Mar del Plata aplaude el cine mexicano

Exhibida ayer en el festival, “El lugar más pequeño” fue bien recibida por el público.

No había nada, ni iglesia. Sólo quedaba el campanario. Quedaban paredes, no casas. Todo eran huesos, basura y murciélagos. “Fue eso todo lo que quedó de tantas almas que murieron allí”, recuerda una de las habitantes del pueblo salvadoreño de Cinquera en el documental mexicano “El lugar más pequeño”, exhibido ayer en el Festival de Cine de Mar del Plata.

Después de pasar por otros festivales como el de Lima, el Documenta Madrid, San Sebastián, Visions du Reel en Suiza o el de Guadalajara, donde cosechó varios premios, la ópera prima de Tatiana Huezo Sánchez fue recibida ayer con fuertes aplausos por el público del Festival de Mar del Plata, donde compite en la sección latinoamericana.

“El lugar más pequeño” comienza con el relato de la anciana que recuerda cómo fue volver a su pueblo “con una mezcla de alegría y tristeza” después de que el Ejército lo arrasara por considerarlo “subversivo” durante la guerra civil de El Salvador (1980-1992). A pesar de haber perdido a su hija, que formó parte de la guerrilla, de la forma más cruenta (”era una sola pelotilla, toda quemada”), esta mujer, al igual que el resto de los protagonistas del film (la mayoría de ellos ex guerrilleros que tuvieron que buscar refugio en el monte) tratan de seguir con sus vidas con optimismo.

“Sabía que era una historia con dos poderes, la oscuridad y la muerte, por un lado, y por el otro la vida. Todas las personas que aparecen en la película son personas alegres, son metiches, risueños, cuidan de sus animales. La vida está allí”, dijo Huezo Sánchez en Mar del Plata, que se emociona cuando habla de los habitantes de Cinquera. “Me parecía injusto quedarme sólo con el lado oscuro. Ellos continúan adelante con sus fantasmas y también sus alegrías”.

Huezo Sánchez nació en El Salvador pero migró a los cuatro años a México, por lo que, confiesa, se siente más bien “chilanga” (del DF mexicano). El pueblo de Cinquera, en el municipio de Cabañas, fue bombardeado e invadido por el Ejército durante la guerra civil, por lo que la mayoría de sus habitantes tuvo que abandonarlo, para regresar recién tras el fin del conflicto. La abuela paterna de Huezo Sánchez era de Cinquera y eso más la historia de sus primos, que quedaron huérfanos durante la guerra civil, la llevó a filmar su historia.

“Me gustaría poder provocar una reflexión sobre lo que significa la huella de la violencia en cualquier ser humano. Yo nunca he sido guerrillera y no he huido de un Ejército que ha matado a mi familia y destruido mi pueblo. Esta historia está contada desde mi ignorancia de lo que significa la guerra”, afirmó Huezo Sánchez, nacida en 1972. “El Salvador sigue siendo un pueblo dividido por la mitad. La guerra les enseñó que no puedes confiar en nadie. Pero son un pueblo profundamente organizado. De hecho, es uno de los pocos pueblos donde no han entrado las maras (pandillas criminales)”.

Más allá del valor de cada uno de los testimonios de los entrevistados, Huezo Sánchez estaba también muy interesada en lo que ella llama “la forma” de su película, por lo que puso especial énfasis en captar los sonidos de la selva y filmar sus tormentas, animales e insectos, haciendo justicia a la idea que desliza uno de sus entrevistados: “Para mí la tierra es como el miembro proveedor de la familia”.


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