Toda la magia y los secretos de la salina del Gualicho
Cada vez más turistas eligen esta excursión, a 45 km de Las Grutas. Un viaje al placer y las sensaciones.
LAS GRUTAS (ASA)- Acomodados en corro, iluminados sólo por las estrellas y una vela cobijada del viento en el interior de una botella, los excursionistas escuchaban atentos a Damián, el guía. «Ahora tienen dos minutos de silencio para pensar sus deseos», dijo el muchacho recostándose sobre el manto blanquecino de la sal, al tiempo que los sonidos desaparecían.
Todas las cabezas se levantaron hacia el cielo patagónico, apenas nublado y repleto de luces. Atrás habían quedado las historias que Damián relató con entusiasmo. La leyenda de Bernabé Lucero, el salamanquero que habitó en el Gualicho y que aprendió allí a tocar la guitarra magistralmente a cambio de entregarle su alma al Diablo abrió la lista; la luz mala, clásica leyenda de los campos del sur siguió en la narración; el «tetué», ser maligno al que los mapuches temían y al que sólo con tretas poco difundidas podía vencerse también formó parte de la charla que le imprimió a la noche un mágico clima. Por último El Gigante, una creencia que refiere a un ente desconocido que cumple los anhelos de quien llega a la enorme salina y sigue los pasos de un determinado ritual fue el cierre que motivó que todos estuvieran inmersos en el silencio, contemplando el universo, perdidos en sus sueños. Extasiados en la inmensidad de la noche y poniéndole un broche místico y relajante a una excursión que había empezado siete horas antes, en la Tercera Bajada de Las Grutas.
Las veinte personas fueron llegando de a poco. Era San Valentín, Día de los Enamorados y, tal vez por eso o por casualidad, la mayoría eran parejas que pretendían disfrutar de un anochecer distinto
e inolvidable. Un camión rojo, especialmente diseñado y adaptado para el turismo aventura se estacionó frente a la agencia y el grupo empezó a ubicarse en cada uno de los asientos.
Mendoza, Santa Fe, Córdoba, Capital Federal, Gran Buenos Aires, Chile y Las Grutas estaban representados en el vehículo.
Presentaciones de rigor y el speech bien aprendido de Damián sobre la fauna, la flora y las características geográficas de la zona matizaron el viaje de unos 30 kilómetros de asfalto por la ruta provincial Nº 2 hasta el ingreso al campo.
Desde allí otros 15 kilómetros condujeron por ripio hasta el salar, donde los excursionistas desembarcaron para disponerse a aprender acerca de este paradisíaco sitio, donde la luz se distorsiona rebotando sobre las partículas misteriosas que un mar antiguo depositó cuando la tierra era otra cosa. Tiempos en que la columna vertebral de América recién se conformaba y en los que la meseta de Somuncura era un isla en el océano.
Pero la excursión a la Salina del Gualicho ubicada
entre 50 y 80 metros bajo el nivel del mar, es mucho más que una clase vivencial de geografía. Es un viaje al placer y las sensaciones. Es una travesía al encuentro con uno mismo, un tour hacia el silencio que permite poder cerrar los ojos y seguir viendo estrellas, rodeados de paz, ajenos a las preocupaciones cotidianas, inmersos en la noche patagónica sin interferencias. Tres botellas de champán se descorchan en la la blancura del salar. Un brindis rompe el hielo y el grupo de aventureros ya son más que simples personas que coincidieron en abordar el mismo camión.
El pollo al disco que Julio prepara mientras todos recorren las parvas y los pocos niños participantes se divierten saltando entre la sal llega justo para calmar la ansiedad. Tras la cena otro recorrido conduce a las leyendas que Damián se dispone a relatar en lo alto de la montaña de sal, que a lo largo de los meses han conformado los camiones y las máquinas que trabajan en el lugar. Ya mostró las estrellas, explicó las constelaciones y su origen mitológico. Queda solamente terminar de crear el clima para impulsar a los presentes a pedir sus deseos.
Cuando todo está listo y expresa su arenga, todos miran al cielo. En silencio. Luego, cada uno toma su rumbo para llegar al camión y emprender el regreso, con el cuerpo recargado de energía y los anhelos renovados para concretar una vez que la excursión termine y los aventureros vuelvan a enfrentar la rutinaria cotidianidad.
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