Pueblos abandonados II

Llegar a un pueblo deshabitado es tener un contacto íntimo con la ausencia, con la presencia no develada, con un mundo latente que vive entre esas calles borroneadas y los ladrillos de las casas, en los huecos dejados por una ventana o una puerta. Las casas son la tradición, son también la historia del pueblo, los sitios en el que la vida se desarrolló y que marca la presencia humana. La casa también es un gran cuerpo que respira y cobija y que, abandonada, morirá bajo el peso del tiempo. Cuando paseo por un lugar así pienso en los sueños, los amores, rencores y empeños de quienes ahí vivieron. Y me parece que esos pueblos no están deshabitados, pululan por ellos aquerenciados fantasmas en comunión íntima con la tierra. Se resisten a abandonar el sitio porque ya sin ellos todo se perderá. Fantasmas que también la literatura ha sabido ver. En Comala, ese lugar casi infernal y deshabitado de México, el lugar de “Pedro Páramo”, rezuma de espectros que alguna vez en vida habitaron y que ahora (ya otros) habitan el pueblo. Importa poco si Comala tiene un referente real, (Rulfo, el autor de la novela, comentaba divertido cómo los críticos buscaban en la geografía del México caliente y desértico el pueblo que había servido de inspiración), lo que importa es que Comala denuncia muchos de los males mejicanos, entre ellos el despoblamiento de la tierra y sus pueblos campesinos. Otro de los pueblos abandonados más célebres de la literatura castellana es Ainielle, en el Pirineo aragonés; el lugar en el que Andrés de Casa Sosas, el último habitante repasa antes de morir su vida y la del pueblo en “La lluvia amarilla” de Julio Llamazares. Ainielle, existe, es el emblema de muchos pueblos que se abandonan lentamente en España y Europa. Gracias a los recuerdos de Andrés podemos conocer la vida de Ainielle antes y durante su lenta agonía. La memoria caótica como marca de identidad personal y pueblerina; la memoria como el documento etéreo y postrero de una comunidad. Cuando la memoria se extinga también se extinguirá el pueblo. Por eso Andrés resiste hasta el final, él es la garantía de la supervivencia de Ainielle y sus fantasmas. La novela expone en un tono poético (casi un canto elegiaco) el fin del pueblo por su inadecuación económica. *** Como dice John Berger en otro libro que rescata la vida del campesino, esta cultura es una economía dentro de otra economía, “el campesinado siempre se ha sustentado a sí mismo, y esto lo convirtió, hasta cierto punto, en una clase aparte. En tanto y en cuanto producía la plusvalía necesaria, se integraba en el sistema económico-cultural histórico. En tanto y en cuanto se sustentaba a sí misma, se encontraba en la frontera de ese sistema”. Pero la cultura campesina no resistió los embates del capitalismo global y no ha habido voluntad política para preservar esa cultura. En esa idea martilla Llamazares, también en esa idea repica Delibes en su novela “El disputado voto del señor Cayo”. En ella es evidente el contraste entre dos formas de pensar, dos culturas muy diferentes que se manifiestan en todos los órdenes de la vida y la constante amenaza que sufre la cultura campesina y la desprotección en que se encuentran estos pueblos. Víctor, el candidato a diputado, una vez que ha hablado con el campesino y solitario Cayo dice: “–No hay derecho –murmuró. Y recostó la nuca en el respaldo del asiento. –¿A qué no hay derecho, macho? –A esto –dijo Víctor, apuntando a los últimos edificios del pueblo– a que hayamos dejado morir una cultura sin mover un dedo”.

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Néstor Tkaczek ntkaczek@hotmail.com


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