Tránsita, la tejedora que nació sabiendo

Teje al telar como la mejor, pero nadie le enseñó.

GENERAL CONESA (ACO).- Como un ícono de la historia su raza mapuche, Tránsita conoció el desarraigo a los 9 años cuando se fue lejos de su familia, desde su Cushamen natal a Santa Fé. Aun así no perdió nada de su cultura.

Ya grande, y de vuelta en la Patagonia, comenzó a tejer en telar mapuche, sin que nadie le recordara cómo se hacía, y a pesar de sólo haber visto como tejían sus mayores 40 años antes.

La historia de Tránsita Nahuelquir tiene tantas vueltas como los hilos que se abrazan, se separan y se vuelven a encontrar para conformar alguna de sus matras.

Descubrió el significado de la palabra desarraigo a los 9 años, cuando sus padres le entregaron la tutoría de su persona a una maestra que la apartó de su comunidad mapuche para llevarla a Santa Fe. Hasta bien entrada su adolescencia, no supo de sus familiares. Pero la sangre tira, y apenas su edad le dio emancipación, volvió tras sus huellas a recuperar su mundo.

«Me cuesta hablar la lengua (mapuche). Es que mi segunda mamá era rusa y profesora de francés. Recién volví a encontrarme con los míos después de los 20 años. Yo entiendo todo lo que hablan, pero me cuesta hablar. De a poco voy recuperando la lengua» cuenta.

Hija de Segundo Nahuelquir y de doña Angelita Bernardo, parienta de caciques, Tránsita -la menor de siete hermanos- tiene un destino de tejedora, como un remozado cristo que se predica a sí mismo, para preservar la memoria de un pueblo elegido.

 

La madeja de la vida

 

Así como un día de la nada construyó su telar y comenzó a tejer, del mismo modo el destino le impuso el desafío de recuperar la trama de su historia familiar. Ese día, agarró la madeja de la vida y comenzó a destejer su destierro para reconstruir su familia. Paso a paso, pariente por pariente, puerta a puerta. Borró de su diccionario los rencores, tal vez comprendiendo que la vida, por ser ta breve, no tiene espacio para eso.

Hasta que el subconsciente largó de sus prisiones los recuerdos y pasó de ser trabajadora rural, a la reconocida tejedora mapuche de Conesa, que no tuvo maestros, la que nació sabiendo. «A mí nadie me enseñó. Un día, a los 49 años empecé a tejer sin que nadie me enseñara. Es que parece que a estas cosas uno las tiene grabadas en el cerebro» dice como dudando ser comprendida.

«Lo que me pasó a mí no se lo deseo a nadie. Mi papá, no sé por qué razón, me entregó a una maestra allá en Cushamen, en la provincia del Chubut y con ella me fui a Santa Fe. De ahí no supe nada más de mi familia, ni ellos de mí. A los 16 años le dije, a la que era mi segunda mamá, que quería ver a los míos y no me dejó. Me dijo que ella era responsable de lo que me pasara y que tenía que esperar hasta que fuera mayor de edad. Ahí podés hacer lo que quieras, irte o quedarte, me dijo» relata, y la templanza de su espíritu se le diluye en una lágrima que brilla en su mirada.

Y continúa: «Cuando tuve l edad, me dieron la plata y me vine sin conocer, preguntando. Hasta que llegué un día a Cushamen sin que nadie me esperara. Ya muchos de mis primos y parientes se habían ido a las ciudades y de poco los fui encontrando» recuerda.

Cuando la memoria le muestra el nguillatún, se le enciende la mirada. Y se apura a buscar unas fotos que muestra con orgullo, de cuando volvió ya grande y casada, a un Camaruco. «El Camaruco es una rogativa. Es cuando le pedimos a nuestro dios para que haga un año bueno y le damos gracias por lo que nos dio. Nosotros, la primera vez, fuimos de acá con mi marido sin avisar, y reviví de nuevo eso que no veía desde que tenía nueve años. Después fuimos todos los años, salvo el año pasado que por razones económicas no pudimos ir» apunta.

