Mundo a la deriva

Si bien nunca fue realista suponer que el conjunto heterogéneo de mandatarios que asisten a las cumbres del Grupo de los 20 podría manejar la economía mundial de tal manera que, una vez superados los problemas atribuidos a la irresponsabilidad de financistas codiciosos, se iniciara una etapa prolongada de crecimiento generalizado, fue necesario creerlos capaces de hacerlo porque, caso contrario, no habría forma de impedir el estallido de guerras comerciales muy pero muy costosas. Por tanto, el fracaso previsto de la reunión en Seúl del G20, donde los presidentes y primeros ministros presentes firmaron algunas declaraciones insulsas destinadas a minimizar la importancia de sus discrepancias sobre la voluntad del gobierno chino de mantener artificialmente bajo el valor del yuan y la del estadounidense de devaluar el dólar, no puede sino motivar alarma. De difundirse la sensación de que el G20 es impotente para asegurar que los distintos gobiernos coordinen sus esfuerzos, será imposible frenar el avance del proteccionismo. La “guerra de monedas” ya ha comenzado con las escaramuzas protagonizadas por el presidente norteamericano Barack Obama y su homólogo chino, Hu Jintao, además de la canciller alemana Angela Merkel; tal y como están las cosas, parece más que probable que los gobiernos de países perjudicados por lo que está ocurriendo, incluyendo, desde luego, al encabezado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pronto se sentirán libres para tomar medidas proteccionistas explícitas. Por cierto, el que la presidenta electa de Brasil, Dilma Rousseff, se haya afirmado dispuesta a devaluar el real por creerlo excesivamente sobrevaluado, ha encendido luces de alarma en el Ministerio de Economía. Si Dilma decide hacerlo, nuestro gobierno tendría que elegir entre devaluar el peso, lo que acarrearía el riesgo de más inflación y corridas bancarias, por un lado y, por el otro, continuar procurando defenderlo a pesar de la pérdida de competitividad resultante. Puesto que la tasa de inflación local ya está entre las más altas del planeta, el dilema frente al gobierno difícilmente podría ser más espinoso. El G20 en efecto desplazó al G7 conformado por los países grandes más ricos debido a la conciencia de que la irrupción de China y el peso creciente de otros “emergentes” hicieron necesaria una especie de directorio internacional más representativo. Por un par de años la esperanza de que la agrupación resultara capaz de “subordinar lo económico a lo político” sirvió para brindar la impresión de que los líderes mundiales estaban en condiciones de atenuar el impacto social de los “ajustes” estructurales que serían necesarios para que las distintas economías nacionales se adaptaran a las nuevas circunstancias. A juzgar por lo que sucedió en Seúl y por las reacciones que provocó, la confianza acaso dubitativa pero así y todo imprescindible estimulada por la mera existencia del G20 ya se ha agotado, lo que plantea el peligro de que en adelante los gobiernos de los países o, en el caso de la Unión Europea, agrupaciones más fuertes antepongan sin tapujos los intereses locales a aquellos del conjunto. En Estados Unidos, la sensación de que Obama ha resultado ser un presidente demasiado débil como para hacer frente a los chinos y europeos potenciará a quienes están reclamando una estrategia más nacionalista; los chinos, al parecer convencidos de que en la cumbre en Corea del Sur lograrán derrotar a los norteamericanos, confirmando así que el nuevo orden internacional es muy diferente del anterior, se sentirán tentados a tratar de hacer valer el poder que creen haber conseguido; por su parte, los europeos, asustados por la posibilidad de que la zona del euro termine quebrándose a causa de la brecha creciente entre los miembros que conforman el núcleo duro, en especial Alemania, y los “periféricos” como Grecia, Irlanda, Portugal y España, y también por las eventuales repercusiones sociales de los programas de austeridad draconianos que se han puesto en marcha, podrían atrincherarse detrás de los muros de la “fortaleza Europa”. Las perspectivas ante la economía mundial, pues, distan de ser alentadoras aunque, siempre y cuando el gobierno no cometa demasiados errores, la Argentina debería de estar entre los países menos afectados por las “guerras” previstas.


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