Arqueología al servicio del régimen nazi

MARTÍN LOZADA (*)

No resulta extraño que un régimen que pretendiera “germanizar” el territorio europeo procurara en la ciencia una suerte de fundamento y legitimidad, una fuente racional para sostener la supremacía racial que exaltaba y que se proponía cultivar entonces y en los tiempos futuros. En 1935 Heinrich Himmler, uno de los jerarcas nazis más poderosos, creó la Ahnenerbe, un instituto de investigación que producía pruebas arqueológicas con fines políticos. Alrededor de ese instituto reunió una peculiar combinación de aventureros, místicos y respetables profesores para que lo ayudaran a reescribir la historia de la humanidad. La misión oficial del instituto, cuyo nombre se derivaba de un término alemán que significa “herencia ancestral”, era doble. Por una parte, habría de desenterrar nuevas evidencias de los logros y las hazañas de los ancestros de Alemania, remontándose hasta el Paleolítico si era posible, “utilizando métodos científicos exactos”. En segundo término, habría de transmitir dichos hallazgos a la opinión pública alemana por medio de artículos de revistas, libros, exposiciones y congresos científicos. En realidad, sin embargo, la organización se dedicaba a la creación de mitos. La tarea de sus prominentes investigadores consistía en distorsionar la verdad y producir evidencias cuidadosamente elaboradas que respaldaran las ideas raciales de Hitler. En 1939 la Ahnenerbe estaba integrada por al menos 137 estudiosos y científicos alemanes y emplearía a otros 82 trabajadores auxiliares entre cineastas, fotógrafos, pintores, escultores, bibliotecarios, técnicos de laboratorio, contables y secretarios. Adolf Hitler tenía firmes opiniones sobre la prehistoria y la historia. Creía que toda la humanidad en su asombrosa riqueza y complejidad, que todas las sociedades humanas del pasado, desde los sumerios hasta los incas, podían clasificarse en sólo tres grupos, a los que él describía como “los fundadores de cultura, los portadores de cultura y los destructores de cultura”. Estaba convencido de que sólo existía un grupo racial que encajaba en la primera categoría. Se trataba de los arios, una ficticia raza de hombres y mujeres altos, esbeltos y de cabello rubio procedentes del norte de Europa. Entre los destructores de cultura, según su particular cosmogonía, estaban los judíos como grupo protagónico. Para Hitler, sólo los arios habían llegado a poseer la chispa de genio necesaria para crear la civilización, para inventar la música, la literatura, las artes visuales, la agricultura y la arquitectura y para hacer avanzar a la humanidad cargando sobre sus hombros la pesada rueda del progreso. Si los investigadores de la Ahnenerbe podían recuperar aquel primitivo saber germánico a través de la arqueología y de otras ciencias, esto les permitiría descubrir formas superiores de cultivar cereales, de criar ganado, de curar la enfermedad, de diseñar armas o de regular la sociedad. Según describe Heather Pringle en su formidable libro titulado “El plan maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi”, Himmler había envuelto su propio odio hacia otros en el respetable manto de la ciencia. Había disfrazado el brutal objetivo de los nazis del asesinato en masa como una venerable tradición del pueblo alemán, merecedora de emulación en los tiempos modernos. A través de investigaciones llevadas a cabo en sitios tan diversos como las Islas Canarias, Irak, Finlandia o Bolivia pretendía no sólo controlar el pasado remoto de Alemania sino también dominar su futuro. Himmler, el arquitecto de la “Solución Final”, planeaba lisa y llanamente utilizar a los altos y rubios hombres de las SS, junto con una selección de mujeres, para volver a engendrar científicamente una cepa aria pura. Y cuando llegara el momento, afirma Pringle, se proponía instaurar colonias agrarias en Alemania, así como en determinadas partes del este de Europa, lugares donde él creía que habían florecido especialmente los ancestros de Alemania. Esperaba que allí lograran revertir el proceso de decadencia de la civilización occidental y rescatar a la humanidad de la ciénaga en la que se hallaba. La Ahnenerbe nazi fue la continuación de otros intentos de obtener pruebas biológicas para fundar la exclusión y el exterminio, nacidos como consecuencia de los nacionalismos inicialmente románticos de comienzos del siglo XIX. Nacionalismos que degenerarían con el correr de los años, al punto de convertirse tanto en un ideario como en una praxis criminal. (*) Juez penal


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