Brasilia: dos colas para la universidad

Por Héctor Ciapuscio

Tres países importantes son comparables en cuanto a que su población se integró originalmente con una importante masa de esclavos negros: Estados Unidos, la Unión Sudafricana y el Brasil. Pero las políticas raciales que adoptaron los dos primeros no coincidieron con las del último. En Estados Unidos hubo una política de exclusión y, aun después de la Guerra de Secesión que liberó a los esclavos, una legislación sureña que se conoce como leyes «Jim Crow» dio lugar en 1880 a un sistema de segregación social que duró hasta que el movimiento pro derechos civiles que lideró Luther King ayudó a superarlo en los '60. En la Unión Sudafricana, el Apartheid recién fue abrogado en 1991 a impulso de la gesta de liberación de la población nativa que encabezó Nelson Mandela.

El Brasil también tuvo un pasado esclavista (abolió la esclavitud recién en 1888) pero, en contraste con los países mencionados, nunca impuso una segregación oficial y, aun más, se consolidó como una sociedad integradora bajo la influencia de una ideología humanista que tuvo impulso magistral en la obra del sociólogo-antropólogo Gilberto Freyre con su «Casa-grande & Senzala» (título que alude a la mansión del dueño del ingenio azucarero y la ranchada de los esclavos, con un subtítulo que aclara el contenido: «Formación de la familia brasileña bajo el régimen de la familia patriarcal») publicado en 1933. Este libro trascendente echó luz sobre la identidad del país y el carácter nacional forjados a través del entrecruzamiento de europeos, negros y amerindios, típicamente representado en la vida sexual de los ingenios. Promulgando la idea de una «democracia racial», el nacionalismo brasileño puso en alto las virtudes de una sociedad biológica y culturalmente híbrida, socialmente humana y técnicamente competente para desarrollarse en el mundo. (Escribe un estudioso: «Considerados como expresión de su tiempo, tres libros -Casa-grande & Senzala de Gilberto Freyre, «Formación histórica de Brasil» de Caio Prado Junior y «Raíces de Brasil» de Sergio Buarque de Holanda- marcaron la inauguración del «nacional-progresismo» como ideología dominante de las élites intelectuales brasileñas»).

Sin embargo, la idea de que el Brasil constituya realmente una democracia racial ha venido siendo cuestionada repetidamente en los últimos años, sobre todo en trabajos de investigadores desde universidades del Norte, algunos de los cuales llegan a sostener que el racismo es en Brasil tan fuerte como en Estados Unidos o en Sudáfrica. El argumento gira en torno del hecho de que en ese país las oportunidades de la gente de color son incomparablemente más reducidas que las de los otros. La circunstancia de que los matrimonios intrarraciales no hayan sido ilegales en el Brasil desde sus días de colonia portuguesa y el resultante de un progresivo «blanqueamiento» de la población, no oculta el hecho de la preferencia que existe en cuanto a los blancos o los «más blancos» sobre los «menos blancos». Hay en la sociedad una limitada apertura a individuos racialmente mixtos y muchos mulatos, cuanto más blanquitos y educados mejor, tienen acceso a las ventajas de los euro-brasileños. Pero aun así las cosas, dicen los críticos, éstas son formas de racismo.

 

Colas en la universidad

 

En los últimos tiempos cobró fuerza en el país vecino un «Movimiento Negro» que tiene como bandera la idea de que la «democracia racial» que se ha pregonado enmascara una forma sutil de racismo, peor aún de las que exhibían el Sur estadounidense y el Apartheid sudafricano. No somos un paraíso racial sino un infierno racista, dicen con exageración y propósito. Pero esa rectificación de la óptica con que se ha mirado la realidad social halla acuerdo también entre estudiosos. Y el propio gobierno ha debido revisar su fe tradicional en la democracia racial y, entendiendo que la educación es la arena adecuada para combatir las desventajas sociales, dispuso políticas de «acción positiva» en ese campo estableciendo categorías clarificatorias que indican quiénes son privilegiables para el ingreso universitario y quiénes no.

Así es como en junio del 2004, bajo reglas introducidas ese año, los candidatos para el ingreso en la Universidad de Brasilia formaron dos colas: una, de los que competían por el 20% de las plazas reservadas para negros, la otra para los restantes. Una comisión mixta (un estudiante, un sociólogo, un antropólogo y tres representantes del «Movimiento Negro») decidía quién entraba en el cupo y quién no. No han faltado protestas por este cambio en materia tan sensible, ni acusaciones para un régimen de clasificación racial que a algunos les evocan las doctrinas eugenésicas de los '30. Muchos lo ven como una afrenta a la tradicional identidad del país como república mestiza, en la cual el color de la piel se consideraba irrelevante. Pero los defensores de la nueva política (que ya se aplicó en el 2001 en las universidades estatales de Río de Janeiro) argumentan que es necesario acabar con la hipocresía. El tratamiento desigual es necesario para ayudar a aquellos que son, de hecho, desiguales. Tratar a todos igualitariamente es una manera de eludir el hecho de la desigualdad racial.

Edward Telles, un sociólogo de la Universidad de California que antes trabajó en Río de Janeiro para la Ford Foundation, se ocupa en un libro reciente del significado de estas cosas en el Brasil. Dice que son claros los datos en el sentido de que, «a pesar de la relativa facilidad de las relaciones interraciales, cuando se trata de las instituciones que promueven acceso al prestigio y la riqueza, o consignan a la pobreza y la humillación, cuanto más claro es usted, mejor». Y deduce de ello que un cierto período de aplicación de políticas de acción afirmativa es el único camino para reducir la desigualdad racial. Contrariamente a su opinión, hay otras que ven peligros en introducir estas prácticas porque la adopción de políticas basadas en criterios de raza es una amenaza al ideal mismo de igualdad racial y favorece la configuración de una sociedad de «blancos» y «negros», la herencia funesta de un pasado que sigue perturbando a sociedades como la estadounidense y la sudafricana.


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