Todos los caminos conducen a Neuquén
Al atardecer, una larga fila de vehículos regresa a la ciudad.
ANIVERSARIO DE NEUQUÉN :: Impresiones
Neuquén tiene don de gentes. Su gente lo tiene y su gente lo pasa. En su génesis está impresa la marca de una cultura abierta, compleja y activa, forjada a los sacudones de la llegada constante de nuevos vecinos. El magnetismo del trabajo petrolero y la “bola de nieve” que esa industria millonaria genera para el comercio y los servicios forman, a veces a presión, un crisol que puede verse cualquier atardecer alrededor de la avenida Argentina, en un shopping, en un potrero pegado a Novella al fondo, el balneario Río Grande en el Limay o en el parque del aeropuerto. Todo se afloja y se trasluce antes que la ciudad se vaya a dormir. El frenesí del microcentro bancario y las troncales atestadas de autos grandes, camionetas, autos chicos, colectivos y motos, todo se va digiriendo para dar lugar a la mesa de los bares o al regreso al hogar. Algunas compras a último momento en los almacenes de barrio, que sobrellevan la tormenta de las cinco cadenas de supermercados, son parte del ritmo de fin de día. El alumbrado público le indica el camino, como un GPS analógico, a las caravanas motorizadas y a aquellos que aún dan los últimos pasos al trote o de paseo. De a poco la ciudad más grande de la Patagonia, se parece más a la Patagonia y menos a la ciudad. El pulso sigue latiendo en algunos destellos noctámbulos, pero la mayoría espera en sueño el nuevo día para volver al trabajo. Para una gran parte de los 14 mil petroleros que tiene la provincia, la mañana será volver al campo: ruta, jarilla y meseta. Vaca Muerta, aquella fortuna en recursos naturales que hoy concentra el 70% de las inversiones de la provincia (u$s 3.500 millones) y que se viste de la esperanza para el sueño del autoabastecimiento energético, puede decirse que revive en el campo y no tan lejos de la capital, a unos 100 kilómetros. Pero también puede decirse que duerme en la capital neuquina. Desde las cinco de la mañana –no mucho más tarde– hombres y mujeres se ponen al volante de cientos de minibuses blancos. Salen con el mandado de ir a buscar, casa por casa, a los operarios de la actividad que intenta mover las agujas de la energía nacional. Dicen que es un requisito de la ART. El camino puede empezar en cualquier calle de un barrio del este de la ciudad. También en el centro. También en el oeste. Luego esa cadena de minibuses y camionetas japonesas 4×4 se meterá por el tramo final de la diagonal 9 de Julio para luego entrar, casi sin respiro, directamente en la Ruta 7 y dejar atrás bancos, edificios estatales, concesionarias, supermercados y cadenas de comida rápida. Hasta Centenario la multivía agiliza el tránsito, pero no tanto para dejar de notar que estará cargado hasta la cabecera de Vaca Muerta, Añelo; destino final para la mayoría hasta el cierre de la jornada. Otros tendrán de telón de fondo la Ruta 22 y viajarán hasta cerca de Cutral Co. Allá, la histórica Challacó. El viaje se empieza temprano porque cualquier locación petrolera, salvo pocas excepciones, difícilmente se encuentre a menos de una hora de tránsito. Una hora y media de ida y lo mismo a la vuelta que se suman a las jornadas de ocho o doce horas, dependiendo de la empresa y la tarea, que en resumen hacen el día de los trabajadores del oro negro. “No todas las empresas pagan el viaje”, advierte un petrolero que acaba de cruzarse el bolso y ya tiene un pucho en punta. Según cálculo de la municipalidad en la ciudad pernoctan 250 mil personas, pero aseguran que en el día –con la afluencia de trabajadores de otras ciudades– la cifra se incrementa en 70 u 80.000 más. Lo que no está claro cuántos dejan la ciudad montados a esas combis blancas que no paran de trepar hasta las puertas del mundo petrolero. Todos salieron temprano con su bolso porque pocos son los que viajan con la ropa de seguridad puesta. Para eso habrá tiempo en los lockers de la locación, también para la vianda y para volver. Otra hora u hora y media. También de “civil”. Con el pasaje de ida, ese verde valle viñatero regado por el río Neuquén y aquellos campos de alfalfa y feedlots, entrarán solo en el sueño “ganado” en esa horita de viaje. Una vez en el campo todo es arcilla, viento, sol y máquinas: no hay mucho ya que llame la atención. Hay que ganarle una vez más la pulseada al tiempo para adelantar trabajo y sacar a tierra un barril más de petróleo. A la vuelta con el esfuerzo terminado hay algo más de tiempo para mirar por la ventanilla del minibús y con el atardecer ver esas largas filas de luces de stop que parecen un embotellamiento en el acceso a cualquier gran ciudad del país y que los acompañará por casi 100 kilómetros, de regreso a Neuquén. Entre las 6 y las 18 la ciudad se cocina a fuego lento y se va asando. Los bancos, los trámites, los taxis, los colectivos, los reclamos, las bocinas y las protestas. Todo. Todo a está definido para que el regreso de todos los trabajadores de todas las actividades entre en el embudo del final del día. Se encienden las luces de los gimnasios y los chicos y chicas que ya salieron de las escuelas vuelven para hacer la tarea o jugar, algunos con guitarras colgadas al hombro llegan tarde a ensayar, un grupo de amigas cómplices se ríen y paran el 14 en el Parque Central para volver al barrio. Todo sigue girando pero, claro, en otro cambio. Cambia el semáforo y casi como un piloto con talento para los grandes premios, el chofer de la combi blanca se mueve con un toque de reflejos y se mete en la ciudad. Como si pudiéramos verlos desde el medio de la ruta entre el guardarraíl, vienen llegando, como se fueron, en caravana. Como otros laburantes vuelven en bici, auto o cole, los petroleros y petroleras vienen llegando. En casa el día está resuelto, pero todavía hay algo de tiempo. Un poco de deporte, un paseo por la avenida Argentina con el auto, una vuelta al barrio o a un bar con amigos. La noche empieza a llegar y mañana… mañana arranca temprano.
Federico Aríngoli federico@rionegro.com.ar
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