También hay música en el ruido

Alex Ross publicó "El ruido eterno", un increíble best seller de 700 páginas. El crítico del "New Yorker" escribió un ensayo sobre los sonidos del siglo XX.

Madrid, museo Reina Sofía. Un hombre menudo, de mirada curiosa, espera en la fila junto con otras decenas de turistas para contemplar uno de los cuadros más famosos del siglo XX. Cuando por fin entra en la sala, se para fascinado ante la imponente pintura con que Pablo Picasso retrató la Guerra Civil española. «El Guernica» no posee, ni mucho menos, una «belleza convencional», pero el ojo del visitante ha sido educado para apreciarla en su diferencia. Y entonces, se pregunta: ¿Por qué no sucede lo mismo con la música?

El hombre que acude al museo es el crítico estadounidense Alex Ross, y para tratar de responder a ese interrogante ha escrito «El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música». Pero si abarcar la evolución de la composición clásica desde Richard Strauss a John Adams puede parecer una tarea de titanes, más imposible resulta aún que un voluminoso ensayo de 700 páginas se convierta en un best seller. Sin embargo, además de ser finalista del Premio Pulitzer, «El ruido eterno» se alza entre los más vendidos en los 16 países donde se ha publicado, en España va por la tercera edición en menos de un mes y está desembarcando con fuerza en América Latina.

«Dondequiera que estemos, lo que oímos es fundamentalmente ruido. Cuando lo ignoramos, nos perturba. Cuando lo oímos, nos resulta fascinante». La cita es de John Cage, ese «enfant terrible» estadounidense que revolucionó la música contemporánea con un lenguaje caótico y ritmos imposibles, e ilustra a la perfección el propósito de Ross. Pues su objetivo es demostrar que la música llamada «culta» no terminó con Mahler y Puccini. Y que, para sorpresa de muchos, los compositores siguen componiendo.

«Mucha gente está acostumbrada a asociar esa música al relax, e incluso personas con una elevada formación académica, cuando acuden a un concierto, quieren ser transportados a otro universo», explicó el joven crítico musical de «New Yorker» durante la presentación de su libro en Madrid. «Pero tenemos que permitir a los compositores ser algo más que un tratamiento de ´spa´. Hay que respetar que tengan su lado oscuro y otros sentimientos que expresar… Dejemos que sean artistas».

Con todo, la historia de la música clásica, término que a Ross no le gusta porque «suena demasiado a los siglos XVIII y XIX», está repleta de ejemplos de incomprensión e impregnada de una cierta nostalgia del pasado. Si ya a principios del siglo XX lo que se demandaba en las salas de conciertos eran las obras románticas de Beethoven o Chopin, la búsqueda de nuevos sonidos que emprendieron los compositores contemporáneos hizo que los auditorios pusieran el grito en el cielo.

Desde la atonalidad de «La noche transfigurada» de Schönberg, que acabaría desembocando en su polémico sistema dodecafónico, al escándalo rupturista que supuso «La consagración de la primavera» de Stravinsky, pasando por los vanguardistas sonidos electrónicos de Stockhausen hasta el minimalismo de Riley, Reich y Glass, casi todos los compositores generaron reacciones de rechazo y su música quedó relegada a pequeños círculos elitistas que nada tenían que ver con los eventos sociales de los estrenos de las óperas de Wagner.

«Muchos expertos consideran que la música del siglo XX se convirtió en algo más difícil y complejo, pero a mi juicio eso no explica la brecha entre la composición clásica y su público», sostiene Ross. Sin embargo, el panorama no es tan negro como podría parecer a primera vista, y aunque el descenso de popularidad es innegable, su ámbito es más «global», como demuestran los nuevos «consumidores» en Australia, China o Latinomérica, donde no existía una tradición de conciertos clásicos.

Además, el siglo XXI se presenta como «un momento muy emocionante, porque todo es posible para los jóvenes compositores», señala el autor. «Ahora pueden continuar con los experimentos transgresores del siglo XX o, si lo desean, pueden volver atrás sin miedo a ser tildados de antiguos, porque ya no hay tanta necesidad de ir hacia adelante (…) Estoy deseando ver qué sucede en los próximos diez o veinte años».

Hasta entonces, Alex Ross deja un ensayo que se lee a ritmo de novela, cuajado de anécdotas que dibujan animados perfiles de los compositores y situando su música en el contexto literario, social y político que los determinó. Su ambición didáctica se completa con una amplia colección de audiciones disponibles en su web www.therestisnoise.com y su esfuerzo por hacer ver que la «Odisea en el espacio» de Kubrick no sonaría igual sin Ligeti ni Björk sin Messiaen. Y es que el ruido puede ser música. Sólo hay que escuchar con atención. (DPA)


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