Lucio Balduini, el roquense nominado a los Gardel

Se siente “afortunado” por participar de proyectos creativos.

Gentileza

En la terna Mejor Álbum de Jazz a los Gardel 2013 –que completa Javier Malosetti Electrohope con “Envés”– Lucio Balduini está presente dos veces: con el noneto del trompetista Juan Cruz de Urquiza por “Indómita Luz: Música de Charly García” y con Pipi Piazzolla Trío por “Arca Rusa”. Momento particular en la vida musical del excepcional guitarrista nacido en Roca en 1979. A los 8 comenzó sus estudios en el INSA y a los 12 inició los de guitarra con Andrés Führ. Cinco años después emigró a Capital Federal e ingresó en la Escuela de Música de Buenos Aires (EMBA), donde fue alumno de Diego Otaño, Jorge y Alejandro Trebino, Gerardo Espada, Sebastián Zambrana, y asistió a seminarios de Pedro Aznar, Herbie Hancock, Leo Masliah, Mono Fontana, Víctor Vailey y Mike Stern, entre otros. Paralelamente se formó en jazz, armonía e improvisación con Pino Marrone, y más tarde con Enrique Norris. En el 2004 viajó a Barcelona donde vivió hasta marzo 2006, y tomó clases con Steve Cárdenas y realizó giras con diferentes grupos. Nuevamente en Buenos Aires editó su primer CD solista “Lucecita” con Pedro Ahets Etcheberry en batería y el contrabajista Ariel Naón. En octubre pasado salió el segundo, “Viento divino”, junto a Pipi Piazzolla en batería, el contrabajista Mariano Sívori y Jesús Fernández en Rhodes. Colaboró además en “Piazzolla Eléctrico, Las cuatro estaciones”, proyecto de Daniel Piazzolla y Escalandrum; con Beeuwsaert en “Dos ríos”, Nico Sorín Octeto en “Cosmopolitan”, Fer Isella en “Cosecha” y el Sexteto de Mariano Sívori en “NoDogma”. El Pipi Piazzolla Trío, se formó en 2010 como resultado de largas tertulias y jams entre Pipi Piazzolla, Lucio en guitarra eléctrica y el saxo tenor de Damián Fogiel. “Yo hice quinto año acá (en Buenos Aires), tenía 16 y estaba tan metido en la música que vine y conseguí una beca en la EMBA. Por una historia familiar, no podía quedarme en Roca en aquel momento. Mis viejos estaban trabajando en Viedma y venían los fines de semana, o mis hermanos y yo íbamos para allá. Cuando terminé cuarto, mi hermano mayor se vino a Buenos Aires y yo, o me iba a Viedma donde la posibilidad de estudiar música no existía, o venía para acá y al final me dijeron que sí. Viví con mis hermanos (Diego y Pablo), pero fue muy difícil ese primer año. Yo venía con toda la convicción, pero desde un lugar muy ingenuo. Me costó. El segundo año, me fui adaptando, entré en sintonía. La soledad, estar fuera de casa, lejos de los amigos, de las cosas cotidianas… La escuela nueva, los compañeros, las responsabilidades… –En Roca salís a la calle y encontrás… –Amigos, todo el tiempo, vecinos que me vieron crecer. Acá nada. –Seguías el camino de la música que ya venías transitando. –Sí. Empecé a estudiar guitarra a los doce, pero desde muy chico había una en casa que era de mi viejo (Daniel, arquitecto, fallecido en abril) cuando estaba en la facultad. Él tocaba y amaba el sonido, también. Muchas veces lo encontré escuchando algún disco de piano solo, de cantantes líricos… Un guitarrista, un bandoneonista, amaba el sonido. Es un tesoro que él me entregó desde muy chico. Y con esa guitarra yo jugaba. Hasta que mi vieja (Wanda) tomó la iniciativa de llevarme a aprender. A los siete u ocho empecé con Iniciación Musical, esas cosas… Y, por una razón u otra no me dejaban comenzar guitarra en el INSA, porque era muy chico, no había cupo. Seguía entusiasmado pero no podía llegar al instrumento, que era lo que yo quería. A los doce, yo me fui a un profesor particular y no paré más. Fue como una puerta enorme que se abrió. Recuerdo que me gustaba mucho jugar al básquet, pero rápidamente eso se disipó, se dispersó. Y fui derecho a la guitarra. Hay en mí una predisposición –eso que te decía de mi viejo– a amar el sonido. Él me lo entregó y yo lo tomé, de alguna manera. La guitarra que estaba en casa fue la excusa para empezar a conectarme con eso. –Tu padre era arquitecto y para el sonido también hay una arquitectura… –Sí, hay que trabajar las bases del edificio para que lo demás suene. Primero estudiar para luego concebir estructuras, formas. Hay una arquitectura del sonido en cómo se lo piensa. Tiene colores y hay que combinarlos. Se trabaja con muchas ideas a la vez y se las hace funcionar. Sí, seguramente. No sé si alguna vez lo pensé específicamente. –Los que citaste son cimientos y hace rato ya que estás construyendo de modo grupal y personal, haciendo tu propio diseño. –Intentándolo… En ese sentido, tuve dos profesores cuando empecé, primero con Charo Achares, impresionante. Fue como un despertar. Seguí con Andrés Führ que me marcó profundamente, es como un padre musical. Iba a su casa, que quedaba muy cerca de la mía, hacía tres cuadras con mi guitarra, entraba y quizá en la habitación del fondo había alguien tocando contrabajo, y yo estaba en clase con él y venía el contrabajista a tocar con nosotros. Muchas cosas ricas al mismo tiempo. Me iba de ahí y la clase me parecía de un segundo. Me quedaba lleno de ideas. No recuerdo haberme ido frustrado… Que no me saliera algo… Mirá que la guitarra es un instrumento muy complejo, difícil de abarcar al principio, de entender. No recuerdo haber salido de casa de Andrés, aturdido. Sí siempre enloquecido hasta el siguiente jueves. Él sembró en cuanto a explorar. Es un músico infernal en todo sentido. Toca piano, canta, contrabajo, con facilidad. En ese entonces había músicos muy grosos. Luis Cide, Walter Lusarreta, Pato Frank y se formaban muchos grupos. Yo tenía trece años. Impresionante. Hacían una música tipo Weather Report… Andrés armaba sus tríos, pelaba un sonido de otro mundo. Para mí, la música desde el comienzo, fue eso de libertad que tiene el jazz. Mutación constante. Los veía tocar y en un mismo concierto pasaban mil cosas. Lo que decía de la exploración y la búsqueda ellos me lo entregaron. Hoy, tener la oportunidad de tocar con muchos y diferentes músicos, es muy rico porque cuando me llaman, lo hacen para que aporte. Y mi trabajo, también es entender eso. Interpretarlo, mostrarlo. Esas experiencias me hacen expandirme, ampliar la paleta, los recursos, ir cada vez hacia un horizonte mayor. En ese aspecto soy muy afortunado porque he tenido la oportunidad de tocar con un montón, en proyectos muy creativos que me generaron la responsabilidad de responder desde la creatividad en la música. Lo agradezco mucho. Siento que hoy tengo un montón de herramientas disponibles.

Agradecido, el guitarrista recuerda cuánto le dieron sus maestros.

Eduardo Rouillet eduardorouillet@gmail.com


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