Tiananmen sigue siendo un tabú, 15 años después
Por Andreas Landwehr
No quiere callarse. Hace 15 años, una bala disparada por el Ejército Popular de Liberación chino alcanzó en la espalda a Pang Meiqing. “Quiero que se conozca la verdad sobre el 4 de junio”. Pang, que hoy cuenta con 41 años, tiene una enorme cicatriz, en forma de cruz, en el lugar donde la bala hirió la columna vertebral. Hasta el día de hoy, Pang necesita muletas para caminar. El dolor no ha desaparecido, como tampoco ha desaparecido la persecución por parte de la Seguridad del Estado, que incluso ha apostado en su casa a un joven funcionario. Quince años después de la masacre en Pekín, el 4 de junio de 1989, ni los supervivientes ni los familiares de los muertos pueden contar públicamente lo que pasó aquel día, cuando los soldados abrieron fuego de forma indiscriminada. El gobierno chino, denuncia Pang, quiere que “simplemente nos callemos la boca”. Pero Pang Meiqing quiere dar una voz a las víctimas. “Ellos llevan una vida difícil. Están olvidados. No pueden hablar de sus sufrimientos y su miseria”. Muchos de los supervivientes ni siquiera reclamaron el pago de indemnizaciones. “Sólo quieren tener la oportunidad de decir públicamente a la gente que fueron agraviados el 4 de junio”, señala Pang. Sin embargo, 15 años después, la sangrienta represión del movimiento por la democracia en China sigue siendo un gran tabú. Aquel día de 1989, cientos de chinos fueron masacrados, muchos más fueron heridos a balazos y otros miles fueron detenidos. El pacífico movimiento de protesta que hace 15 años sacudió a China fue el mayor desafío que hasta entonces había enfrentado el régimen comunista desde su llegada al poder, en 1949. Los líderes chinos se vieron sorprendidos por el nivel de descontento que existía en la población por la corrupción, la burocracia y la inflación. El régimen de los cuadros comunistas estaba puesto en la picota, aunque casi nadie exigía el derrocamiento del Partido Comunista. No obstante, la dirigencia china agrupada en torno de Deng Xiaoping creía que estaba amenazado su poder. Siguiendo la vieja lógica revolucionaria según la cual “el poder nace del fusil”, sólo la violencia pudo asegurar la preservación de la hegemonía comunista. El entonces secretario general del Partido Comunista Chino, el reformista Zhao Ziyang, fue derrocado y hasta el día de hoy, a sus 84 años, sigue bajo arresto domiciliario. Decenas de miles de chinos se congregaron en la Plaza de Tiananmen, en el centro de Pekín, para detener el avance de los tanques y de los soldados, que no dudaron en disparar contra la multitud. Una de las primeras balas hirió en la espalda a Jiang Jielian, un estudiante de nivel preuniversitario que buscaba protegerse en la boca de una estación del metro. En un primer instante, el estudiante, de 17 años, creía que le había pegado una bala recubierta de goma. Sin embargo, a los pocos minutos el joven se desplomó sangrando abundantemente y murió. Poco antes, en la misma tarde, la madre de Jiang, Ding Zilin, había tratado de persuadirlo de que no saliera a la calle para ayudar a sus compañeros estudiantes. Si le pasara algo, le había dicho la madre, ella estaría sola. Pero el hijo le contestó: “Si todos los padres fuesen tan egoístas como tú, ¿acaso este país o este pueblo tendría algún futuro?”. De haber sobrevivido, Jiang Jielan tendría hoy 32 años. Su madre dirige una red de familias de las víctimas, pero ya se siente agotada. Desde hace 15 años, esta mujer, ex profesora, viene documentando los casos de las víctimas de la masacre, pese a la persecución de las autoridades. Su propio dolor y el sufrimiento de las familias de las víctimas son una pesada carga para ella. Apenas en marzo pasado fue detenida temporalmente. En vísperas del 15 aniversario de la masacre, la presión subió a tal nivel que su esposo, Jiang Peikun, sufrió un ataque al corazón. “Estoy dispuesta a asumir el riesgo por las otras familias, pero yo misma me encuentro al borde del colapso”, confiesa Ding Zilin, de 67 años. Hasta el día de hoy, varios estudiantes que participaron en el movimiento por la democracia siguen detenidos. Otros están en prisión por reclamar una revaloración oficial de los sucesos del 4 de junio. El reciente relevo generacional en la cúpula del Partido Comunista Chino no ha renovado las esperanzas de quienes piden una revisión de la versión oficial de lo ocurrido hace 15 años. El ex líder estudiantil Jiang Qisheng no cree que eso ocurra en los próximos cinco o diez años. “El gobierno actual es como el avestruz que esconde la cabeza en la arena creyendo que no pasa nada en el mundo exterior”, dice Jiang Qisheng, quien estuvo detenido cinco años y medio desde 1989. “El 4 de junio es como una montaña gigante que pesa mucho sobre los corazones de la gente y de los comunistas en el poder. No creo que duerman bien durante la noche”, afirma el ex líder estudiantil. (DPA)