Y la mística desafía. Lo que Dios plantó, no puede ser raído. Si Nguenechén la hizo tejedora, no habrá transculturación que pueda borrar lo que su raza tiene marcado a fuego.

Rubén Larrondo

Colores para toda la vida

GENERAL CONESA (ACO).- La profesora del taller municipal de telar mapuche de Conesa resume así los pasos de la lana desde la oveja a la pieza tejida.

«Primero se descarta lo que no servirá para tejer, pero que puede tener otros usos, como por ejemplo para colchones. Después, las mechas con espinas se desabrojan y recién luego se carmina la lana. Es decir se va abriendo, como desenredando, hasta que queda para hilar.. Ahí nomás se hila, así sucia como está. Fina, si va a ser para pulóver, o gruesa si va a ser para matra y hay otra intermedia que también se usa para pulóver o prendas de campo.

«Luego de hilar se tuerce y ya queda el hilo que se va a usar en el tejido.

«Ahí se hace o madeja y se ata para que no se enrede. Se deja en remojo con agua fría dos días, para que no se cocine la grasa. Ahí se le va la tierra y lo que tenga. Después se lava bien con jabón, se enjuaga y se tiende a secar. Una vez seca se hace la madeja, si es que se va a vender la lana o el ovillo si uno la quiere para tejer.

«Si hay que teñir, se busca en esta época, cuando baja la sabia, las raíces según el color que uno quiera. Por ejemplo, el palo ´e piche, da un color violeta; la jarilla, amarillo; el chañar un rojo pálido, el piquillín un rojo fuerte. Se hierbe la raíz y allí se pone la lana previamente humedecida, y se deja hasta el otro día. Se lava y se enjuaga con agua del canal, que no tiene cloro y ese color no se va nunca más» explica la tejedora mapuche.-

Un conocimiento interior

GENERAL CONESA (ACO). Desde hace unos años enseña a tejer. Su clases no tiene desperdicio. Es que ella transmite todo. Su cultura, su lengua, su técnica que trae en la sangre, según sus propias palabras y hasta el conocimiento del color que da cada raíz y en qué tiempo debe recolectarse. «Esto es todo natural, todo a mano. Yo trabajo principalmente con la lana negra y gris, que es la que no se vende porque no tiene valor. Así es que con estas lanas se logra tener un color natural. A la lana blanca, si me piden, le doy color con raíces. Por ejemplo el piquillín da un color rojo fuego, la pata ´e loro, da un color marroncito. A mí me traen la lana recién esquilada, y hago todo el trabajo, «desabrojarla», lavarla, hilarla y hacer las madejas o los ovillos. Las madejas son para venderla como lana y los ovillos son los que yo uso para tejer», explica.

A ella misma le cuesta comprender cómo es que teje, de dónde viene el conocimiento, quien fue el genial maestro que pudo fijar tan firmemente los conceptos. «Yo poco estuve con mi mamá, porque a los nueve años me llevaron. Pero esto (tejer, hilar) no se va nunca. Un día le dije a mi marido: Haceme un telar. Le hice un dibujo de cómo era y él me lo hizo. Agarré un palo, le saqué punta con un cuchillo e hice el huso, empecé a carmenar la lana y tejí. Parecía que cada paso que hacía me venía a la mente cómo hacerlo, con la seguridad como si no hubiera dejado de hacerlo nunca. Yo trabajaba en las chacras. Desde entonces me dediqué a tejer y de eso vivimos. Tengo muchos pedidos» comenta.

Idéntica experiencia tuvo con el teñido de las lanas. Cuando necesitó darle colores salió con su esposo y comenzó a recolectar raíces, con las cuales tiñó la lana con un color «que no se va nunca. No es como las cosa que se compran para teñir. Con las raíces uno tiñe y si cuida bien la lana, el color no se va nunca más» asegura.


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