¡Tenemos tele!

Columna senanal

LA PEÑA

No estábamos acostumbrados a los estrenos, pero el acontecimiento que se venía hacía casi obligatorio sumar un aparato moderno. Mientras el mundo empezaba a sumar color a sus vidas con la nueva televisión, nosotros todavía no podíamos siquiera ingresar al blanco y negro.

Sin embargo el día que, tras un enorme esfuerzo y un gran número de cuotas mediante, nuestros padres lo compraron, festejamos como si hubiéramos tocado el cielo con las manos.

No importaba que se viera con nieve, que fuera tecnología pasada de moda ni que tuviéramos que padecer algunas deficiencias técnicas. Es que teníamos tele y eso implicaba que no deberíamos pedir permiso a nadie para ver el mundial de fútbol de Argentina, ese que llegó en momentos dolorosos para el país.

Ese fue nuestro primer artefacto nuevo en casa. Lo mejor que teníamos era una radio Tonomac que en lugar de antena tenía un alambre largo que salía por la ventana. Era el único modo de escuchar con cierta felicidad.

De manera que la llegada del primer tele significaba una gran adquisición. Se cortaba a la una de la tarde, volvía a las 18 con el show de Biondi y la transmisión se extendía hasta las 24. La única opción era el Canal 12 de Córdoba, pero se veía siempre y cuando la nieve en la montaña no hiciera que los cables se cargaran demasiado y se cortaran. Y si eso sucedía en las alturas del Nevado, el cerro más cercano a mi pueblo, implicaba que no tendríamos tele con suerte por una semana, pero en algunos casos hasta un mes, según sea la posibilidad de acceder al lugar del corte.

Nada de eso importaba, la tele nos había cambiado algunas costumbres en casa, un lugar modesto pero lleno de energía, carente de muchas comodidades, pero lleno de vida.

¿Quién no disfrutó alguna vez de un artefacto nuevo en casa?. Hoy muy comunes, pero en otros tiempos de compleja compra, los progresos se veían de a poco, sobre todo en hogares humildes. Sólo la confianza se transformaba en crédito porque no existían las tarjetas.

Un vecino nos llevó un día a mostrarnos el nuevo combinado que habían comprado en su casa. Lustrosa madera, marca distinguida, con capacidad para guardar los discos, escucharlos y hasta para sintonizar radios. Un lujo, pero su mamá sólo le permitía mostrarlo, no usarlo, de modo que no podíamos darnos el lujo de descubrir cómo se oía un disco a centímetros del aparato que lo proyectaba. Y no podíamos descubrir cómo era eso de que un objeto pudiera emitir canciones con sólo girar a cierta velocidad.

Le contamos a mi padre. En su próximo viaje compró un grabador de cassettes de color amarillo y un único cassette que escuchamos hasta que dijo basta. Entre Gauchos y Mariachis de Los Cantores del Alba nos quedó grabado por siempre porque no había en casa nada diferente para escuchar.

Una amiga me contó que la primera compra en su casa fue casi mágica. Mágica porque una gran estufa podía calentar sin que nadie viera la garrafa. Era el gran invento del momento, de marca líder, capaz de revolucionar todo lo conocido hasta ese tiempo. En realidad el gran secreto era su garrafa invisible, que no era tal, sino que simplemente se trataba de mantener la garrafa oculta en un gabinete para que lo único que se viera fuera la estufa. No gastaba menos que otras ni calentaba más, simplemente tenía la ventaja de la garrafa oculta.

La magia de la máquina coser fue toda una revolución. Con su sueldo de docente mi madre compró una Brother de su época, que cosía de maravillas y que era capaz de mantener su trabajo sin cortar el hilo. Ese era el lema que circulaba entre las amas de casa, que admiraban que esa marca garantizaba una costura sin cortes.

Pocos estrenos, pero revolucionarios para un tiempo de menos tecnología.

Jorge Vergara

jvergara@rionegro.com.ar


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