Todos en el mismo barco

Análisis

Cuestiones de poder. Y de su propio destino.

Eso es lo esencial que discutió ayer en Santa Rosa el peronismo.

Y lo discutió desde un sitio donde está jugando mucho de su existencia: el ejercicio del gobierno nacional.

No le son temas ajenos. Desde su cuna el peronismo se ve como el principal hacedor de la historia más contemporánea del país. El realizador que, de una manera u otra, le imprime un antes y un después a ese proceso. Un hacer como bloque de sentimientos y prácticas con un espacio propio.

-Somos una manera de insertarnos en la realidad política -dijo Eduardo Duhalde a los gobernadores que lo rodeaban.

Fue en la residencia oficial del gobernador Rubén Marín. El presidente estaba sentado en un sillón forrado con el objetivo de flagelar el buen gusto: rosado con rayas azules.

-No podemos perder ese capital -intervino el ministro del Interior Jorge Matzkin, enfundado en pantalón y camisa gris petróleo.

-No se confundan: nuestro mejor capital es la gente. Y nos seguimos divorciando de ella -respondió Néstor Kirchner, mandatario de Santa Cruz, máximo gladiador del peronismo de centro-izquierda.

Nadie le respondió. Por conocido, el discurso de Kirchner no es una novedad en el poder. Es más, se sabe que ya el sábado Duhalde había tomado una resolución: no caer entrampado en Santa Rosa en paliques de índole ideológica.

Tenía que evitar ese deslizamiento por una razón clara: se corría el peligro de que se diluyera el tratamiento de la gravedad de la situación financiera del país.

Duhalde conoce al PJ más que a su propia existencia. No ignora que a la hora de marcarse diferencias de puntos de vista en términos extremos -ir o no al FMI, por caso- ningún partido se pulveriza con la voracidad del peronismo. Tenía que llegar a Santa Rosa ratificándose en la necesidad de marchar rumbo al Fondo Monetario.

Alguna vez leyó un texto de Carlos Alvarez. «La política no admite mucho tiempo la perplejidad: sólo es un momento para salir del dogmatismo o para superar los instrumentos que ya no sirven», había escrito «Chacho».

Se sabe que de este tema habló con Matzkin y Carlos Soria, líder de la SIDE. Concluyó que lo peor que le podía pasar en Santa Rosa era aparecer perplejo ante la crítica situación del país. Tampoco ante la dialéctica que el tema del FMI le estaba imprimiendo al poder en su frente interno.

Pero aquel sábado fue la continuación de un viernes de cara fiera para el presidente Duhalde. Horas en que se miró de frente al peronismo desde su propia historia de militancia. Esos lapsos con sabores de distintos gustos. Así es la política.

Cuentan que el sábado por la mañana había recibido la novena encuesta hecha por los servicios sólo con peronistas. Una sola pregunta: ¿Hay que arreglar con el FMI?

El resultado promedio fue aplastante: el 72% dijo «no». El dato inauguró un día de reflexiones largas mantenidas por el presidente en todas las direcciones del peronismo donde hay poder real. Una jornada donde en más de una oportunidad se orilló la conclusión de que el acuerdo con el FMI «disecará de vitalidad al peronismo».

-Es el riesgo… ¿Cuántas veces nos dijeron que el peronismo estaba liquidado?… ¿No es ésa nuestra historia? -le dijo Duhalde a Matzkin y otros en la Rosada. Y casi imbuido de cierta épica, remató: «Yo le digo «sí» al FMI. No hay más que hablar.

Entre el domingo y el mediodía del lunes desde la SIDE e Interior se bajó a todos los mandos del peronismo la consigna que vertebraba la posición del presidente: «No se trata de mi «yo». Se trata del «yo» del peronismo».

En otros términos: «Si me tengo que ir del gobierno quiero que se sepa que se va el peronismo del gobierno». No es un problema sólo mío. Es también del peronismo. No hay tiempo para especulaciones».

O sea, un tema que hace al poder del peronismo. A su proyección. A la prolongación de su existencia aceptando desafíos. Una cuestión que se puede sintetizar en el sencillo: «Es bueno que sepamos que estamos todos en el barco».

Y si el barco cruje, es otra historia.

Carlos Torrengo


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