Triunfo a lo Pirro

Hace casi 2.300 años el rey Pirro de Epiro derrotó a los romanos en la batalla de Asculum, pero su triunfo le resultó tan costoso que al ser felicitado contestó: «Sí, otra victoria y estamos perdidos». Lo mismo podrían decir la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido de la sesión larga, tensa -y viciada por la presencia de barras ruidosas resueltas a intimidar a la oposición- en la Cámara baja en la que por un margen de siete votos los diputados cohonestaron una versión diluida del proyecto de ley de retenciones. Para lograr la mayoría sencilla, el oficialismo se vio constreñido a suplementar los aprietes y las dádivas que ya son rutinarios con una serie de concesiones que, de respetarse, reducirán sustancialmente el valor para el gobierno del impuesto especial que tanto enfureció al campo y desató un enfrentamiento que ha modificado el mapa político del país.

Aun cuando para alivio del gobierno el Senado se muestre menos díscolo que Diputados, a partir de lo que acaba de suceder los Kirchner sabrán que ya se han ido los días en que podían tratar al Congreso como una dependencia personal que aprobaría mansamente todas las leyes confeccionadas por el Poder Ejecutivo. Que éste sea el caso no debería tomarse por un desastre, ya que en los demás países democráticos los gobiernos están acostumbrados a que en ocasiones los legisladores voten en contra de sus iniciativas, pero parecería que la presidenta y su cónyuge suponen que cualquier revés parlamentario significaría el derrumbamiento de su gobierno. Desde su punto de vista, la política es un juego de todo o nada, de suerte que la única alternativa al autoritarismo que los caracteriza es la anarquía. Tal postura resulta peligrosa, ya que a juzgar por lo difícil que les fue conseguir que una mayoría en Diputados votara por las retenciones móviles, tarde o temprano el Congreso se negará a ratificar una iniciativa oficial, lo que en vista de su incapacidad evidente para entender cómo funcionan las democracias modernas podría provocar una crisis institucional totalmente innecesaria. Por cierto, el debate que antecedió a la votación no contribuyó a prestigiar al oficialismo. Los gruesos insultos propinados contra peronistas disidentes como el ex gobernador bonaerense Felipe Solá por el kirchnerista fanatizado Carlos Kunkel, la participación de piqueteros vocingleros que se las arreglaron para hacer inaudibles los discursos de los opositores y la conciencia de que los votos no serían determinados por lo dicho en el recinto sino por las amenazas o los premios gubernamentales destinados a «convencer» a los vacilantes, brindaron una impresión lamentable que con toda seguridad incidirá en la actitud de la ciudadanía, sobre todo de la clase media, hacia los Kirchner. Sucede que de resultas del conflicto con el campo se ha consolidado la idea de que, además del matrimonio presidencial, el «núcleo duro» del kirchnerismo consiste en personajes como Kunkel, Guillermo Moreno, el piquetero Luis D'Elía y Hebe de Bonafini, razón por la que incluso aquellos legisladores que hicieron gala de su obediencia se cuidarán de subrayar sus propios vínculos con el Poder Ejecutivo nacional.

Desgraciadamente para el país, la rebelión, que lejos está de haberse concluido, de los agricultores dista de ser el único desafío que tendrá que superar el gobierno de los Kirchner en los meses próximos. También le esperan los planteados por la inflación, por la falta de energía y por la caída del consumo y el enfriamiento progresivo de la economía. ¿Estará en condiciones de impedir que la Argentina se sume a la lista de países que luego de disfrutar de varios años de crecimiento robusto caiga repentinamente en una crisis profunda de la que no le resulte nada fácil salir? No existen demasiados motivos para creer que pueda arriesgarse tomando medidas que podrían provocar reacciones aún más airadas que las de los agricultores que dijeron «basta» cuando el gobierno optó por castigarlos aumentando las retenciones. Así, pues, justo en el momento en que casi todos los gobiernos del planeta se ven obligados a adaptarse al cambio alarmante del clima económico internacional, el nuestro se ha debilitado tanto que no será capaz de hacer mucho más que rabiar contra los presuntos responsables de lo que está ocurriendo.


Hace casi 2.300 años el rey Pirro de Epiro derrotó a los romanos en la batalla de Asculum, pero su triunfo le resultó tan costoso que al ser felicitado contestó: "Sí, otra victoria y estamos perdidos". Lo mismo podrían decir la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido de la sesión larga, tensa -y viciada por la presencia de barras ruidosas resueltas a intimidar a la oposición- en la Cámara baja en la que por un margen de siete votos los diputados cohonestaron una versión diluida del proyecto de ley de retenciones. Para lograr la mayoría sencilla, el oficialismo se vio constreñido a suplementar los aprietes y las dádivas que ya son rutinarios con una serie de concesiones que, de respetarse, reducirán sustancialmente el valor para el gobierno del impuesto especial que tanto enfureció al campo y desató un enfrentamiento que ha modificado el mapa político del país.

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