Hielo delgado

La semana en San Martín

La querella en la causa por el asesinato del policía José Aigo ha decidido pisar hielo delgado. Y, se sabe, la justicia se acomoda mejor si pisa suelo firme… Hasta aquí, Juan Marcos Fernández, hijo del intendente de San Martín de los Andes, propietario y conductor de la camioneta en la que se desplazaban los dos chilenos prófugos, es un testigo procesado por falso testimonio y con una apelación de Fiscalía pendiente de resolución, para imputarle encubrimiento. Pero la viuda del sargento solicitó en un escrito que sea acusado como partícipe necesario del homicidio. Juan Marcos alegó en sus testimoniales que sólo era una suerte de fletero contratado por Jorge Antonio Salazar Oporto (inicialmente identificado como “Juan Carlos” en la causa), para realizar un viaje entre Mallín Ahogado, localidad de residencia de ambos, y Aluminé. Por esos 450 kilómetros, Juan Marcos cobraría la notable suma de 1.600 dólares. Al volante de su Mitsubishi y también acompañados de la mujer de Salazar Oporto, Juan Marcos hizo un alto en Bariloche para levantar a otro pasajero chileno: Alexis Cortés Torres. Luego siguieron viaje a San Martín para aprovisionamiento, y allí se despidió la señora. Hubo un desvío a Yuco, camino a paso Hua Hum, para levantar a un tercer chileno que nunca llegó. Retomaron el derrotero hacia Aluminé, hasta que el grupo fue interceptado por la patrulla de José Aigo y el oficial Pedro Guerrero, a la altura del paraje Pilo Lil. Allí ocurrió el desenlace que acabó con la vida del policía, cuando intentaba registrar de rutina los documentos de Salazar Oporto, de quien se sabría luego que es miembro de una organización chilena en la clandestinidad, buscado desde 1997 por tirotearse con carabineros. Tras abatir a Aigo, Salazar Oporto se cruzó en feroz balacera con el oficial Guerrero, para finalmente darse a la fuga junto con Cortés Torres. Las respectivas reconstrucciones de estos dos sucesos -el viaje y el crimen- empujan a la querella a solicitar la imputación del joven Juan Marcos como partícipe primario de homicidio triplemente calificado. La figura lleva de suyo la misma pena potencial a la que sería condenado el autor material. Por circunstancias del viaje, la querella interpreta que Juan Marcos mantenía una relación mucho más estrecha que la mera vecindad que alegó tener con Salazar Oporto. Por la reconstrucción y el testimonio de Guerrero, deduce que Juan Marcos hizo un movimiento deliberado: se corrió desde el lugar donde estaba parado a un lado de la camioneta hasta la cabina de ésta, a pesar de que el oficial le había pedido que se mantuviera quieto. La querellante y sus abogados consideran que esa acción fue intencional y tenía por objeto dar un tiempo a Salazar Oporto, para hacerse del arma que llevaba escondida. Pero esa -de momento- especulación no parece nada fácil de probar. Una cosa es que el oficial Guerrero diga que un movimiento de Juan Marcos lo distrajo del cuidado de las espaldas de Aigo, y otra muy distinta es probar sin espacio para dudas, que esa acción haya sido adrede y coordinada con Salazar Oporto, con la única intención de que éste alcanzara el arma para tirar a matar. Si las cosas salieran como la querella pretende, Juan Marcos podría ser condenado a la cárcel de por vida. Pero de no ser así, el joven podría salir de tribunales sin mácula. Al pedir al juez (recusado) que impute la presunta participación necesaria, incluso estando aún sin resolver el encubrimiento, la querella decidió ir por todo. Por tanto, también podría quedarse sin nada. Pero cualquiera fuere el caso, no se trata de hacer hipótesis viendo el vaso medio lleno o medio vacío. Se trata de hacer justicia.

Fernando Bravo rionegro@smandes.com.ar


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