubriría un capital inmenso en cada uno de ellos. Es tal el valor que tienen, que son parte de nuestro patrimonio único e irrepetible.

Cuántas cosas de la infancia vividas cada una a su modo terminan siendo parte de los recuerdos. Unicos, sí, únicos porque lo que unos vimos de un modo, otros lo vieron muy diferente. Claro, el espacio es tan selecto que guardamos sólo una parte de las vivencias, donde entran buenas y malas, donde los afectos y las tristezas ocupan su lugar.

La vida es un poco esto, guardar las cosas que nos sirvieron de algo para después, a veces, rebobinar y terminar riéndonos solos de algunas cosas de niños.

Y hablando de recuerdos, quienes vivimos alguna vez en el norte del país, sabíamos perfectamente que cuando hablábamos de frutas, no era lo mismo un higo que una breva, como tampoco era lo mismo una naranja común que una tangerina, o que una naranja agria. No era lo mismo un limón que un limón dulce, aunque muchas veces se prestaban a confusión.

Sabíamos que no eran lo mismo, pocas referencias teníamos para saber qué diferenciaba a unos de otros.

Y el lío se armaba cuando a uno lo mandaban a buscar higos y traía brevas o cuando el encargue era naranja criolla y traíamos tangerina.

Cómo saber la diferencia, si las naranjas eran todas naranjas; cómo adivinar cuál era cuál, si para saberlo había que probarlas. Y la historia tenía siempre el mismo final. Si había error ya conocíamos el remedio: ir al mercado y cambiarlas por criollas si se trataba de naranjas o preguntar bien antes de pagar, si el verdulero nos estaba dando higos en lugar de brevas.

Y el comerciante con cara de no poder entender nuestra ignorancia infantil, nos decía: «cómo no vas a saber cuál es una breva y cuál es un higo».

Por vergüenza recibíamos lo primero que nos daban y después había que aguantar toda la rutina de volver a cambiarlo.

Para mí es materia del pasado, pero seguro que alguno de los que leen esta columna se estará preguntando qué diferencia una cosa de la otra.

La breva es la fruta de la higuera de una determinada especie, que da los frutos de color negro, muy apreciados al ser de mayor tamaño que el higo. El mismo árbol también da el fruto del higo un poco más tarde; incluso se sabe que hay años dependiendo de las lluvias caídas que pueden no producir brevas.

En el caso de las naranjas, la tangerina es menos ácida que la criolla, tiene el mismo aspecto pero su color interior es menos intenso y su sabor muy diferente.

La naranja agria es la que se planta en las veredas del norte argentino, que da un fruto muy vistoso, de un naranja intenso, pero que es amarga, qué digo amarga, amarguísima. Se usa para hacer dulce.

A esta altura resulta fácil distinguir, pero en tiempos de niñez era todo un dilema, un dilema de tal magnitud como adivinar qué manzanas son arenosas y cuáles no.

En fin, esta vez nada de folclore, esta vez le tocó a los recuerdos, que muchas veces tienen que ver con las costumbres, con la vida cotidiana, con las tradiciones.


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