Tarde o temprano, todo se sabe

Por Jorge Gadano

Cuando, a la salida de una cordial entrevista con el presidente uruguayo Jorge Batlle, el poeta Juan Gelman anunció que había encontrado a su nieta, la hija de su hijo Marcelo, al cabo de una búsqueda que llevaba casi un cuarto de siglo, muchos corazones se pararon en el río de la Plata. Los había conmovido la misma emoción que hizo llorar al abuelo, a pesar de que los hombres no lloran, y también reír, no obstante todo lo serio que ese hombre ha sido siempre en su exposición pública. Decir reír, además, es poco, porque es mucho más: mirándolo bien, se ve un corazón gozoso que sale de esos dientes desplegados entre las puntas del gelmaniano bigote.

Por distintos y muy opuestos motivos se habrá parado también el endurecido corazón del ex presidente Julio Sanguinetti, quien, en contraste con su sucesor en el cargo, hizo cuanto le fue posible por obstaculizar la búsqueda. Eso, en términos de delito, se llama encubrimiento. Y eso es decir lo menos de su actitud.

En 1995, cuando publicó una carta a su «nieto o nieta», Gelman estaba lejos de saber que su nuera y futura mamá veinteañera, María Claudia, había sido trasladada al Uruguay -con su hija en el vientre y sin su Marcelo Gelman y papá precoz, asesinado de un tiro en la nuca- desde el campo conocido como Automotores Orletti. Creía Gelman que su alojamiento clandestino después del secuestro de agosto de 1976 había sido uno de tantos «pozos» de aquellos abominables tiempos, el llamado Pozo de Quilmes.

A mediados del año pasado, cuatro años después, su investigación, de una rigurosidad impecable, le había dado evidencias ciertas de que a su nuera María Claudia, embarazada, la habían llevado a Montevideo.

Gelman tuvo una evidencia más cuando uno de los represores de Orletti, Víctor Gard, confirmó en San Martín de los Andes al autor de esta nota (a quien Gelman pidió una investigación local) que él, su jefe Aníbal Gordon y otros «operadores» viajaban al Uruguay (bien que explicando que iban «a pasear» a Punta del Este).

Gard confirmó también que Orletti era un centro operacional del plan Cóndor, que torturaban a los detenidos -pero sólo «cuando era indispensable»- y que su jefe -«una buena persona», aclaró- era el entonces capitán Rodolfo Cabanillas, adscripto a la sazón a la SIDE. Antes, y desde el 25 de marzo de 1976, el versátil Cabanillas había pasado por el cargo de interventor militar en Cipolletti, donde en apenas un mes y medio tuvo tiempo de echar a una media docena de personas para resguardar la pureza ideológica del municipio.

Cuando estuvo seguro de que su nieto o nieta había nacido en la Banda Oriental, Gelman logró, desde México, que Sanguinetti le concediera una entrevista. Pero, ya en Montevideo, fue derivado al secretario general de la Presidencia, quien le prometió una investigación y mantenerlo informado.

Tres meses de espera en su casa de México sin noticias -o, peor aún, con noticias tendientes a desalentarlo- fueron demasiados. La gestión uruguaya tomó estado público y lo que hasta entonces habían sido ambigüedades del presidente uruguayo, se tornaron en respuestas cada vez más agresivas. La más alta magistratura uruguaya recurrió a los servicios de informaciones para devaluar la demanda de Gelman -señalando sus antecedentes «subversivos»- y quiso presentar al Nobel alemán Günter Grass, solidario con el poeta argentino, como un idiota útil.

En verdad, quien quedó como un idiota, pero inútil, a sí mismo y a su país, fue Sanguinetti, porque se negó a reconocer lo que, de acuerdo con el más elemental sentido común, estallaría ante el rostro de todos, y particularmente del suyo. El debió saber que Gelman sabía y que, además, contaba con medios más que suficientes para probar que era el abuelo.

Si lo ocultó fue porque, a pesar de que por su condición de jefe de Estado era responsable de los crímenes cometidos por los militares, prefirió anteponer sus buenas relaciones con ellos. Y porque, además, tenía una relación de amistad o de compadrazgo con el comisario señalado como padre adoptivo de la nieta de Gelman, fallecido en 1996. De no ser así, no se entendería por qué, siendo presidente, asistió a su sepelio.

Muchas personas saben ahora, o sospechan, una conducta cómplice de Sanguinetti. Y por eso no le creen cuando, como lo hizo hace algunos días, habló de su «alegría» porque Gelman haya anunciado el hallazgo de su nieta. No habló del hallazgo, sino del «anuncio», como alzando un velo de incertidumbre.

Omitió decir que el anuncio fue compartido con el presidente Batlle, a quien le llevó muy poco tiempo corroborar que todo cuanto decía Gelman respecto de la identidad de su nieta era rigurosamente cierto.

Sanguinetti también lo supo. Tal vez lo haya sabido años antes, cuando pidió a Carlos Menem que incluyera en sus decretos de indulto al mayor Gavazzo y a otros oficiales uruguayos destacados en Orletti y, presumiblemente, autores del traslado de María Claudia al Uruguay, donde parió y desapareció.

Ahora queda por ver dónde está ella. Quiere saberlo el poeta, y también querrá saberlo la hija.


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