No quiere callarse. Hace 15 años, una bala disparada por el Ejército Popular de Liberación chino alcanzó en la espalda a Pang Meiqing. “Quiero que se conozca la verdad sobre el 4 de junio”. Pang, que hoy cuenta con 41 años, tiene una enorme cicatriz, en forma de cruz, en el lugar donde la bala hirió la columna vertebral. Hasta el día de hoy, Pang necesita muletas para caminar. El dolor no ha desaparecido, como tampoco ha desaparecido la persecución por parte de la Seguridad del Estado, que incluso ha apostado en su casa a un joven funcionario. Quince años después de la masacre en Pekín, el 4 de junio de 1989, ni los supervivientes ni los familiares de los muertos pueden contar públicamente lo que pasó aquel día, cuando los soldados abrieron fuego de forma indiscriminada. El gobierno chino, denuncia Pang, quiere que “simplemente nos callemos la boca”. Pero Pang Meiqing quiere dar una voz a las víctimas. “Ellos llevan una vida difícil. Están olvidados. No pueden hablar de sus sufrimientos y su miseria”. Muchos de los supervivientes ni siquiera reclamaron el pago de indemnizaciones. “Sólo quieren tener la oportunidad de decir públicamente a la gente que fueron agraviados el 4 de junio”, señala Pang. Sin embargo, 15 años después, la sangrienta represión del movimiento por la democracia en China sigue siendo un gran tabú. Aquel día de 1989, cientos de chinos fueron masacrados, muchos más fueron heridos a balazos y otros miles fueron detenidos. El pacífico movimiento de protesta que hace 15 años sacudió a China fue el mayor desafío que hasta entonces había enfrentado el régimen comunista desde su llegada al poder, en 1949. Los líderes chinos se vieron sorprendidos por el nivel de descontento que existía en la población por la corrupción, la burocracia y la inflación. El régimen de los cuadros comunistas estaba puesto en la picota, aunque casi nadie exigía el derrocamiento del Partido Comunista. No obstante, la dirigencia china agrupada en torno de Deng Xiaoping creía que estaba amenazado su poder. Siguiendo la vieja lógica revolucionaria según la cual “el poder nace del fusil”, sólo la violencia pudo asegurar la preservación de la hegemonía comunista. El entonces secretario general del Partido Comunista Chino, el reformista Zhao Ziyang, fue derrocado y hasta el día de hoy, a sus 84 años, sigue bajo arresto domiciliario. Decenas de miles de chinos se congregaron en la Plaza de Tiananmen, en el centro de Pekín, para detener el avance de los tanques y de los soldados, que no dudaron en disparar contra la multitud. Una de las primeras balas hirió en la espalda a Jiang Jielian, un estudiante de nivel preuniversitario que buscaba protegerse en la boca de una estación del metro. En un primer instante, el estudiante, de 17 años, creía que le había pegado una bala recubierta de goma. Sin embargo, a los pocos minutos el joven se desplomó sangrando abundantemente y murió. Poco antes, en la misma tarde, la madre de Jiang, Ding Zilin, había tratado de persuadirlo de que no saliera a la calle para ayudar a sus compañeros estudiantes. Si le pasara algo, le había dicho la madre, ella estaría sola. Pero el hijo le contestó: “Si todos los padres fuesen tan egoístas como tú, ¿acaso este país o este pueblo tendría algún futuro?”. De haber sobrevivido, Jiang Jielan tendría hoy 32 años. Su madre dirige una red de familias de las víctimas, pero ya se siente agotada. Desde hace 15 años, esta mujer, ex profesora, viene documentando los casos de las víctimas de la masacre, pese a la persecución de las autoridades. Su propio dolor y el sufrimiento de las familias de las víctimas son una pesada carga para ella. Apenas en marzo pasado fue detenida temporalmente. En vísperas del 15 aniversario de la masacre, la presión subió a tal nivel que su esposo, Jiang Peikun, sufrió un ataque al corazón. “Estoy dispuesta a asumir el riesgo por las otras familias, pero yo misma me encuentro al borde del colapso”, confiesa Ding Zilin, de 67 años. Hasta el día de hoy, varios estudiantes que participaron en el movimiento por la democracia siguen detenidos. Otros están en prisión por reclamar una revaloración oficial de los sucesos del 4 de junio. El reciente relevo generacional en la cúpula del Partido Comunista Chino no ha renovado las esperanzas de quienes piden una revisión de la versión oficial de lo ocurrido hace 15 años. El ex líder estudiantil Jiang Qisheng no cree que eso ocurra en los próximos cinco o diez años. “El gobierno actual es como el avestruz que esconde la cabeza en la arena creyendo que no pasa nada en el mundo exterior”, dice Jiang Qisheng, quien estuvo detenido cinco años y medio desde 1989. “El 4 de junio es como una montaña gigante que pesa mucho sobre los corazones de la gente y de los comunistas en el poder. No creo que duerman bien durante la noche”, afirma el ex líder estudiantil. (DPA)
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